Fundado en 1910

Concentración de falangistas en Zaragoza, octubre de 1936

El primer intento de magnicidio contra Franco fue planeado por la oposición falangista

El intento de atentado más famoso fue el de San Sebastián en 1962, pero el primero se planeó desde sus propias filas veinte años antes por un grupo de falangistas disidentes que se autoproclamaron «auténticos»

A pesar de que la unificación de las fuerzas sublevadas en Falange Española Tradicionalista de las JONS (FET de las JONS) resultó un paso clave para ganar la guerra, no todas las familias del Movimiento Nacional estuvieron de acuerdo con el mando único. El espectro azul fue el que se mostró más combativo contra el caudillo, llegando a planificar su magnicidio.

Con Franco no

Desde el espectro del yugo y de las flechas, el 19 de abril de 1937 resultó un punto de inflexión en el seno de la que era una organización minoritaria antes de la Guerra –entonces contaba con apenas 40.000 militantes– por la que se dividió en dos facciones dependiendo de la adhesión al mando único: los «francofalangistas» o «colaboracionistas»; y los falangistas «auténticos», conformados en la oposición.

La Falange Auténtica nació el mismo día que el Decreto, pero se materializó en el mes diciembre, cuando comenzaron a circular octavillas contrarias a la Unificación. La disidencia partió desde los «camisas viejas» Patricio González de Canales –jefe de Prensa y Propaganda de Andalucía–, Martín Ruiz de Arenado –secretario de Andalucía– y el doctor y máximo exponente «auténtico», Narciso Perales.

Los detractores falangistas defendían el mando de Manuel Hedilla –condenado por desacato y de intentar desplazar del poder político al general, cargos penados con la muerte, pero, en su caso, conmutados por una cadena perpetua–; rechazaban el aluvión de nuevas adhesiones al movimiento derivadas del ambiente bélico –los denominados «camisas nuevas», que eran percibidos como unos «oportunistas» que no compartían la doctrina–; y condenaban la usurpación de Franco del ideario nacionalsindicalista.

Mitin de Falange Española celebrado en el Frontón Cinema en 1936Gran Archivo Zaragoza Antigua

En 1938 la oposición azul comenzó a extenderse por el territorio español y añadió nuevos nombres a sus filas como a Emilio R. Tarduchy o el mismo Hedilla. Al año siguiente, consolidó su Junta Política con un triunvirato al mando formado por Narciso Perales, Eduardo Ezquer y Tito Meléndez y establecieron su epicentro en Madrid. Los «auténticos» trabajaron activamente desde la clandestinidad y fueron objeto de continuadas detenciones e incluso de penas de fusilamiento.

Un magnicidio al ritmo de 'Cara al Sol'

En un primer momento, la oposición falangista encontró en Ramón Serrano Suñer, el «constructor» del nuevo estado, al gran culpable de su desgracia y estudió la posibilidad de su asesinato. Serrano Suñer había alejado a camisas azules destacados que hubieran podido hacerle sombra en la organización del Régimen como Salvador Merino, Pedro Gamero del Castillo, José María Alfaro, José Luis Arrese o el general Muñoz Grandes y era el símbolo más representativo del gobierno franquista.

Pero su pérdida de relevancia tras la caída de los fascismos europeos demostró que no era el gran «némesis» de los disidentes azules. En los primeros días de marzo de 1941, Tarduchy y González de Canales apuntaron a una presa aún más grande, Francisco Franco, al que consideraron «insalvable» en su proyecto de estado sindical.

El atentado iba a tener lugar el próximo 1 de abril cuando estaba agendado –se lo habían filtrado uno de los escoltas de Serrano Súñer– que el General acudiese a la representación de Las Mocedades del Cid por las mujeres de la Sección Femenina en el Teatro Español de Madrid. La idea inicial era la colocación de una bomba en el teatro, pero fue desechada por la posibilidad de víctimas inocentes tras la detonación.

Reunidos en un piso de la madrileña calle Alberto Aguilera, los conjurados procedieron a discutir el magnicidio

Entonces, Tarduchy mencionó la posibilidad de un atentado individual. Una vez avanzada la función, uno de los componentes de la disidencia se acercaría con una 9 mm de calibre corto y dispararía a quemarropa contra el general. En este nuevo plan requería de un hábil pistolero que se sacrificaría por la causa nacionalsindicalista y un poco de suerte para sortear a los escoltas.

Reunidos en un piso de la madrileña calle Alberto Aguilera, los conjurados procedieron a discutir el magnicidio. Pérez de Cabo, González de Canales, Tarduchy, López Coterilla y Ortega Gil –sólo se ausentó de la reunión Caralt– procedieron a una votación. El resultado fueron cuatro votos en contra y uno en blanco. Tras escuchar a las papeletas, se desechó la idea de la desaparición de Franco.

La reforma ministerial del 1941 calmó un poco las aguas de los detractores falangistas y en 1948 se dio por desaparecida la Falange Auténtica. Pero los grupos falangistas contrarios a Franco no desaparecieron a lo largo de los más de cuarenta años de dictadura.

De la Falange Auténtica de los años 40 derivan: la Alianza de Sindicalistas de Narciso Perales en 1945, el Frente Sindicalista Revolucionario (FSR) –y su filial juvenil el Frente de Estudiantes Sindicalistas (FES)– en 1965; el Frente Nacional de Alianza Libre (FNAL) –y sus juventudes, las Juntas de Oposición Falangistas (JOF)– en 1968; el Frente de Estudiantes Nacional Sindicalistas (FENS), el Frente Sindicalista Unificado (FSU), la Central Obrera Nacional Sindicalista (CONS) o los Círculos Doctrinales de José Antonio. Y en la Transición continuaron surgiendo grupos de «auténticos» como la Falange Española de las JONS Auténtica FE(A) o la Falange Española Auténtica (FEA).

Las nuevas asociaciones falangistas intentaron recuperar Falange desde la doctrina joseantoniana y publicitarla ante la opinión pública, pero su talón de Aquiles fueron las divisiones internas por las que se convirtió en común su disgregación en pequeños grupos sin apenas relevancia política.

El intento de atentado más famoso hacia Francisco Franco fue el del comando anarquista liderado por Octavio Alberola en San Sebastián en 1962, pero, el primer planteamiento de un magnicidio contra el caudillo partió desde sus propias filas veinte años antes por un grupo de falangistas disidentes que se autoproclamaron «auténticos».