Magnicidios en la España contemporánea: un país donde ser presidente es peligroso
El 27 de diciembre de 1870 con el asesinato del general Juan Prim i Prats, presidente del Consejo de Ministros, natural de Reus, quien era el principal respaldo del futuro Rey de España Amadeo I de Saboya
En los dos últimos siglos hemos tenido un importante número de asesinatos de nuestros hombres más importantes de la política. Aunque esa muestra de chantaje contra la legalidad, no nos diferencia de nuestros vecinos cercanos, que también sufrieron atentados similares. En Portugal, con el regicidio de Carlos I de Portugal y su heredero, el príncipe Luis Felipe, en 1908; en Italia, el del monarca, Humberto I, en 1900, o en Francia, con los presidentes de la República, Francisco María Sadi Carnot, en 1894 y Paul Doumer, en 1932.
En España iniciamos ese siniestro recuento el 27 de diciembre de 1870 con el asesinato del general Juan Prim i Prats, presidente del Consejo de Ministros, natural de Reus, quien era el principal respaldo del futuro Rey de España Amadeo I de Saboya. La responsabilidad del asesinato a arcabuzazos en la Calle del Turco del político catalán quedará en la sombra, aunque con sospechas hacia republicanos radicales y el propio cuñado de la Reina exiliada, el duque de Montpensier. El posterior monarca, también sufrió el 28 de julio de 1872 un atentado fallido que favoreció su abdicación para no acabar asesinado como Maximiliano de Habsburgo en México.
La restauración de la monarquía no traerá la tranquilidad, aunque sí una mayor estabilidad política. Alfonso XII sufrió un par de atentados fallidos en 1878 y 1879 por parte de los anarquistas, verdaderos monopolizadores de la violencia terrorista del periodo. Sin embargo, no será hasta el 8 de agosto de 1897, en tiempo de la regencia de María Cristina de Habsburgo, cuando tuvo lugar el atentado mortal contra Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros. En el balneario de santa Águeda, en Mondragón (Guipúzcoa), un anarquista italiano, Michele Angiolillo, asesinó de un disparo en la cabeza al estadista malagueño. La causa fue por la detención y ajusticiamiento de los responsables del terrible atentado contra la Procesión del Corpus en Barcelona, aunque se señalaba a los independentistas cubanos como responsables del encargo, para facilitar la destitución del eficaz general Valeriano Weyler en la isla de Cuba, quien había derrotado militarmente a los secesionistas de la provincia ultramarina.
En pleno siglo XX, el 12 de abril de 1904, en Barcelona tuvo lugar el primer atentado fallido contra Antonio Maura, presidente del Consejo de Ministros, perpetrado por el anarquista Joaquín Miguel Artal con un cuchillo. El joven monarca, Alfonso XIII, también sufrió varios atentados fallidos. El 31 de mayo de 1906, el día de su boda, cuando el anarquista Mateo Morral lanzó una bomba escondida en un ramo de flores, que provocó la muerte a 28 personas. Un año antes había sufrido otro atentado en París en compañía del presidente de Francia, Monsieur Loubet.
Capital del terrorismo
Sin embargo, Barcelona era la capital del terrorismo y el 22 de julio de 1910 tuvo lugar en la ciudad condal un segundo atentado fallido contra Antonio Maura, en esta ocasión tres disparos a quemarropa por parte del socialista Manuel Posa Roca. No obstante, los anarquistas, cómo partidarios de hacer de la violencia el motor del cambio social, fueron los protagonistas de la violencia de una época. El 12 de noviembre de 1912 frustraron la reforma política que pretendía Alfonso XIII, cuando Manuel Pardiñas abatió al político liberal, el ferrolano José Canalejas, presidente del Consejo de Ministros, en la Puerta del Sol de Madrid, mientras contemplaba el escaparate de la Librería San Martín. La restauración verá la desintegración acelerada de sus partidos tradicionales, agotadas sus propuestas políticas.
Barcelona transformada en una ciudad de la sangre por los numerosos enfrentamientos entre los pistoleros de la CNT, los Libres, la patronal y la policía, tendrá como consecuencia que los anarquistas elevasen su objetivo al responsable del ejecutivo. El 8 de marzo de 1921, el gallego Eduardo Dato e Iradier, presidente del Consejo de Ministros, y líder del Partico Conservador, fue abatido por más de veinte disparos efectuados por sus asesinos desde una moto con sidecar.
En la posterior insegura II República, la radicalidad se cobró muchas víctimas, pero no de primeros ministros, aunque uno de los asesinados más relevantes fue el antiguo ministro y líder de la facción monárquica en las cortes republicanas, José Calvo Sotelo, por agentes de seguridad y militantes socialistas vinculados a la escolta de Indalecio Prieto, cinco días antes del estallido de la Guerra Civil.
La banda terrorista ETA
El último magnicidio de nuestra historia se producirá décadas más tarde en la figura del almirante Luis Carrero Blanco, quien había sido elegido por el general Franco, presidente del consejo de ministros en junio de 1973. Una bomba colocada por ETA lo mató el 20 de diciembre 1973, a la salida de Misa, junto a sus escoltas. El atentado mortal puso punto final a los ejecutivos liderados por los tecnócratas, cambiando el protagonismo de la transición a la democracia que se estaba efectuando. Los autores del atentado no llegaron a ser juzgados por estos hechos y tras la muerte de Franco se beneficiaron de la amnistía concedida en 1977.
Sin embargo, la banda terrorista ETA ha sido el principal referente de la violencia terrorista durante la democracia, tras su aparición en el franquismo, con más de ocho centenares de asesinatos. Sus intentos de magnicidios han sido frustrados por las fuerzas policiales, cómo el 19 de abril de 1995, cuando el blindaje del coche de José María Aznar, presidente del Partido Popular y líder de la oposición, recibió el impacto de la explosión de 40 kilos de amosal y 40 de tornillería, o cuando el 9 de agosto del mismo año, en Mallorca, el Cuerpo Nacional de Policía detuvo un comando que se había trasladado a la isla para atentar contra el entonces Rey de España, Juan Carlos de Borbón.