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Alberto Winterhalder y Manuel Otero combatieron en Francia en junio de 1944

Alberto Winterhalder y Manuel Otero combatieron en Francia en junio de 1944

80 años del Desembarco de Normandía

La doble cara del Día D contada por dos españoles que lucharon en bandos opuestos

Alberto Winterhalder y Manuel Otero combatieron en Francia en junio de 1944, uno para el Ejército nazi y otro con los americanos

El 6 de junio de 1944, alrededor de 150.000 soldados y 13.000 paracaidistas protagonizaron una de las batallas más decisivas en la Segunda Guerra Mundial: el desembarco de Normandía. En este acontecimiento, que se convertiría en una de las mayores operaciones de la historia militar en los ámbitos terrestre, naval y aéreo, conocemos la historia de dos españoles que combatieron en bandos opuestos: uno para el Ejército nazi y otro con los americanos. Mientras que uno regresó para contar aquel infierno, el otro murió en la playa de Omaha.

De regresar a España a ser enviado a la costa normanda

«Amigo, ya no te vas a ir de permiso a España», relata Alberto Winterhalder en sus memorias y según recogen Pere Cardona y Manuel P. Villatoro en Lo que nunca te han contado del Día D (Principal Historia). «Esta madrugada, miles de paracaidistas estadounidenses han sido lanzados detrás de nuestras líneas defensivas», le comunicaba uno de los sargentos alemanes.

Alberto Winterhalder García

Alberto Winterhalder García

Nacido en Lérida, Winterhalder era de padre alemán y madre española. En 1942 partió hacia Alemania, donde se alistaría en el ejército. Poco después fue destinado a una batería antiaérea en una pequeña población pesquera situada en el mar del norte hasta que en abril de ese mismo año solicitó su traslado al grupo de artillería ligera de Marina número 686, en la isla de Ré, en la costa atlántica de Francia, frente a La Rochelle. Allí pasaría una temporada lejos de combates y bombardeos.

A pesar de un inicio «plácido» en la guerra, pronto descubriría lo peor de ella cuando a punto de recibir un permiso para volver a España, Winterhalder fue enviado a Rennes para reforzar las tropas de Von Kluge ante la amenaza aliada. Según iban avanzando eran sorprendidos con ataques de los aliados: «Los bombardeos no cesaban, como tampoco lo hacían los ataques de la artillería, ni las emboscadas de las tropas aliadas», describe. El miedo se iba apoderando de él y sus compañeros a medida que iban avanzando y así lo expresa al relatar una de las emboscadas que sufrieron los alemanes a las puertas de Caen, la capital histórica de Normandía.

Francotirador británico en las cercanías de Caen

Francotirador británico en las cercanías de Caen

«En mitad de aquel caos indescriptible, el pánico se apoderó de nosotros. De pronto, ya no veíamos ni los camiones ni ningún atisbo de vida a nuestro alrededor. Solo el terror, agarrado un poco más abajo de nuestra garganta, cerca del corazón. Y en aquella atronadora tormenta de fuego y agua, rodeados de un barro que nos llegaba hasta las rodillas y charcos de agua fangosa, apenas podíamos indicar a los camiones y a las tropas la dirección que debían tomar para salir de allí. Era una extraña sensación que jamás había experimentado en ningún otro momento a lo largo de la vida. Parecía que íbamos a morir de un momento a otro, y casi preferíamos que así fuera antes que seguir de aquella manera, con la insoportable sensación de horror que nos atenazaba. Aquellos momentos se hicieron eternos, parecían no tener fin».

Fracasado el contraataque, los oficiales alemanes ordenaron la retirada y en mitad del caos para volver a sus posiciones iniciales, Winterhalder recibió la orden de requisar unas bicicletas y organizar un «comando especial» para internarse tras las líneas enemigas y atacar a los blindados enemigos e informar «de la posición exacta del enemigo y sus movimientos», detalló el soldado español. En esta última intentona fue capturado por los estadounidenses y rodeado de miembros de la Resistencia francesa, quienes querían tomarse la venganza por su propia mano: «Querían rebanarme el cuello. Todos deseaban pegarme», rememoró en sus escritos. «Nunca había sentido la muerta tan cerca», escribió. Al terminar la guerra fue trasladado a Inglaterra y Estados Unidos hasta volver a España de forma definitiva en julio de 1948, donde intentó pasar página.

Del sueño americano a perecer en una playa francesa

Soldados británicos, estadounidenses y canadienses no dejaban de desembarcar en la orilla y atravesar las playas para correr hasta los puestos defensivos de los nazis en Normandía. Entre los soldados americanos que llegaron a aquellas orillas corría otro español.

Su nombre era Manuel Otero. Trabajó como carpintero y mecánico en La Coruña hasta que al estallar la guerra civil española tuvo que abandonar herramientas y coger armas. Como a otros muchos españoles, le tocó un bando independientemente de sus ideas políticas. En su caso fue el republicano. Participó en la batalla de Brunete donde fue herido. Fue hecho prisionero en Barcelona hasta ser liberado al terminar la contienda.

Aunque volvió a casa, España no era la misma y la experiencia de la guerra no le dejó pasar página como si nada hubiera ocurrido. Por ello decidió marcharse a Estados Unidos, donde acabaría asentándose en Nueva York abriendo un taller mecánico para para buscarse el sustento. Pronto se daría cuenta de que para prosperar en la gran manzana era necesario adquirir la nacionalidad estadounidense.

Así que decidió alistarse en el ejército como voluntario en un programa que permitía a sus integrantes conseguir la nacionalidad sirviendo seis meses para el país. Otero pensó que sería un trámite sencillo apartado del campo de batalla y los bombardeos que asolaba en aquel entonces Europa; sin embargo, pocos días después de enrolarse en el ejército, Japón atacó Pearl Harbor y Estados Unidos entraba en la guerra.

Fue enviado a Inglaterra como parte del contingente que iba a invadir la Francia ocupada: la Big Red One, una División del 16º Regimiento de la 1ª División de Infantería del Ejército de los Estados Unidos quienes se desplegarían en la playa de Omaha el Día D. Al llegar el famoso 6 de junio de 1944, Manuel Otero «desembarca y cruza la playa en un fuego cruzado», recoge Antonio Osende en su libro titulado Manuel Otero, un gallego en Omaha Beach.

Este gallego tuvo «la mala suerte de desembarcar en el peor sitio que le podría haber tocado: la playa Omaha», relata Manuel Arenas, presidente de la Asociación de Amigos del Museo Militar de La Coruña en una entrevista con la Cope. Omaha fue la zona «más castigada por los búnkeres y artillería alemana», detalla Arenas que junto a Osende realiza una investigación para reconstruir la historia de este español en el Día D.

Contraportada de Manuel Otero Martínez: Un gallego en Omaha Beach

Contracubierta de Manuel Otero Martínez: Un gallego en Omaha Beach

Además de no desembarcar en el lugar exacto que habían planeado se le sumó el mal tiempo y el desconocimiento de las posiciones de defensa alemana. Con fusil en mano envuelto en plástico para no mojarlo recibió la orden, junto a dos compañeros, de intentar tomar un búnker. Cuando intentaron atravesar el alambre de espino bajo el intenso fuego de las ametralladoras alemanas, pisaron una mina, lo que provocó la muerte de Otero y de uno de sus compañeros. Ambos formaron parte de los 3.000 soldados del Ejército estadounidense que perdieron la vida en los primeros momentos de la ofensiva.

Manuel Otero fue enterrado en Normandía, en el cementerio de Coleville junto a miles de estadounidenses hasta que en 1948, sus restos fueron trasladados hasta el cementerio de San Juan do Freixo de Sabardes, en Serra de Outes, su pueblo natal. Fue condecorado con la Medalla del Corazón Púrpura.

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