La increíble vida de José Álvarez de Toledo, un agente doble en el colapso del Imperio español
Álvarez de Toledo se ofreció entonces a trabajar por la independencia de México, haciendo de contacto entre Washington y los rebeldes para conseguir armas, barcos y voluntarios
A principios del siglo XIX no faltaban aventureros dispuestos a cambiar de bando en busca de fortuna, pero pocos tienen una biografía como la de José Álvarez de Toledo y Dubois. Marino, diputado liberal, masón, líder independentista mexicano, espía absolutista y hasta diplomático carlista… hay pocas cosas que este personaje no fuera durante sus muchas peripecias.
Nacido en La Habana en 1779, era hijo de un capitán de la Real Armada y una aristócrata criolla. Aunque de orígenes nobles, no estaba emparentado con la famosa casa de los Álvarez de Toledo, sino que su padre y él adornaron el apellido que originalmente era «Toledo» a secas. Siguiendo los pasos paternos, ingresó en la Armada y sirvió durante sus primeros años en varias acciones bélicas en América y Europa contra los ingleses, siendo capturado en una ocasión y enviado prisionero a Inglaterra. Su biógrafo José Antonio Gallego sospecha que pudo ser entonces cuando entró en contacto con la masonería, en la que ingresó.
En el bando independentista
En 1808, al estallar la Guerra de la Independencia, fue liberado y combatió a los franceses en Galicia y Cataluña hasta que se le ofreció participar en las Cortes de Cádiz como diputado suplente por la isla de Santo Domingo, que carecía de representante. José Álvarez de Toledo dio muestras de ideas claramente liberales, pero como natural de Cuba se unió al partido de los diputados americanos que reivindicaban más autonomía para las provincias de América y protestaban por el trato, a su consideración injusto, que las Cortes les daban.
Adoptó aquí posturas muy radicales que adelantaban ya la independencia y en 1811, considerando que la guerra con Francia estaba perdida, escribió cartas al gobernador de Santo Domingo diciendo que la causa de España era insalvable e incitándole a la rebelión. Las autoridades dominicanas, lejos de hacerle caso, denunciaron esta carta al gobierno español de Cádiz. Descubierto, Toledo se dio a la fuga.
Refugiado en Filadelfia (EE. UU.), encontró que México estaba sumergido en la rebelión independentista dirigida por el cura Morelos y que los rebeldes contaban con el apoyo secreto del gobierno estadounidense. Álvarez de Toledo se ofreció entonces a trabajar por la independencia de México, haciendo de contacto entre Washington y los rebeldes para conseguir armas, barcos y voluntarios.
En 1813 consiguió directamente el mando de todas las tropas rebeldes de Texas, y dirigió una expedición reforzada con numerosos mercenarios estadounidenses con la que tomó Béjar, la capital del Estado, pero fue contundentemente derrotado en la batalla del río Medina por las tropas realistas de Joaquín Arredondo. Este fracaso y sus disputas con otros líderes mexicanos le obligaron a huir de nuevo a EE. UU., donde siguió conspirando sin éxito.
Cambio de bando
En 1815, desencantado, volvió a cambiar de bando y escribió en secreto al gobierno español pidiendo el perdón de Fernando VII. Como era uno de los principales cabecillas de los rebeldes mexicanos, se le concedió el indulto a cambio de que continuase sirviendo en secreto como agente doble para filtrar información a Madrid sobre los planes rebeldes. Desempeñó útilmente esta labor hasta ser descubierto por sus antiguos compañeros, por lo que en 1817 volvió a España, donde en busca de un empleo y sueldo se acercó a los círculos absolutistas.
Al estallar la revolución liberal en 1820, Álvarez de Toledo, que había abjurado de su pasado masónico y liberal, continuó sus actividades de agente secreto pero esta vez al servicio del absolutismo. Bajo la excusa de una licencia para tomar las aguas en Francia, se movió por toda Europa llevando correspondencia secreta de Fernando VII a los otros reyes pidiendo que interviniesen en España para derrocar al gobierno liberal. Los liberales de Madrid descubrieron estas gestiones y dieron orden de que se le capturase, pero no lograron dar con él. Finalmente, en 1823 la labor de Álvarez de Toledo y otros agentes absolutistas dio su fruto con la intervención francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis, que puso fin al Trienio Liberal y restableció a Fernando VII como rey absoluto.
Los servicios del intrigante cubano fueron recompensados, pues recibió varios puestos diplomáticos importantes durante la siguiente década y consiguió un matrimonio muy ventajoso con la duquesa viuda de Villafranca, María Tomasa de Palafox y Portocarrero, una afamada y rica dama ilustrada que le dio acceso a lo más granado de la aristocracia cortesana.
Todavía la vida deparaba un giro más a la trayectoria de Álvarez de Toledo, pues con la muerte de Fernando VII decidió proclamarse fiel a Don Carlos María Isidro, por lo que fue purgado de la carrera diplomática como otros carlistas. Durante la guerra civil, representó en Nápoles al gobierno carlista intentando atraer apoyo europeo para la causa legitimista, pero sin éxito. Acabada la guerra se acogió a la amnistía de Isabel II, pero ya no volvería a desempeñar más cargos hasta su muerte en París en 1858.