Serie histórica (I)
La proeza que revolucionó el mundo o cómo Magallanes descubrió el estrecho que lleva su nombre
Américo Vespucio en su Mundus Novus habla ya claramente de un Nuevo Mundo y, a partir de entonces, se inició la búsqueda de un canal que conectase con el mar de Cipango y de las codiciadas Molucas
Es bien conocido que Colón nunca pretendió descubrir un nuevo continente, sino que buscaba llegar a la Especiería por la ruta occidental asumiendo que la tierra era redonda. Algo que ya se sabía desde la Grecia clásica cuando Eratóstenes de Cirene (276 a.c.-194 a.c.) consiguió medir el diámetro de la tierra, con bastante exactitud, por cierto, pero que durante la edad media algunos pusieron en duda. En su tercer viaje, al llegar a tierra firme y navegar por el Orinoco quizás, el almirante, se diese cuenta que aquello no era la India. En la carta de Américo Vespucio de 1502, conocida como Mundus Novus, éste habla ya claramente de un Nuevo Mundo y, a partir de entonces, se inició la búsqueda de un canal que conectase con el mar de Cipango y de las codiciadas Molucas.
En la Junta de navegantes celebrada en Burgos en 1508 y en la que participan entre otros, Yáñez Pinzón, Juan de la Cosa, Juan Díaz de Solís y el propio Vespucio, se decidió enviar una expedición para buscar ese hipotético canal que habría de unir los dos océanos. Dicha expedición explorará, en vano, una gran franja costera continental, desde la actual Venezuela hasta el golfo de México.
Posteriormente, en septiembre de 1513, con el descubrimiento del entonces denominado Mar del Sur por Vasco Núñez de Balboa, se confirma la existencia de un océano, pero sigue sin encontrarse un paso entre ambos, incluso si en aquel istmo la distancia entre el caribe y el Mar del Sur era de apenas unos 80 kilómetros.
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Díaz de Solís, ya como piloto mayor, buscó de nuevo e infructuosamente el paso, esta vez, en territorio austral. Incluso en 1516 llega al Río de la Plata y pensando que era el tan ansiado canal navega hacia el interior hasta que fallece en una reyerta con nativos. Su testigo es recogido por Fernando de Magallanes, en una expedición más ambiciosa, con cinco naves y 239 hombres. El 10 de enero de 1520 regresa al estuario del Plata y tras explorarlo con precaución, debido a la hostilidad de los nativos, se cerciora que solo es la desembocadura de dos ríos. A partir de entonces, continúa navegando hasta el sur.
Hay que tener en cuenta que Magallanes pensaba erróneamente y por extrapolación, que el punto más sureño del nuevo continente debía de estar más o menos a la altura del cabo de Buena Esperanza, descubierto en 1488 por el portugués Bartolomeu Dias, en el continente africano. Si el estuario del Plata estaba más o menos en el mismo paralelo, pensó que estarían a tiro de piedra del objetivo.
Sin embargo, desde Plata al estrecho de Magallanes hay más de 2300 km en línea recta: toda la costa de la actual Argentina y el inicio de la costa chilena atlántica. Además de desconocer la costa por completo, era consciente que cuanto más al sur navegase las condiciones climatológicas iban a ser mucho más extremas, lo que obligó a la expedición a buscar abrigo para pasar el invierno austral en el denominado puerto de San Julián, situado en una amplia región a la que también llamaron Patagonia, por denominar patagones a sus habitantes.
Magallanes, con el final del invierno, volvería a continuar, tercamente, navegando hacia el sur hasta que finalmente descubre el ansiado paso y el 1 de noviembre de 1520 se adentra en el estrecho que bautizó «de Todos los Santos» y que acabaría llevando su nombre. También bautizaría a «Tierra del fuego», por las grandes fogatas que hacían los nativos para calentarse y cuando finalmente llega al Mar del Sur lo rebautizaría como Pacífico. Sin embargo, el esfuerzo había sido titánico. El agreste mar y los imponentes acantilados se habían cobrado una de las naves, la Santiago. La falta de víveres y la poca esperanza en que la empresa se culminase con éxito había motivado dos motines y una deserción, la de la nave San Antonio, con toda su tripulación.
A la expedición todavía le aguardarían múltiples penalidades hasta que Elcano llegase a Sanlúcar casi dos años más tarde. Pero si el descubrimiento del estrecho se había revelado heroico, no lo fue menos los intentos por conquistarlo, ya que la potencia que controlase el estrecho pasaría a controlar la navegación por el mismo.
La segunda expedición a las Molucas, la de Loaisa, también cruzó el estrecho en 1526. Es precisamente en esa expedición en la que uno de los navíos, el San Lesmes, comandado por Francisco de Hoces, es separado de la expedición por una tormenta y descubre el mar que rodea al cabo de Hornos, razón por la que en España se conoce como «mar de Hoces» pese a que el San Lesmes regresó al norte y cruzó por el estrecho de Magallanes. 52 años más tarde, con dos prisioneros españoles y usando cartografía hispana, Drake, en su circunnavegación, también cruza el estrecho, aunque, curiosamente se adjudica el descubrimiento del paso por el cabo de Hornos, al que nunca llegó, sin embargo, «as usual», los ingleses se apresuraron a rebautizarlo como el paso de Drake.
El Corsario se enfrentará a la tribu de los Kawésqar en el área del estrecho y durante su navegación por las actuales costas de Chile y Perú, atacará Valparaíso y otras localidades, así como a algunos barcos españoles, haciéndose con un importante botín. Estas correrías alertaron al Virrey del Perú, Francisco de Toledo, quien entendió que era de crucial importancia asegurarse el control del estrecho antes que lo hiciese Inglaterra o cualquier otra potencia rival. Pero esta decisión, que desde una perspectiva geopolítica era la más adecuada, resultaba tremendamente difícil llevarla a cabo en el siglo XVI.
Es cierto que ya existía cartografía y que la región ya era conocida, porque además de la expedición de Loaisa, la habían visitado la de Simón de Alcazaba en 1535, la de Francisco de Ribera y Alonso de Camargo en 1540, la de Francisco de Ulloa en 1554 y la de Ladrillero en 1557. Pero, el clima de una zona ya tan cercana a la Antártida seguía siendo extremo, la navegación muy compleja, especialmente en el cabo de Hornos y muchas de las tribus que habitaban o nomadeaban el área se mostraban muy hostiles. La conquista del estrecho se antojaba una tarea imposible.