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La ejecución de Robespierre

La ejecución de Robespierre

La caída de Robespierre o el ignomioso final del hombre más infame de la Revolución Francesa

Francia celebra su fiesta nacional todos los años el 14 de julio, una fecha que conmemora la toma de la Bastilla y los logros de la Revolución Francesa

Era el 8 de Termidor del año II del Calendario Republicano (26 de julio de 1794 en el gregoriano). Maximilien Robespierre, el Incorruptible, se encontraba en el podio ante la Convención Nacional, dando un discurso cargado de acusaciones.

A medida que hablaba, iba perfilando una nueva conspiración que amenazaba la Revolución. Dio precisos detalles de sus aspectos financieros, demasiado precisos como para ser sólo un delirio, pero sin mencionar nombres específicos. Se palpaba la tensión, los asamblearios intercambiaban miradas nerviosas, ¿quién sería esta vez enviado a la guillotina? La memoria de la reciente ejecución de Georges Danton, importantísimo líder revolucionario del ala más radical, estaba fresca en la memoria de todos.

Cuando Robespierre terminó su discurso de aquel día, varios asamblearios empezaron a acusarle de incitar al miedo con un discurso excesivamente vago: nombres, querían nombres, ¿quiénes eran los acusados?

Robespierre salió furibundo. Tras el arresto del rey Luis XVI, se había declarado la República y la asamblea legislativa que gobernaba Francia era la Convención Nacional. Robespierre y su facción, los jacobinos, dominaban la Convención y su órgano más temido: el Comité de Salud Pública.

Club de Jacobinos

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Había también otro poder paralelo: la Comuna de París, una suerte de ayuntamiento revolucionario que movilizaba las masas de la capital. Los jacobinos no habían dudado en utilizarla para sus fines, pero también temerosos de su poder, la habían purgado recientemente, cambiando a sus agitadores más preeminentes por hombres más fáciles de controlar.

Los miembros de la Convención sabían que debían actuar antes de que sus nombres aparecieran en alguna lista de enemigos de la Revolución. La amenaza de la guillotina los volvió conspiradores. Tras los eventos del 26 de julio pasaron la noche preparando un plan para la sesión del día siguiente.

Cuando ésta llegó, la mano derecha de Robespierre, el joven Saint-Just, apodado «el ángel de la muerte», tomó el podio. Sin embargo, antes de poder empezar su discurso, fue interrumpido por denuncias de tiranía dirigidas a Robespierre.

Saint-Just quedó atónito, incapaz de responder, mientras sus enemigos empezaban a verter acusaciones. Robespierre intentaba defenderse, pero no podía hacerse oír por encima de los abucheos.

–«¡Es la sangre de Danton, que le ahoga!» -gritaron desde la bancada.

–«¿Danton? –replicó Robespierre– ¿Es por Danton que os lamentáis? ¡Cobardes! ¿Y por qué no lo defendisteis?».

Esas fueron sus últimas palabras registradas en el acta de aquel día.

9 de Thermidor, la caída de Robespierre

9 de Thermidor, la caída de RobespierreWikimedia Commons

La Convención votó el arresto de Robespierre, así como el de sus colaboradores más cercanos. Cuando la noticia llegó a la Comuna de París, se movilizaron las masas y se prepararon para liberar a los líderes jacobinos. La Convención reaccionó enviando a los prisioneros a las cárceles, para ser allí custodiados, pero los carceleros, leales a la Comuna, les dejaron en libertad. Robespierre y los suyos fueron declarados proscritos, criminales huidos de la justicia.

Los hombres de Robespierre se concentraron en el ayuntamiento, en el Hôtel de Ville, para un último enfrentamiento. Sin embargo, la Comuna, purgada, no tenía la capacidad de movilización de antes, y viéndose escasos en número, los milicianos fueron dispersándose poco a poco.

Mientras, fuerzas leales a la Convención rodeaban el Hôtel de Ville, y las dos de la madrugada entraban en el edificio, enfrentando una resistencia apenas simbólica, y encontrando un espectáculo dantesco.

El primer detenido fue el hermano del dictador, Augustine, que yacía frente al edificio tras haber intentado, sin éxito, escapar por una ventana, cayendo de una altura de tres pisos y rompiéndose ambas piernas. Ya en el interior, el lisiado Couthon, que normalmente usaba silla de ruedas, fue encontrado al pie de una escalera, también herido y en agonía.

En el piso superior, uno de los colaboradores de Robespierre había conseguido introducir dos pistolas: una la usó para suicidarse él, la otra la entregó a su líder para que hiciera lo mismo. Robespierre, que nunca había utilizado un arma, falló el tiro, volándose media mandíbula y quedando la otra media colgando. Junto a ellos encontraron también al joven Saint-Just, quien esperaba impasible su arresto.

El comandante de la Guardia Nacional, localizado unas horas más tarde, fue el último en ser detenido. Había intentado escapar por una ventana, como Augustine, y sufrido una caída similar, pero con la desgracia añadida de que la suya acabó en una alcantarilla abierta, donde permaneció las horas que tardaron en encontrarle.

Detención de Robespierre en la Convención Nacional. Cuadro de Max Adamo (1870)

Detención de Robespierre en la Convención Nacional. Cuadro de Max Adamo (1870)

Robespierre, ensangrentado y apenas consciente, fue dejado sobre una mesa. Nadie pensaba que fuera a sobrevivir a la noche. En torno al amanecer se percataron de que no parecía que su muerte fuera inminente y enviaron a un médico, que ató su mandíbula con un pañuelo. Como todos los arrestados eran proscritos, se les mandó a la guillotina sin juicio previo.

Aquellos que hacía dos noches controlaban Francia debieron presentar una estampa lamentable en su camino al patíbulo. Robespierre era el último en fila para ser ejecutado. Aunque inmerso en un terrible sufrimiento, llegó a la guillotina por su propio pie.

Ya con su cabeza bajo la cuchilla, el verdugo decidió que el pañuelo podía estorbar la ejecución, y lo arrancó de un fuerte tirón. La mandíbula volvió a quedar colgando, y Robespierre profirió un terrible alarido antes de que la guillotina, a la que tantos había mandado, le silenciara.

Se consumaba así la llamada Reacción de Termidor. Le tocaba ahora a los jacobinos el turno de sufrir la persecución política mientras la Revolución entraba en su última fase.

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