Dinastías y poder
Una serie de catastróficas desdichas: la vida de Luisa Fernanda, «dueña» de la mitad del Museo del Prado
Con ella se unieron dos de las dinastías más poderosas de Europa, los Borbón y los Orleáns. Aunque su herencia resultó desgraciada: de sus nueve hijos, siete fallecieron a edad muy temprana
Hija del pérfido Fernando VII y esposa del conspicuo duque de Montpensier, la vida de la infanta Luisa Fernanda estuvo marcada por ambiciones y deslealtades. Con ella se unieron dos de las dinastías más poderosas de Europa, los Borbón y los Orleáns. Aunque su herencia resultó desgraciada: de sus nueve hijos, siete fallecieron a edad muy temprana. Entre ellos, la llorada reina Mercedes, fugaz esposa de Alfonso XII.
Su único varón, Antonio de Orleáns y Borbón, dio una vida desdichada a la infanta Eulalia y avergonzó a la familia con su falta de patriotismo por negarse a ir a Cuba amén de sonadas relaciones deshonrosas. Una nieta de Luisa Fernanda, Amelia, llegó a convertirse en reina de Portugal, la última antes de la caída de la monarquía lusa en 1910.
Hija, hermana, madre y abuela de reina. Luisa Fernanda nació en el Palacio Real de Madrid en 1832. Pero su vida estuvo marcada por las revoluciones que protagonizaron el siglo XIX. La muerte de su padre en 1833 provocó el inicio de la Primera Guerra Carlista y el final de esta, la salida de España de su madre, María Cristina de Nápoles. Isabel y Luisa Fernanda se quedaron en Madrid al cuidado de Agustín de Argüelles y doña Juana de Vega. Luisa Fernanda creció con salud, pero era tímida y retraída, como magistralmente la retrató Federico de Madrazo. La proclamación de la mayoría de edad de Isabel II en 1844 y los equilibrios de las chancillerías internacionales, hicieron que la infanta se convirtiese en un importante peón matrimonial.
Luis Felipe de Orleans, todavía rey de Francia quiso ver en la adolescente española la posibilidad de un trono para el menor de sus vástagos. Todo apuntaba a que así sería cuando se concertó el matrimonio con Antonio, duque de Montpensier. El casamiento tuvo lugar en Madrid el 10 de octubre de 1846 y desde entonces, la vida de Luisa Fernanda estuvo condicionada por las circunstancias de una Europa convulsa. La joven pareja se estableció en París, en el palacio de Tullerías aunque también disfrutaba de los castillos de Vincennes y Randán, en Auvernia. Pero la Revolución del 48 terminó con la monarquía liberal en Francia y los Orleans en el exilio, en Londres, donde ya vivía su suegro, el destronado «rey burgués». No llegaron a España hasta 1850 y los problemas no hicieron más que comenzar.
En Madrid, las discrepancias con su hermana resultaron inmediatas: el mal rumbo político de la monarquía isabelina, en una España de espadones donde los nombres de Narváez, Espartero y O´Donnell abrían los corrillos políticos, desestabilizaron un régimen abierto a las corruptelas. Las críticas del intrigante Montpensier a su cuñada Isabel los obligaron a trasladarse a Sevilla.
Gracias a la fortuna de la infanta y la buena posición del ambicioso y cosmopolita Montpensier compraron el Palacio de San Telmo, además de terrenos y residencias en las vecinas localidades de Villamanrique de la Condesa y Sanlúcar de Barrameda. Sus hijos crecieron entre plantaciones agrícolas y el cultivo de naranjas que valieron al duque el desdeñoso apelativo de «naranjero» o «hinchado pastelero francés». Sin embargo, su afán de poder le llevó a implicarse en los preparativos de la Revolución de Septiembre de 1868 que terminaría con los Borbones en el exilio.
La Trinchera de la historia
La abdicación de «la reina de los tristes destinos»: Isabel II parte al exilio en París
Los Montpensier recibieron la noticia del triunfo de la Gloriosa en Lisboa, ciudad a la que habían partido por orden expresa del gobierno en una especie de exilio adelantado. Desde entonces, Antonio de Orleans creyó ver cerca el trono de España: se equivocaba. Su rivalidad con Prim así como el fatídico duelo contra el infante don Enrique, de tendencia marcadamente liberal –era a su vez hermano del rey consorte Francisco de Asís– terminaron con sus pretensiones. Amadeo de Saboya lo mandó al destierro y la familia tuvo que regresar al Palacio de Randan, en plena Auvernia francesa. En estos paisajes, el futuro Alfonso XII se enamoró de Mercedes.
Fracasado el intento de Antonio de Orleáns de hacerse con la corona por la vía revolucionaria, la familia se unió en el reconocimiento al joven príncipe Alfonso como candidato al trono de España. Cánovas tomaba las riendas en lo que era el inicio de la Restauración. Ya en España y proclamado rey Alfonso XII, la infanta Mercedes –tercera de las hijas de Luisa Fernanda– se convertía en reina de España.
Era el año 1878 pero la tragedia les golpeaba con la muerte, en plena juventud, de la joven Mercedes. Sólo las obras de caridad, su devoción a la Virgen de Regla, en Chipiona y la del Rocío, en Almonte (Huelva), aliviaron el dolor doméstico de Luisa Fernanda. Meses después moría la cuarta de sus hijas, Cristina, a causa de tuberculosis. Solo su primogénita, María Isabel, pareció darle alegrías al casarse con su también primo, el conde de París, padres de la futura reina Amelia de Portugal y de la infanta Luisa de Orleáns, abuela materna de Juan Carlos I.
Dueña de la mitad del Museo del Prado (entonces Museo Real) por herencia directa de su padre, Luisa Fernanda vendió la parte que le correspondía a su hermana Isabel II, con la finalidad de mantener unido este patrimonio cultural. Ya viuda, cedió a los sevillanos los jardines de su residencia, desde entonces convertidos en el Parque de María Luisa. Se retiró al Palacio de San Telmo y aquí pasó el resto de sus días, alejada, por fin, de las intrigas de la Corte.
Falleció en Sevilla en 1897. Era un 2 de febrero y los cañones de las Torre del Oro hicieron salvas de ordenanza, doblaron las campanas de la Giralda y los buques anclados en el Guadalquivir izaron bandera a media asta. El féretro, cubierto con un paño negro, un crucifijo y un ramo de violetas, sin adornos ni insignias marchó a la estación de la plaza de Armas para viajar hasta Madrid. La carroza, tirada por caballos enjaezados con mantas y penachos negros. Cuatro cañonazos anunciaron la llegada del cuerpo de Luisa Fernanda a la capital en la que había nacido sesenta y cinco años atrás.
Solo le sobrevivió su hija Isabel y su hijo Antonio, duque de Galliera, que pasaba a heredar una inmensa fortuna dilapidada en una vida licenciosa.