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La Palestra de Olimpia, lugar dedicado al entrenamiento de luchadores y otros atletas

La Palestra de Olimpia, lugar dedicado al entrenamiento de luchadores y otros atletas

El origen de los Juegos Olímpicos: fue una cuestión religiosa y diplomática, más que deportiva

El término Olimpiada procede, como es bien sabido, de Olimpia. Era esta una polis como cualquier otra de la Élide, en el noroeste del Peloponeso

«Pero Aquiles no dejó dispersarse a los mirmidones, / sino que dijo a sus aguerridos compañeros: / ‘¡Mirmidones, de rápidos potros, mis fieles compañeros! / No desunzamos aún de los carros los solípedos caballos; / en vez de eso, congreguémonos con los corceles y los carros / y lloremos a Patroclo: ésa es la recompensa de los difuntos’» (Hom. Il. XXIII, 4-9). En este precioso comienzo del canto vigésimo tercero de la Ilíada, más conocido como Los funerales de Patroclo, Aquiles llama a sus hombres, los mirmidones (nombre por el que se conocía a los míticos habitantes de la isla de Ftía, donde reinaba Aquiles, y no, como los presenta Wolfgang Petersen en la película Troya, una especie de fuerza de élite), a llevar a cabo carreras de carros en torno al túmulo sobre el que han colocado el cuerpo de su amigo Patroclo. Aquí no solo encontramos uno de los momentos más bellos de la literatura universal, sino también uno de los primeros testimonios literarios de juegos funerarios.

Carreras de carros

Carreras de carros

Estos αγώνες/agones (el término comprende desde «asamblea» hasta «contienda») en los que se competía por un premio (ἀγωνίζομαι/agonitsomai) en un contexto religioso, ya fuera funerario o cultual, se pierden en la noche de los tiempos. Lo que está claro es que si se ven reflejados en una historia tan antigua como la Ilíada quiere decir que procederían de mucho más antiguo, seguramente de la llamada Edad Oscura (ss. XII-VIII a.C.). Precisamente el final de esta edad y el comienzo de la siguiente, la Época arcaica (ss. VIII-V a.C.), se marca con el registro del primer ganador del ἀγών/agon («juegos» a partir de ahora) de Olimpia en el año 776 a.C.

Este año es tomado solo por los investigadores modernos para separar eso dos periodos de la historia griega. Para los antiguos griegos (y después para todo el Mediterráneo) las Olimpiadas eran mucho más que competiciones atléticas: eran religión, eran diplomacia, eran la medida del tiempo. El autor griego Polibio de Megalópolis, que escribió su obra Historias en el siglo II a.C., cuenta los años según las Olimpiadas, como generalmente se hacía en la época, para datar el comienzo de la Primera Guerra Púnica entre cartagineses y romanos (264 – 241 a.C.): «estableceremos como punto inicial de este libro la primera travesía que los romanos efectuaron fuera de Italia […], y cae en la Olimpiada ciento veintinueve» (Plb. I, 5, 1).

Las Olimpiadas eran mucho más que competiciones atléticas: eran religión, eran diplomacia, eran la medida del tiempo

El término Olimpiada procede, como es bien sabido, de Olimpia. Era esta una polis como cualquier otra de la Élide, en el noroeste del Peloponeso. O al menos lo era en época arcaica. El lugar había estado ocupado desde tiempos inmemoriales, pues se han hallado restos en su suelo que se retrotraen hasta el cuarto milenio a.C. A lo largo del siglo VIII a.C. el santuario situado en Olimpia fue adquiriendo una importancia sobresaliente entre las comunidades eleas y con el paso del tiempo, como señala F. J. Gómez Espelosín, esta se fue extendiendo por todo el mundo helénico, y «las ofrendas se multiplicaron, así como su condición excepcional» de santuario internacional (entendiendo esto en el ámbito de las poleis griegas).

Impresión artística de la antigua Olimpia

Impresión artística de la antigua Olimpia

Aunque se conoce la existencia de un templo de Hera, o Hereon, datado en el siglo VII a.C., en el periodo clásico (499-336 a.C.) se construyó el templo de Zeus, con la gigantesca estatua de oro y marfil del dios hecha por Fidias, una de las Siete Maravillas del Mundo. Griegos de toda la ecúmene viajaban a Olimpia para competir y honrar al dios Zeus, bajo cuya protección se encontraba el santuario Además, se establecía una tregua sagrada entre todos los participantes pudieran acudir sin problema al santuario.

Con el correr de los siglos, representantes de las poleis de Sicilia y la Magna Grecia se unieron al elenco de atletas, y, finalmente, lo hizo Roma. La condición era ser libre y hablar griego. Aun así, Olimpia no era el único caso de santuario «internacional» de Grecia que albergaba juegos atléticos de importancia. Santuarios como el de Apolo en Delfos, el de Zeus en Nemea y el de Poseidón en el istmo de Corinto contaban también con certámenes atléticos en honor a sus dioses protectores: los Juegos Píticos, los Juegos Nemeos y los Juegos Ístmicos.

Teágenes recibe la palma de honor, entregada por Cariclea. Óleo sobre lienzo pintado hacia 1626 por Abraham Bloemaert

Teágenes recibe la palma de honor, entregada por Cariclea. Óleo sobre lienzo pintado hacia 1626 por Abraham Bloemaert

Según Pausanias, un historiador griego del siglo II d.C., los Juegos Olímpicos se habían venido celebrando en la polis elea desde los tiempos en que Heracles había llevado a cabo sus Doce Trabajos para el rey Euristeo, pero los Juegos cayeron en el olvido hasta que Ífito, «que era de la familia de Óxilo y de la edad de Licurgo, el que escribió las leyes de los lacedemonios», los restableció en el 776 a.C.: «cuando comenzó la tradición ininterrumpida de las olimpiadas, se establecieron en primer lugar premios de carreras, y el eleo Corebo venció» (Paus. V, 8, 5). Aunque ciertamente Pausanias no es la fuente más fiable a la que se puede acudir, su información encuentra eco en otras fuentes, como por ejemplo en la epigrafía o en los papiros, que nos han legado listas de ganadores de las distintas pruebas de los Juegos a lo largo de los siglos.

La información de Pausanias, además, evidencia dos ideas interesantes: primero, que ya en el siglo II d.C. los Juegos Olímpicos eran considerados de gran antigüedad; y segundo, que comenzaron con las carreras, estableciendo así un paralelismo con la Ilíada en sus versos sobre los funerales de Patroclo. En su Descripción de Grecia Pausanias (que cita el pasaje de Homero) explica que tras la restauración de los Juegos, como los antiguos habían sido olvidados, «cada vez que recordaban algo lo añadían» (Paus. V, 8, 5): si en la 1ª Olimpiada (776 a.C.) la carrera (στάδιον/estadion) fue la única prueba, en la 14ª (724 a.C.) se añadió la carrera doble (δίαυλος/diaulos), en la 18ª (708 a.C.) el pentatlón (πένταθλον/pentathlon) y la lucha (πάλη/pale), en la 23ª el pugilato (πύξ/pyx), y en la 93ª la carrera de carros con dos caballos (συνωρίς/synoris).

Según Pausanias no sólo se añadían, sino que también «fueron suprimidas algunas pruebas de Olimpia, porque los eleos cambiaron de opinión y resolvieron no celebrarlas ya» (Paus. V, 9, 1), entre ellas, el pentatlón infantil, el pancracio infantil o la carrera de carros de mulas. Pero independientemente de las pruebas que se añadieran o eliminaran, hubo tres que siempre ocuparon el podio: el pentatlón, el pancracio y la carrera de carros (synoris).

Representación moderna (1876) de Jean Léon Gérôme de una carrera de cuadrigas en el Circo Máximo de Roma

Representación moderna (1876) de Jean Léon Gérôme de una carrera de cuadrigas en el Circo Máximo de Roma

Esta última se convirtió en «la prueba más importante y prestigiosa» del certamen según Gómez Espelosín. No en vano la carrera de carros (de dos caballos, bigae) fue el deporte rey en la ciudad de Roma (y más tarde de Constantinopla), llegando muchos romanos a obtener la corona de olivo silvestre de campeón. Entre los vencedores más famosos en la carrera de carros se encuentran el general ateniense Alcibíades (en 416 a.C., Olimpiada 91ª), el rey macedonio Filipo II, con el poco habitual palmarés de tres victorias consecutivas (en 356, 352 y 348 a.C. en las Olimpiadas 106ª, 107ª y 108ª), y el más pintoresco de todos ellos, el emperador Nerón, que obtuvo la corona de olivo a pesar de haber hecho repetir la carrera dos veces y haber sufrido una caída.

Los Juegos Olímpicos de la Antigüedad, celebrados cada cuatro años en torno al santuario de Zeus en Olimpia, eran para los antiguos el gran evento político-religioso del Mediterráneo, mucho más que un mero espectáculo atlético. Llegaron a establecer las eras en el periodo precristiano. En ellos compitieron reyes y emperadores. Sus treguas sagradas pausaron importantes conflictos bélicos. Su recinto se consideraba sagrado. Merece la pena recapacitar sobre el significado antiguo de los Juegos Olímpicos, especialmente su dimensión religiosa, pues dice mucho de la antigüedad.

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