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Combate naval entre el navío Catalán al mando de Serrano y el Mary al mando de VernonMuseo Naval

Las fábricas de artillería de Liérganes y la Cavada que ayudaron a España a dominar los mares del mundo

La artillería era parte indisoluble de la guerra naval, no sólo en su uso en combate, sino también estratégicamente hablando, puesto que la fundición de cañones en hierro sólo estaba al alcance de unas pocas factorías en todo el mundo

En el siglo XVIII, los navíos de línea podían dominar los mares del mundo gracias a los poderosos cañones de sus costados. La artillería era parte indisoluble de la guerra naval, no sólo en una esfera táctica, es decir, en su uso en combate, sino también estratégicamente hablando, puesto que la fundición de cañones en hierro sólo estaba al alcance de unas pocas factorías en todo el mundo, operadas por un personal altamente especializado. En España, esto era sinónimo de las Reales Fábricas de Artillería de Liérganes y La Cavada, emplazamientos montañeses en que se construirían los primeros altos hornos de la nación, siglos antes que en Galicia, Málaga o el País Vasco, ejemplos que suelen mencionarse antes que estos.

Durante el siglo XVI y los primeros años del XVII, los cañones eran fundidos en bronce, pero este metal cada vez era más caro y su abundacia era menor, generando un reto a la Armada. Esta problemática también la sufrían otras escuadras, por lo que era menester encontrar un material económico, abundante y que pudiera manufacturarse en los tiempos que la demanda requería. ¿La solución? El hierro. El mineral era barato y abundante, mientras que el alto horno permitía que fuera fundido eficazmente.

Arco de acceso a la Real Fábrica en 1890, cuando esta ya se hallaba abandonada

Suecos e ingleses ya habían puesto en marcha sus fábricas y la tecnología tardaría poco en llegar a España. Los funcionarios de Felipe III eran conscientes de estas ventajas, por lo que el Consejo de Estado y el de Guerra buscaron a un fundidor que pudiera hacerse cargo de esta técnica, entrando a la palestra el valón Juan Curcio, originario de Lieja en la actual Bélgica. Acompañado de eficaces fundidores, pondría en marcha los dos primeros altos hornos de España en Liérganes en 1628, tras un costosísimo proceso que había tenido su génesis en 1616.

Sin embargo, nuestro fundidor tendría que dar paso a un consorcio hispano-belga que se haría cargo de la gestión, que acabaría liderado por Jorge de Bande y posteriormente por su esposa, Mariana de Brito de padre valón y madre española. Las fábricas funcionaron bien y pudieron proveer a las Armadas españolas de un número de piezas amplio para cubrir sus necesidades, inaugurándose dos nuevos altos hornos en La Cavada en el año de 1636.

Los navíos de línea del siglo XVIII mantendrían el uso de estos cañones fundidos en hierro, siendo habitual que un dos puentes 'convencional' armara hasta 74 cañones en sus dos bandas, mientras que los de tres puentes hacían lo propio con 90, 110 ó 140 cañones, como el Santísima Trinidad. Los cañones eran catalogados según las libras de bala que pudieran disparar, es decir, el peso del proyectil. En la Real Armada del siglo XVIII se podían contar con piezas de á 4, de á 6, de á 8, de á 12, de á 16, de á 18, de á 24 y de á 36 libras de bala, reglamento compartido con la Marine Royale, mientras que la Royal Navy usó de hasta 32 libras de bala.

De todas estas piezas, la que más polémica ha suscitado es la de 36, ya que no sabemos cuando fue fundida por primera vez en las fábricas montañesas. Muchos sostienen que en torno a 1750, fecha que yo también comparto a la luz de la documentación del Archivo de Simancas, aunque la Real Armada tenía unos navíos igual de efectivos cuando sólo embarcaban cañones de hasta 24 libras de bala.

Los navíos de línea podían tener dos, tres o cuatro puentes o baterías completas, a los que sumamos las piezas auxiliares de alcázar y castillo. Un dos puentes, como el San Juan Nepomuceno o el San Fernando llevarían cañones de á 24 libras de bala y a finales del siglo de á 36, mismo caso para los tres puentes, por ejemplo, el Príncipe de Asturias. Las segundas baterías –tercera y cuarta para el Santísima Trinidad– incluían piezas de á 18 libras de bala, mientras que, en los mencionados castillo y alcázar se instalaban cañones de á 4 y de á 6 libras de bala.

Finalmente, en la localidad cántabra de La Cavada se puede visitar el Museo de las Reales Fábricas de Artillería de Liérganes y La Cavada, gestionado por la asociación del mismo nombre, en que se hace un preciso y ameno recorrido por la historia de ambas fábricas y se puede contemplar una pequeña sección, a escala real, del San Juan Nepomuceno con sus cañones de á 18 libras de bala.