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30 de junio de 2024

Carlos Parrilla. Navíos de línea: El Santísima Trinidad al frente, al la derecha el Príncipe de Asturias

Carlos Parrilla. Navíos de línea: El Santísima Trinidad al frente, a la derecha, el Príncipe de Asturias

El triste final de Santísima Trinidad, el buque insignia de la Armada Española del siglo XVIII

Estaba destinado a ser glorioso; sin embargo, no resultó ser tan operativo como se esperaba y padeció varios problemas técnicos que derivaron de su construcción. Aunque esto no impediría que luchase contra sus enemigos hasta la extenuación

«El interior era maravilloso por la distribución de los diversos compartimientos, ya fuesen puentes para la artillería, sollados para la tripulación, pañoles para depósitos de víveres, cámaras para los jefes, cocinas, enfermería y demás servicios. Me quedé absorto recorriendo las galerías y demás escondrijos de aquel Escorial de los mares». Con estas palabras describe Gabriel de Araceli, protagonista del episodio nacional que dedica Benito Pérez Galdós a la batalla de Trafalgar, al navío Santísima Trinidad, el buque insignia de la Armada Española a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

Galdós acertó con aquel apodo, pues el Santísima Trinidad o «El Escorial de los mares», fue el navío mejor armado y el más grande jamás construido de su época. Estaba destinado a ser glorioso; sin embargo, no resultó ser tan operativo como se esperaba y padeció varios problemas técnicos que derivaron de su construcción. Aunque esto no impediría que luchase contra sus enemigos hasta la extenuación: se enfrentaría a cinco navíos ingleses en Trafalgar antes de perecer en combate.

El buque más potente de su época

Según relata el historiador Agustín Rodríguez González en su obra Trafalgar y el conflicto naval anglo-español del siglo XVIII (Actas, 2005), el siglo XVIII fue una época «de grandes cambios en la construcción naval, motivada por la rivalidad entre el Reino Unido, y la alianza entre España y Francia». En esta búsqueda de la «excelencia y la superioridad sobre sus enemigos», en España se cambió de sistema de construcción en cuatro ocasiones, tal y como recoge el académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.

Construcción de una fragata en un astillero español del siglo XVIII

Construcción de una fragata en un astillero español del siglo XVIIIAlbum del Marques de la Victoria / Museo Naval de Madrid

De esta manera, el gran marino y científico Jorge Juan fue enviado a Inglaterra para espiar los métodos de diseño y construcción ingleses. Para completar la tarea, se contrató a ingenieros de aquellos lares para que aplicasen y enseñasen las mejoras británicas. «El más distinguido fue Mateo Mullan, un irlandés», relata el historiador. Fue bajo las instrucciones y diseños de Mullan por las que se botaron en los astilleros de La Habana en 1769 el colosal navío bautizado como el Santísima Trinidad.

Sus grandes dimensiones hacían de él un navío pesado y lento, aunque, según explica Rodríguez González en su obra, estas características eran normales en «todos los [buques] de su clase de aquella época de cualquier nación». Llegó a tener 140 cañones, «20 más que los más grandes, lo que le convirtió en el buque más potente de su época», indica. Cabe mencionar «el carácter de ensayo» que tuvo el Trinidad, pues fue el único que se construyó siguiendo un modelo «a la inglesa».

Con grandes esperanzas puestas en «El Escorial de los mares», el coloso participó en diversas acciones militares, pero sin llegar a brillar en los combates. «Fue el buque insignia del almirante Luis de Córdova durante la guerra en que Francia y España apoyaron la independencia de los Estados Unidos», destaca el experto en Historia Naval. Bajo su mando, el Trinidad participó en la incursión franco-española del canal de la Mancha, el «supuesto preludio de una invasión de Inglaterra», según considera el historiador.

Asimismo, el Santísima Trinidad actuó en «el indeciso combate de cabo Espartel, en octubre de 1782». Pero «su mayor triunfo», advierte Rodríguez González, fue dos años antes, cuando contribuyó a apresar un enorme convoy británico en cabo de Santa María (1780), capturando 52 de los 55 buques que llevaban refuerzos y suministros a los frentes de la lucha.

El navío Infante Don Pelayo acude en ayuda del Santísima Trinidad, asediado por los buques ingleses, durante la batalla del Cabo San Vicente. Obra de Augusto Brugada

El navío Infante Don Pelayo acude en ayuda del Santísima Trinidad, asediado por los buques ingleses, durante la batalla del Cabo San Vicente. Obra de Augusto Brugada

Los británicos aprendieron de esta derrota y decidieron cambiar su táctica: «En vez del combate en paralelo de dos largas filas de navíos disparándose mutuamente a media distancia», narra el historiador en Trafalgar y el conflicto naval anglo-español del siglo XVIII, vieron más efectivo «atacar en columna atravesando la línea enemiga por los huecos entre ellos y abrumar en grupo a cada buque enemigo aislado hasta su rendición».

Y así hicieron en la batalla de San Vicente de 1797, «cuando el aislado ‘Trinidad’ estuvo a punto de perderse y se salvó por el socorro del ‘Pelayo’, mandado por [Cayetano] Valdés», narra Rodríguez González. De esta batalla «El Escorial de los mares» salió bastante maltrecho tras haber aguantado cinco horas de severo fuego británico. Por ello, poco antes de la batalla de Trafalgar, el Trinidad tendría una última reforma.

La última batalla del «orgullo de la Armada Española»

Al llegar el año 1805, el buque insignia de la Armada Española participaría en la que sería su última batalla: la de Trafalgar. Por aquel entonces, España y su flota eran cruciales para la estrategia militar de Napoleón, según explica el profesor de Geografía e Historia José Antonio Doncel Domínguez en su blog Las historias de Doncel. El corso necesitaba los barcos españoles para derrotar a la Royal Navy y de ese modo poder invadir las islas británicas.

Doncel indica que, por aquel entonces, la flota española «se encontraba en un pésimo estado»: la calidad de las tripulaciones era malo y, además, había un escaso mantenimiento de los barcos, por la falta de recursos económicos para ello.

Los españoles construyen magníficos barcos, pero sus tripulantes son lamentablesHoratio Nelson

«Pero todavía conservaba buenos navíos y oficiales de gran nivel», que conscientes del estado de su Armada evitaron el enfrentamiento con los británicos, hasta que el almirante francés Villeneuve, al mando de la flota combinada franco-española, dio la orden de partir y enfrentarse a la flota del almirante Horatio Nelson. A pesar de la superioridad numérica de la flota aliada, «la rapidez y preparación de los británicos, así como el arrojo y la astucia de Nelson, invirtieron la situación y rompieron de nuevo la superioridad de su enemigo», expresa el profesor de Geografía e Historia.

La batalla de Trafalgar

División de las tropas en la batalla de Trafalgar

Siguiendo las órdenes del almirante francés, la flota española formó una inmensa hilera con la que pretendía cañonear a los buques enemigos, estando en el centro el buque insignia de Villeneuve, el Bucentaure y el Trinidad, capitaneado por Francisco Javier de Uriarte y Baltasar Hidalgo de Cisneros, como uno de los jefes de escuadra de la flota combinada. Por su parte, Nelson organizó dos hileras de buques que se dirigían perpendicularmente hacia el centro de la armada aliada y aplicando el nuevo sistema de ataque, los ingleses hicieron del Trinidad en uno de sus principales objetivos –Nelson tuvo a «El Escorial de los mares» en su punto de mira llegando a reconocer a su mujer que «los españoles construyen magníficos barcos, pero sus tripulantes son lamentables»– y lo rodearon.

Fue atacado por hasta cinco barcos ingleses: el Neptune, Leviatan, Conqueror, Africa y Prince. «Un grupo de navíos rodeó al Trinidad y lo apresó, pese a su heroica defensa, que duró más que el buque insignia de Villenueve», comenta Rodríguez González. El coloso español se batió con valentía durante horas con los navíos ingleses y rechazó toda capitulación a pesar de sufrir gravísimos daños y perder a la mitad de la tripulación entre heridos (entre ellos los propios Cisneros y Uriarte).

El Santísima Trinidad, ya con bandera inglesa y desarbolado, a merced de la tempestad que finalmente lo hundirá con los heridos en el combate en su interior

El Santísima Trinidad, ya con bandera inglesa y desarbolado, a merced de la tempestad que finalmente lo hundirá con los heridos en el combate en su interior

«Tal quedó el casco del navío que empezó a hundirse, y los británicos evacuaron a los captores y a los prisioneros, dejando en el buque a los agonizantes, oyendo los quejidos y lamentos de aquellos al hundirse el buque. De su dotación murieron más de 200 hombres, en el combate y en el naufragio, la cifra más elevada de bajas en la escuadra española de Gravina», recoge la obra del académico correspondiente de la RAH.

El Santísima Trinidad, «colosal, pesadilla inglesa y cancerbero de la gloria española» –según describe el periodista Manuel P. Villatoro– aún sigue luchando una última batalla bajo las aguas cercanas a Gibraltar, a la espera de que alguien lo rescate del olvido al que fue sometido por los cañones ingleses en 1805.

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