¿Pudo Cuba ser francesa? La oferta para entregar la isla a los franceses en 1821
Su ubicación estratégica para dominar las rutas caribeñas, su riqueza en recursos naturales y su potencial económico no pasaban desapercibidos a las otras potencias extranjeras
Cuba, conocida como «La Perla del Caribe», se consolidó muy pronto como la posesión más importante de España en el Caribe. Su ubicación estratégica para dominar las rutas caribeñas, su riqueza en recursos naturales y su potencial económico no pasaban desapercibidos a las otras potencias extranjeras. Durante el siglo XVIII los británicos lanzaron varios ataques contra la isla. En 1762 llegaron a conquistar La Habana, pero tuvieron que devolverla al año siguiente canjeándola por Florida.
Otra potencia que tenía sus ojos puestos en la isla eran los jóvenes Estados Unidos, que desde el momento mismo de su independencia entendieron que la posesión de Cuba les daría la llave para controlar todo el hemisferio americano. Como sabemos, este objetivo no se consiguió hasta un siglo después, en el Desastre del 98. Si las ambiciones británicas y estadounidenses son bien conocidas, mucho menos lo son los proyectos de Francia para hacerse con Cuba.
Aunque los franceses habían perdido gran parte de su imperio americano en la Guerra de los Siete Años (1756-1763), hasta finales del siglo XVIII retenían una importante presencia en el Caribe con la posesión de varias islas. La principal era Saint-Domingue (actual Haití), cuyas plantaciones de esclavos dedicadas al azúcar generaban inmensos beneficios para Francia.
La gran revuelta de esclavos de 1791, que proclamó la independencia de Haití y expulsó a los franceses, cambió por completo el equilibrio del Caribe al privar a Francia de la última de sus posesiones importantes en América. Muchos de los colonos franceses huyeron a la vecina Cuba, bajo la protección española. A principios del siglo XIX, Santiago de Cuba tenía más de 7.000 habitantes franceses, un 20 % de la población.
La llegada de Napoleón al poder hizo temer que Francia intentase afianzarse en el Caribe haciéndose con Cuba. En 1800, los británicos elaboraron un proyecto de invasión de la isla para evitar que cayese en manos francesas, pero finalmente fue descartado. Napoleón realmente centró todos sus esfuerzos en recuperar Haití, enviando una desastrosa expedición que fue derrotada por los haitianos. Con ello, Francia tuvo que renunciar definitivamente a restablecer su antigua colonia, pero no por ello perdió el interés en el Caribe.
En enero de 1821 tuvo lugar en Londres una reunión confidencial entre el embajador francés, conde de Decazes, y el español, duque de Frías. Decazes había sido primer ministro y favorito del rey Luis XVIII, pero en 1820 cayó en desgracia por sus posturas demasiado liberales y fue enviado a Londres. Decazes estaba convencido de que Francia necesitaba aprovechar el desmoronamiento del Imperio español en América para afianzar su posición en el Caribe antes de que los británicos y los estadounidenses sacasen la mejor parte. Por ello, durante su etapa como primer ministro había adoptado una postura sospechosamente favorable a los rebeldes americanos.
Decazes dijo a Frías que España tenía demasiadas posesiones para poder defenderlas en su actual estado de debilidad y añadió la siguiente oferta: «Si ustedes quisieran cambiar Cuba por todas las islas que le quedan a la Francia, haríamos el tratado en este mismo sitio e instante sin necesidad de consultarlo a París». Sorprendido, el embajador español dijo que su principio era no ceder ni cambiar ninguna parte integrante de la Monarquía.
Decazes intentó entonces que se cedieran a Francia las Floridas, que estaban a punto de venderse a Estados Unidos, o por lo menos la mitad española de Santo Domingo. Según Decazes: «Francia era quien más necesitaba de semejantes dominios y la que mejores y más seguros términos podía ofrecer a España». Pero Frías se negó a toda cesión, postura que fue luego aprobada por el Gobierno de Madrid.
Aunque para entonces mantener la integridad del imperio parecía ya imposible, España había decidido salvar por lo menos Cuba y Filipinas del colapso. Como decía el diplomático español Luis de Onís: «La una es la llave del comercio de América Septentrional, y la otra de Asia, y la potencia en cuyo poder estén podrá sacar de ellas mayor partido que todas las minas del continente». Todavía pasaría un siglo hasta que Estados Unidos consiguiese hacerse con ambas.