Agustín Rodríguez: «Invadir España fue uno de los errores más grandes de Napoleón y se supone que era un genio»
El doctor en Historia asegura, en conversación con El Debate, que «Trafalgar no fue tan decisiva» en el final de la Armada ilustrada y analiza en su nuevo ensayo los verdaderos factores que llevaron a ello
Con grandes marinos ilustrados como Jorge Juan, Antonio de Ulloa, Churruca, Malaspina, Bustamante, Navarro, Bodega y Cuadra, Mazarredo, Valdés y otros muchos se hace difícil pensar que la Armada española de mediados del siglo XVIII a principios del XIX llegase a su fin. La llamada Armada Ilustrada fue uno de los «vectores fundamentales para la renovación científica, para el conocimiento del mundo desde la medición de la tierra al avance en cuestiones como la medicina», afirma el doctor en Historia Agustín R. Rodríguez, que visita la sede de El Debate para hablar de su nuevo ensayo titulado El fin de la Armada ilustrada 1808-1833 (Tercios Viejos).
Una batalla por sí sola raras veces cambia todo, como ocurrió en ese primer tercio del siglo XIX
Sin embargo, tal y como sostiene Rodríguez, esa época de luces coincidió con una crisis política en España: «A comienzos del siglo XIX hay un vuelco en la sociedad española en muchos sentidos». Fue una época de profunda complejidad que merecía ser «analizada» para explicar los verdaderos factores del declive de la Armada española, que «tradicionalmente se ha asignado exclusivamente al triunfo británico en Trafalgar, pero que es mucho más complejo», advierte.
«Trafalgar no fue tan decisiva»
«Una batalla por sí sola raras veces cambia todo; como cambió todo en ese primer tercio del siglo XIX», afirma el también académico correspondiente de la Real Academia de la Historia. Lo que ocurre –explica– es que «se hacen reflexiones sobre la historia que en parte son interesadas» y en otras ocasiones se escoge «el camino fácil para explicar los procesos históricos». Sin embargo, «las cosas no son tan sencillas», subraya.
Incluso puntualiza que hubo «desastres mucho mayores para todos los dominios españoles en el siglo XVIII y no pasó nada». Pone de ejemplo la toma de Manila por parte de los ingleses en 1763: se temió que toda Luzón (la mayor y más importante isla de las Filipinas) e incluso el archipiélago entero cambiara de manos, pero que se logró parar gracias a la acción de un modesto funcionario llamado Simón Anda Salazar, quien movilizó a las tropas tagalas y encerró al enemigo en la propia ciudad, provocando que los ingleses abandonasen finalmente el intento de conquista. Pero no significó nada a largo plazo porque en aquel entonces las fuerzas navales tenían una «infraestructura firme».
Al final del siglo se desencadena toda una serie de guerras que son ruinosas para España
El vicealmirante Marcial Gamboa Pérez-Pardo expresó en la conferencia inaugural de la IV Jornada Histórica de la Armada que la pérdida del poder naval es «siempre el resultado del producto de tres factores: la pérdida de buques, de las bases navales y de la moral y adiestramiento de las dotaciones». En este sentido, el autor del ensayo vuelve a recordar que «Trafalgar no fue ni tan peligrosa ni tan decisiva» como nos han hecho creer, sino que «lo que pasa es que al final del siglo se desencadena toda una serie de guerras que son ruinosas para España».
En el periodo que se analiza en el ensayo, todavía España se encontraba pagando «la guerra de independencia de Estados Unidos, las primeras guerras contra la Revolución Francesa y luego las guerras contra Napoleón. Entonces la Hacienda española se viene abajo. No son tanto los barcos que se pierden en Trafalgar –que tampoco se pierden tantos–. El problema es que no hay dinero para construir barcos, ni para arreglarlos... y muchas veces tampoco había dinero para pagar a las propias tripulaciones y oficiales». En una frase: «el Estado español después de Trafalgar estaba en bancarrota» por lo que «no se podía permitir un gasto extraordinario para volver a reconstruir la flota».
Pero va más allá en su estudio. El declive de la Armada Ilustrada no solo se debe a una crisis económica, sino que –indica– también tiene un gran impacto la Revolución Francesa y americana al traer consigo «las rivalidades ideológicas y políticas» que imposibilitan reforzar las fuerzas navales. «Pero es más fácil y bonito achacarlo a una derrota militar que no a toda la serie de cosas que estaban pasando entonces. No solo entre los españoles peninsulares, sino entre los españoles americanos», sentencia.
El fin de la Armada Ilustrada «no se justifica por una derrota militar –que hubo muchas y no pasó gran cosa. Es cuando confluyen las circunstancias para que eso suceda». A su parecer, España era «un gran Imperio a batir». Un hecho que se demuestra con dos acontecimientos históricos: «El intento francés de Napoleón III de hacerse con México y el apoyo solapado británico a todos los líderes de la emancipación americana. No por apoyar a los hispanoamericanos, sino beneficio propio», explica Rodríguez.
Tercera potencia naval del mundo
Con todo ello, a pesar de aquella imagen de retraso y barbarie que tenían los españoles, estos fueron los primeros que supieron ver que era necesario un cambio en su Armada. Los franceses siguieron aferrados a la tradición. El doctor en Historia puntualiza que hay que recordar que Napoleón no era marino. Y los únicos que son más flexibles y ven oportuno imitar cosas de los ingleses –que a raíz de la independencia de Estados Unidos realizan cambios en su estructura naval– porque son buenas ideas son los españoles. «Los franceses se quedan parados, si acaso evitan el combate y se dedican a hacer corsarios. Pero no buscan la batalla ni la mejora».
Rodríguez considera que esta fue otra de las razones de la derrota de Trafalgar: «Los españoles ya estaban en otra onda, estaban queriendo cambiar y mejorar cosas y esto generó discrepancias entre los aliados», analiza.
Uno de estos cambios y que caracteriza a la Armada ilustrada española fue la «profesionalización del oficio». Antes era un privilegio al que los nobles accedían por su trayectoria, su origen y luego podían seguir ascendiendo por méritos o influencia de la Corte, pero «ahora se convierte en una carrera reglada y sistemática».
Fueron los propios marinos los que propusieron cambiar las estructuras. Y con ese deseo de buscar «la mejor solución con los mínimos problemas y de mejorar la vida de la gente» habrá dos tipos de marino: uno científico y otro combatiente. Había tres sistemas de enseñanza para los marinos: el primero el práctico donde enseñaban «lo que es un barco, lo que es navegar y lo que es combatir». Este primero lo dominaban los ingleses.
Por otro lado, estaba la enseñanza académica. Francia se centró solo en esta, mientras que en España «curiosamente intentaron combinar las dos cosas, es decir, que los oficiales se formaban en ciencias, en astronomía, en cartografía y matemática, pero también tuvieron experiencia de navegación y de combate. En ese sentido fue lo mejor», analiza el académico de la Real Academia de la Historia.
«La soberbia es el peor de los pecados y el origen de los demás»
«Y parece que, los españoles éramos los atrasados», comenta Rodríguez, pero «luego resulta que justamente en el sector marítimo, era contrario, éramos los adelantados, mientras que Francia ha tenido siempre una mentalidad más continental», sostiene. En este sentido, advierte que los franceses creían que «que el destino del planeta estaba en Europa y que las batallas importantes eran en Europa. Y ahí, claro, es el fallo de Napoleón: tener una mentalidad absolutamente terrestre».
A pesar de que las guerras napoleónicas supusieron una ruina para el país a largo plazo, el Gran Corso cometió el error de invadir a un «aliado fiel». Uno de los puntos flacos de Napoleón era «pensar que podía hacer todo. Podía permitirse todo, no tener límites. Es una locura invadir un país que había sido hasta entonces aliado y además fiel aliado y que me había dado ningún problema», afirma Rodríguez.
Sin embargo, sin tratar de excusarle, el autor de El fin de la Armada ilustrada (1808-1833) piensa que en esta decisión que tomó Napoleón tuvo algo que ver la leyenda negra de que España era un país atrasado, bárbaro... «No hay ninguna consulta, no hay nada. Simple imposición. Presiona al Rey para que abandonen el poder y se lo cedan a él porque él va a ser el que traiga la modernidad».
Frente a su intención de ser un «hombre nuevo con ideas nuevas», Napoleón se deja llevar por la soberbia (que es el peor pecado y el origen de todos los demás) piensa que «lo mejor que puede hacer Francia es absorber España y todos sus dominios e introducir todos los cambios».
El experto en historia naval critica también la manera en que se llevó a cabo la invasión napoleónica: «Imponer un régimen por la fuerza y de una manera muy dura a un país que además había sido aliado y fiel seguidor del progreso y de la ilustración francesa». La invasión francesa a España fue una «imposición salvaje y sin ningún motivo» porque recordemos que hasta incluso después de Trafalgar, Francia y España seguían siendo aliados. Por este motivo, Rodríguez afirma que invadir España «fue uno de los errores más grandes cometidos en la historia por parte de alguien que se supone que era muy inteligente y que era un genio».
No en vano, España se convirtió en el origen de todos los desastres y derrotas del Gran Corso: «Todas las circunstancias de mis desastres vienen a vincularse con este nudo fatal; la guerra de España destruyó mi reputación en Europa, enmarañó mis dificultades», reflexionó un moribundo Napoleón durante su exilio en Santa Elena.