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Cronista de IndiasAntonio Pérez Henares

Camino de Cruces, cuando de verdad crucé una selva

El fuerte de San Lorenzo sólo sucumbió una vez. Fue el 6 de enero de 1671 cuando el pirata Morgan con cerca de 6.000 hombres, se lanzó contra él y sus apenas 200 defensores

El autor cruzando la selva por el Camino de CrucesAntonio Pérez Henares

Toda expedición queda marcada por un recuerdo. Y yo, de esta, ya tengo el que me voy a llevar para siempre en la mochila de la memoria. Se llama Camino de Cruces.

Las seis horas que tardé en salir de él quedarán para siempre en mí. Fueron devastadoras, agobiantes, empapadas de sudor, de barro, de dificultad, de cansancio, de no acabar de llegar…, y las que, ahora, tras logar culminar el empeño, no cambiaría por nada.

Sufrí, resoplé, desesperé, chapoteé, resbalé, me pinché, y acabé con la ropa, el sombrero, camisa, pantalón, calzoncillos y botas, empapadas en sudor, agua y barro.

Una vez y cien hube de salvar obstáculos de quebradas, troncos, cenagales, angosturas, asalto de mosquitos, de hormigas y espinas.

Y, lo peor, la opresión de la jungla, del infierno verde que te rodea por doquier y que sabes que te acabaría por asfixiar si te quedaras perdido allí.

De hecho, nos cruzamos con patrullas, tanto de la policía panameña como de la embajada norteamericana que buscaban «a un gringo aventurero» que iba solo y llevaba más de un día, con su noche, extraviado. Se acabó por dar con él vivo y bien. Nosotros salimos también.

Cuando en Gamboa ya divisamos las aguas abiertas y las barcas que nos esperaban para atravesar el lago Gatún se me aventó el corazón.

En algún lugar de esta hermosa bahía yacen los huesos mudos de Francis Drake, que acabó en ella sus asesinatos y saqueos

No caminé solo, éramos más de cien, la gran mayoría jovencísimos, 16 y 17 años, y tuve la suerte de poderlo hacer en la cabecera, con Telmo Aldaz, su jefe de monitores y dos extraordinarios guías.

Más de cien jóvenes acompañaron al autor en la selvaAntonio Pérez Henares

Uno de ellos, el coronel Apuleyo, 76 años, toda la experiencia y saber y el mejor conocedor, casi el redescubridor de la ruta y su senda empedrada de la que quedan importantes vestigios y que ha marcado fielmente el primitivo camino en compañía de quien es ya su continuador en la tarea.

Este fue quien, conmigo justo detrás, iba desbrozando a machetazos los peores pasos y a quien terminé por pegarme y seguir los suyos hasta finalizar.

Pocas veces he aprendido más. Ni, cuando ya a la vista de las aguas abiertas, topé con unos nativos que, sabedores de nuestra llegada, habían abierto allá un puestecillo con frutas. No he disfrutado de un mejor trozo de sandía ni de rodaja de piña que me hayan sabido en la vida mejor.

Habíamos enlazado el camino de Cruces en su intersección con el de las Plantaciones, en donde despertamos al amanecer, que en mi caso fue eufemismo pues tumbado estuve y con los ojos cerrados, pero otra cosa fue dormir. Algo sí.

Esa primera parte, aunque ya exigente, tiene buen andar y un sendero sin estrecheces, cuidado y sobado. Lo bueno, y lo malo, es cuando se llega al otro y se piensa que va a ser igual. Incluso mejor, porque en un cartel pone que quedaban otros 5,5 kilómetros. Miente como un felón.

Por el aire y en línea recta, tal vez, pero lo que dio un contador de mi compañero en la trocha, en la expedición y en la Fundación Ferrer Dalmau, Ángel Soria, fueron 21.000 pasos en total y eso son un cerro de kilómetros más.

El camino de Cruces fue en su tiempo, y desde comienzos del siglo XVI, la vía de comunicación más importante y trascendental, para los españoles. El cruce esencial desde el Atlántico al Pacifico.

Las naos hispanas llegaban a Nombres de Dios y las mercancías en esa dirección iban luego hasta el fuerte San Lorenzo de Chagres, de allí por el río hasta Gamboa y ya cogían la ruta a mula y pie a Panamá.

Llegada al fuerte San Lorenzo tras atravesar la selvaAntonio Pérez Henares

Descubierto el Pacífico y conquistado el imperio Inca, se hizo aún más importante pues, en sentido contrario, era por donde llegaban a la Contaduría de Portobelo para embarcar hacia la España las riquezas, el oro y la plata desde el Perú.

Bajo el fuerte de San Lorenzo llegamos nosotros también. Era la fortaleza que guardaba la entrada. Se había levantado por orden de Felipe II a finales del siglo XVI (1598) y cumplió muy bien su cometido.

Sólo sucumbió una vez. Fue el 6 de enero de 1671 cuando el pirata Morgan con cerca de 6.000 hombres, se lanzó contra él y sus apenas 200 defensores.

Combatieron los españoles hasta que el último cayó. Morgan asesinó a los 15 supervivientes

Inexpugnable desde el mar hubieron de atacarlo por tierra tras lograr desembarcar en otro lugar. Combatieron los españoles hasta que el último cayó. Morgan asesinó a los 15 supervivientes, todos heridos y moribundos los más, antes de lanzarse por el camino de Cruces hacia Panamá a la que terminó por asaltar y destruir.

Sin embargo, la resistencia de San Lorenzo permitió poner a salvo en los barcos a muchos de sus habitantes, mujeres y niños, antes de que llegará hasta ella. Los españoles no reconstruyeron la ciudad derruida, sino que la levantaron en otro lugar, en el que ahora está.

El Fuerte de San Lorenzo se fortificó de nuevo y se mejoró en dos ocasiones 1730 y, sobre todo, en 1761 no siendo ya jamás tomado.

En mi caso lo visité por vez primera con ocasión de la Ruta Quetzal en 1999, año de la reversión del Canal de EE.UU., que levantó muy cerca Fort Sherman, con Miguel de la Quadra Salcedo.

De hecho, acampamos en el interior de la fortaleza, a la que vino a visitarnos el entonces presidente «Toro» Valladares.

Subí ahora con su sobrino, Telmo, de nuevo. Lo han restaurado mucho y convertido en destino turístico. Pero esta vez no llegué a entrar.

Los modos y formas de los responsables que ahora lo gestionan fue todavía más determinante que el desorbitado precio que pretendían cobrar, y se estaba dispuesto a pagar, para las casi 200 personas que componen España rumbo al Sur para que diera media vuelta y comenzara a bajar. Con Morgan ya hemos tenido suficientes piratas.

Escribo ahora desde Portobelo. A la vista tengo los cañones herrumbrosos de uno de los fuertes que la defendieron. En algún lugar de esta hermosa bahía, bautizada así con mucho tino por Cristóbal Colón en su cuarto y último viaje, yacen los huesos mudos de Francis Drake, que acabó en ella sus asesinatos y saqueos.