Cuando la isla de Annobón se convirtió en un proyecto de colonia penitenciaria en la Guinea española
El asunto se retomó durante la II República. En 1933 se creó una comisión para estudiar el emplazamiento y estructura de una colonia penal en las Posesiones Españolas del África Occidental
Cuando los europeos se plantearon el dominio de África y Asia, uno de los objetivos fue poder llevar a los nuevos territorios a las personas que no tenían modos estables de vida en las metrópolis. Buscaban asegurar un trabajo y unas ganancias a excedentes de mano de obra. De esta manera se aseguraba el bienestar de grandes grupos de población nacional y, a la vez, se explotaban económicamente las colonias.
La emigración que así se concebía tuvo un cambio radical a raíz de las doctrinas de Edward Gibbon Wakefield expuestas en su libro A View of the Art of Colonization, publicado en 1849. Este personaje, miembro del Parlamento, fue condenado en 1826 por raptar a una joven de quince años. De su experiencia como deportado, sacó su famoso método de colonización. Entre otras cosas, se aprovecharía a los penados para que cumplieran parte de sus condenas en libertad y se quedaran a vivir en las tierras despobladas de Australia y Nueva Zelanda. Muchas de esas personas, algunas con condenas excesivamente penosas por hurtos famélicos y delitos de poca monta, encontraban así el acceso a la propiedad y a una ocupación digna. Y el imperio se veía favorecido al poblar de colonos sus nuevos territorios.
El sistema gustó porque fue muy útil. Así que hubo intentos en otros países de redimir a la población reclusa en las colonias. En España existió algo así en los presidios de Ceuta y Melilla, pero no fue exactamente lo mismo. Sin embargo, no faltaron partidarios de ensayar las colonias penitenciarias en Filipinas, América o Guinea. Tal vez en España en esos momentos no había la presión demográfica de otras naciones y los españoles podían mejorar de fortuna acudiendo a América libremente. Por eso no fueron doctrinas muy seguidas ni proyectos serios.
En la Guinea española se necesitaba personal con ganas de poner en marcha las plantaciones, capaces para el trabajo agrícola y para poner a trabajar a los indígenas. Se quiso hacer con voluntarios peninsulares y españoles de Argelia, pero las enfermedades diezmaban las expediciones hasta bien entrado en siglo XX. También se intentó con emancipados de La Habana (que era una manera hipócrita de denominar a los libertos), que también sufrían las mismas enfermedades. Y no faltaron los visionarios que quisieron probar con presidiarios. En 1875 hubo un concurso convocado por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas para premiar un proyecto de colonias penitenciarias en las Marianas y Fernando Poo. Se quedó en proyecto, aunque se llegaron a publicar los trabajos de Lastres Juiz y Armengol Cornet.
El asunto se retomó durante la II República. En 1933 se creó una comisión para estudiar el emplazamiento y estructura de una colonia penal en las Posesiones Españolas del África Occidental. La ponencia la firma José Martínez de Elorza Otero, jefe superior de Prisiones, antiguo gobernador civil de Granada, Salamanca y Murcia, profesor y autor de varios trabajos de criminología. El estudio largo y con tendencia a no concretar, que concluye con la viabilidad de este tipo de colonias en Annobón (Guinea Española) y Río de Oro (Sahara).
Las ideas humanitarias de Martínez de Elorza se notaban en la redacción del informe. Se pretendía que, «despojada la pena de su carácter vindicatorio y talional para convertirla en derecho a la corrección del delincuente», debía considerarse a la pena en utilidad, «en beneficio social del esfuerzo del recluso». Eso requería buscar un buen emplazamiento de la colonia, con condiciones higiénicas y suelos aptos para el cultivo, con cuidado para evitar la evasión y limitando al máximo sus contactos tanto con indígenas como con colonos mientras durara la reclusión. Martínez de Elorza era un hombre seguidor de las doctrinas de Concepción Arenal expuestas en su libro Las colonias penales de la Australia y las penas de deportación (1877), en la línea de Wakefield.
En Guinea se propuso la isla de Annobón por su lejanía, aislamiento, dificultades para abandonarla y la dejadez en la que estaba. España se aseguraba su desarrollo económico a la vez que trataba de cambiar un modo de vida de una población muy endogámica y de hábitos poco saludables. Hasta entonces, la autoridad española en la isla la ostentaba el superior de la misión claretiana y un sargento de la Guardia Colonial, y las comunicaciones se limitaban a un barco trimestral. La elección parecía oportuna.
Pero, como tantos otros proyectos coloniales y metropolitanos, se olvidó. Las autoridades retrasaron su puesta en marcha hasta caer en el olvido total. La realidad es tozuda y destruye los sueños de los idealistas. Se ha escrito poco sobre este tema, algunos artículos del juez Callejo Hernanz.
Sin embargo, Annobón, con el tiempo, se convirtió en cárcel de alta seguridad. Por la mañana los reclusos trabajaban y por la noche eran encerrados en unos barracones. En 1943 se enviaron a los miembros de la secta Las hijas de Bisila y en 1956 se deportaron presos peligrosos. Uno de ellos, nigeriano condenado por un asesinato en Bioko, promovió un motín. Se escapó una noche, cuando el resto de los presidiarios habían sido reducidos por la Guardia Colonial al mando de un instructor peninsular.
Consiguió llegar al puesto, hacerse con el arma del instructor y matar con ella al padre Epifanio Doce, al instructor y a un practicante llamado Enrique Atané que se jugó la vida para atender a los heridos. Lo cuenta la novela La selva que siempre fuiste (2023) de Carlos Efe, que narra la vida colonial de su padre. Se incrementaba la leyenda negra de esta isla que comenzó cuando el sargento Castillo mató al gobernador Sostoa en 1932. También ese episodio tiene una buena novela: Annobón (2017) de Luis Leante.