De Portobelo y el ataúd de plomo de Drake al huracán de la Isla de las Perlas
Este último enclave es y hasta el día de hoy un lugar muy conocido y famoso en toda la nación como lugar de peregrinación anual a la imagen más venerada por la población negra: el Cristo Negro de Portobelo
El año 1999, en la expedición con la Quetzal sufrimos un huracán terrible, la cola dijeron, en la isla de Colón, en la costa atlántica. A España rumbo al Sur le debió entrar el gusanillo y no quiso quedarse sin él. El «suyo» lo recibió en el Pacífico en la isla de Pedro Rodríguez del archipiélago de las Perlas –que las hubo y ya en tiempos de Balboa atrajeron el mayor interés– unas horas antes del amanecer –aquí lo hace a las 6:00 horas– del día 1 de agosto y nos golpeó con saña.
Dijeron que era «sólo» una tormenta tropical. Colgado entre dos arboles y en una hamaca (que resistió muy bien) me hubiera a mí gustado haberles visto y lo que hubieran dicho nuestros augures de catástrofes meteorológicas por televisión, supongo –visto y oído sus calificativos– que no lo habrían descrito como menos que un apocalipsis total.
Fueron largas horas hasta bien pasadas las 10 de la mañana en el ojo de una tormenta descomunal, cuando en la playa de La Galera se estableció el campamento bajo los árboles de una zona todavía arenosa de suelo, pero ya separada un trecho de seguridad del rompiente de las olas. El sobrecogedor estallido de los relámpagos –uno cayó en el mar a bien poca distancia– el cavernoso y continuo retumbar del trueno, el viento desatado y la lluvia torrencial y furiosa fueron la boca de un infierno donde antes, a la llegada, tras haber desembarcado y realizado una marcha de cinco kilómetros, había sido una puerta al Paraíso con un mar azul, un atardecer maravilloso con los rayos del sol acariciando el intenso verdor de las selvas asomadas al mar y todos los expedicionarios disfrutando del baño primero y luego ya de noche de un cielo cuajado de estrellas presidido en este hemisferio por la Cruz del Sur.
Nos las prometíamos felices para el siguiente día, pero lo que amaneció fue desolador y nosotros no mucho mejor. Costó lo suyo encender una hoguera pero cuando varias horas después al fin pudo conseguirse y su llama revivió nuestro ánimo al término de un día feo, todavía nublado y con lluvia pertinaz, dedicado a la reparación de daños y recomponer espíritus por la noche a su alrededor le tocó al Cronista hablar, a la luz de aquella lumbre, sobre piratas y héroes e intentar poner cada cual en su sitio.
Pues habíamos llegado allí provenientes de Portobelo y mucho sabe aquella población de ellos. Sobre todo de un verdadero canalla, un tal Francis Drake, y su maestro el negrero Hawkins. Ambos, tras múltiples fechorías, asesinatos, violaciones, pillaje y saqueos, la mayoría de las veces en tiempo de paz y sin declaración de guerra entre ambos países de por medio, contra poblaciones desguarnecidas e indefensas, fueron a topar con los fuertes españoles ya levantados y en activo de El Morro en Puerto Rico, Cartagena de Indias y el propio Portobelo, donde su cadáver fue arrojado al mar tras sufrir una última derrota. Su segundo al mando, Baskerville perdió mas de medio millar de hombres tras asaltar Nombre de Dios, al pretender hacer lo mismo con Portobelo y caer en una emboscada y combate campal después contra la infantería española. Hawkins había perecido ya antes frente a Puerto Rico.
Según los documentos de la época, el ataúd de plomo con los «miserables huesos» del pirata que «roerán los peces mudos» (versos de La Dragontea de Lope de Vega) fue arrojado al agua al lado de una roca frente al fuerte de San Felipe. Este es uno de los fuertes que, junto a los de Santiago, San Jerónimo y los de San Fernando y San Fernandito al otro lado de la bahía, darían seguridad y prestancia a la ciudad donde se estableció ya la capitalidad de la zona y la Contaduría (aduana entre América y España) hoy restaurada y convertida en patrimonio histórico monumental de Panamá.
Por allí llegaban desde la Península Ibérica (Portugal había pasado a ser en tiempos de Felipe II parte de la Corona Hispánica) las gentes y mercaderías, y también para ir hacia allá, traídas por largas reatas de acémilas las riquezas, oro y plata desde Panamá donde habían arribado, a su vez, por barco desde el Perú y territorios situados en la costa pacifica. Los caminos de Cruces y el Real fueron durante siglos la arteria principal de contacto entre los dos puntos de destino del trayecto, las ciudades de Panamá y Portobelo.
Este último enclave es y hasta el día de hoy un lugar muy conocido y famoso en toda la nación como lugar de peregrinación anual a la imagen más venerada por la población negra: el Cristo Negro de Portobelo, cuya imagen se encuentra en la Iglesia del Nazareno a él dedicada de la localidad. La peregrinación es estremecedora en su tramo final donde llegan los penitentes, en demanda de perdón o de gracias, de rodillas e incluso reptando con las espaldas desnudas sobre las que lo acompañantes derraman la cera morada de los velones que portan.
La expedición España Rumbo al Sur, va ya completando su periplo con estos campamentos finales. Tras disfrutar, el tercer día en la playa de La Galera, nació azul y luminoso y realizar talleres de lo más variopinto, el Cronista se apuntó al de pesca y tuvo éxito además. Regresará a la capital y tras finalizar el programa académico y acudir a una recepción en la Embajada de España se emprenderá una escalonada vuelta a casa. Pero eso, y la valoración final del viaje ya se la contaré desde allí. Que alguna cosa o dos ya empieza a echar uno de menos y alguna de más. Unos minúsculos mosquitos, o lo que sean, que llaman la «chitra» han sustituido a la «coloradilla» y me han acribillado las piernas. Pero por lo demás hemos tenido de todo lo que esperábamos, hasta nuestro «huracán».