Picotazos de historia
Timothy Dexter, el más afortunado y original de los comerciantes de su tiempo
Con el dinero de su flamante esposa compró una buena casa y en el sótano abrió una tienda donde empezó a vender todo tipo de artículos
Timothy Dexter (1747 – 1806) fue un comerciante norteamericano. Personalidad excéntrica, iletrada e inusualmente afortunada en todo cuanto emprendía, se hizo muy popular en su Massachusetts natal. Nació en el seno de una pobre familia de inmigrantes irlandeses y apenas recibió instrucción en la escuela, que abandonó a los ocho años de edad para trabajar como jornalero y así poder ayudar a su familia.
Ejerció diferentes oficios hasta que se casó, en 1769 y a los veintidós años de edad, con una viuda rica de 32 años, llamada Elizabeth Frothingham. Con el dinero de su flamante esposa compró una buena casa y en el sótano abrió una tienda donde empezó a vender todo tipo de artículos. Poco antes de que terminara la Guerra de independencia norteamericana ( 1775 – 1783) se le ocurrió comprar grandes partidas de dinero «continental» (como era conocido el dinero emitido por el gobierno británico en América del Norte).
Con la guerra a punto de terminar y siendo obvió que los ingleses se llevarían la peor parte no es de extrañar que el valor de estos billetes hubiera caído hasta el suelo. Prácticamente no valían nada. Y Dexter compró todo lo que pudo, literalmente al peso y por una miseria. Terminada la guerra, y con idea de evitar la quiebra de familias e impulsar la economía de la nueva nación, el gobierno norteamericano recompró el dinero continental pagando un uno por ciento de su valor nominal, a sumar al valor de recompra que fijó cada uno de los estados en relación a la moneda continental emitida por el gobierno inglés de su propio estado. Dexter fue muy afortunado ya que el estado de Massachusetts pagó la totalidad del valor facial (el que aparece en los billetes) de emisión de la moneda continental y ganó un fortuna.
Con parte de los beneficios compró dos barcos y los aparejó y marinó para el comercio. Unos colegas, con muy mala leche, lo animaron a comprar una gran partida de calientacamas y mitones (guantes sin dedos) para venderlos en las Indias Orientales. «Ya veas. ¡Te vas a forrar!», le decían para luego reírse a sus espaldas. Pues efectivamente, se forró. Resulta que los calientacamas de latón y cobre se los quitaron de las manos y los utilizaron como grandes cucharones en la fabricación de melaza y los mitones los compraron los comerciantes locales para venderlos en Siberia, donde de verdad era apreciados y necesitados.
A lo largo de su vida Timothy Dexter se embarcó en los más disparatados proyectos comerciales y, por un extraño capricho de la Fortuna, todos salieron bien. Envió sus barcos cargados de carbón para venderlo en la ciudad inglesa de Newcastle, ciudad minera y productora de carbón. El cargamento, que en circunstancias normales no hubiera valido nada, fue rápidamente vendido a buen precio debido a que la llegada de los barcos coincidió con una huelga de mineros y el carbón para uso domestico escaseaba. Llevó gatos a las islas del Caribe y cuando llegaron resultó que había plaga de ratas y los felinos valían su peso en oro. Acumuló barbas de ballena y descubrió un mercado para este producto con la moda de los corsés, que no sólo usaban las señoras.
En 1802 escribió un opúsculo de 32 páginas y casi 9.000 palabras que tituló Un encurtido para los que saben, donde se quejaba de los políticos, el clero y de su mujer (por ese orden) y sugería que el pueblo norteamericano debería pedirle (a él) que tomara el timón de la gran nave del estado y que fuera nombrado emperador de los Estados Unidos de América.
El contenido, escrito completamente en serio pero de efectos absolutamente hilarantes, se completaba con una absoluta carencia de signos de puntuación, unos errores ortográficos y gramaticales de dimensiones Wagnerianas y el uso aleatorio y caprichoso de las letras mayúsculas. Como muchas personas comentaran la falta de signos de puntuación, la segunda edición (y se trata de uno de los libros que más ediciones han tenido en EEUU durante el siglo XIX) incluyó tres páginas con todo tipo de signos ortográficos para que los lectores los colocaran a su gusto. Como pueden ver, afortunado y original lo era un rato.