Grandes gestas de la Historia
La gesta humanitaria de la sociedad española y los 4.000 «niños de la mantequilla» de Franco
Lea y escuche el nuevo episodio de esta serie de históricos acontecimientos
Nuestra historia reciente ha abordado de forma exhaustiva en decenas de ensayos, centenas de artículos y novelas, el capítulo de los «niños de la guerra»: la odisea de los vástagos de familias republicanas que, durante la Guerra Civil, fueron enviados a la Unión Soviética y que, hasta la muerte de Stalin, serían formados como las futuras élites del comunismo más allá de los Urales.
Niños evacuados a la Unión Soviética
Pero muy pocos saben que entre 1949 y 1951, la España de Franco también tuvo sus «niños de la guerra». Un contingente de 4.000 refugiados que, en distintas oleadas, serían acogidos por familias españolas. Un acontecimiento sociohistórico que, por distintas razones, permanece en el olvido y que la interesante obra de la Editorial Actas Los niños de la mantequilla de Javier Mas ha abordado en profundidad.
El curioso título responde a Butterkinder, el sobrenombre con el que se les conoció en Europa, ya que «era lo primero que pedían al bajar del tren».
Un marco desolador
La situación de la posguerra europea era desoladora. Una Centroeuropa destrozada, y en manos de las potencias vencedoras, se vio asolada por hambrunas, inviernos helados sin leña, epidemias y falta de medicamentos, con especial gravedad de insulina y penicilina. En 1947 había aún veintiún millones de personas desubicadas en Europa. El caso de Austria era paradigmático. Al ruinoso estado del país se unía la alimentación de tres millones de personas «transeúntes»: soldados alemanes, aliados, liberados de campos de concentración, exprisioneros de guerra… junto a un panorama dantesco de decenas de miles de enfermos de tuberculosis. Una terrible coyuntura que hacía estragos en los niños, cuyo sistema inmunológico se debilitaba de manera exponencial aumentando vertiginosamente sus tasas de letalidad, que cuadriplicaban las cifras anteriores a la guerra.
Las malas condiciones higiénicas les hacían padecer sarna, tiña, impétigo, conjuntivitis y piojos. Proliferaban enfermedades carenciales como edema del hambre, pelagra, escorbuto, xeroftalmia, raquitismo o beriberi, y las infecciones se convertían en epidémicas: tifus, difteria, meningitis, escarlatina, poliomielitis… Pero lo más devastador era la tuberculosis, la enfermedad infantil más extendida y mortal.
Niños alemanes tras la Segunda Guerra Mundial
Esta situación y la absoluta indefensión de los niños espoleó y removió las conciencias de Europa, una situación de excepción que exigía métodos distintos a la caridad tradicional. Y así se gestó, casi sobre la marcha, el «Programa de Acogida de Niños Centroeuropeos» una gran campaña de ayuda dirigida a niños austríacos, checos y polacos, que serían acogidos temporalmente por países europeos sin distinción de ideologías.
Uno de los grandes obstáculos fue la dificultad de relaciones diplomáticas, inexistentes entre algunos de los estados implicados, lo que se solventó recurriendo a una tercera vía: el Vaticano. Pío XII se convertiría en el gran interlocutor entre naciones. Con su intervención se consiguió articular un efectivo corredor humanitario que permitiría evacuar a 80.000 criaturas afectadas por los horrores de la guerra, la mayoría huérfanos, con problemas de desnutrición y distintas patologías.
Cáritas fue la organización que lideró el proyecto, que fue asignado a distintas instituciones; en España, a Acción Católica y en menor medida, al Auxilio Social.
Las edades de los niños oscilaban entre los 6 y 12 años. Muchos padres biológicos ignoraban en un primer momento el país de destino y los hogares a los que irían sus hijos, pero ante que sus vidas fueran cercenadas por el hambre y la enfermedad, antepusieron su supervivencia a cualquier incertidumbre. Además, se aseguró a los progenitores que la acogida tendría un carácter temporal. «Mi madre me dijo: 'Vas a hacer un largo viaje, pero allí te espera una familia que te cuidará y te dará mucho de comer'. La promesa de comida fue suficiente, yo siempre tenía hambre», recuerda una de las niñas de entonces.
Javier Más vislumbra cómo este mar de urgencia, desconocimiento e implicación de varios países, tanto por activa –acogimiento– como pasiva –la salida y tránsito– no impidió que la operación fuera todo un éxito.
El caso español
Curiosamente, en España existía un peculiar antecedente también muy desconocido. El movimiento esperantista español, a título particular, se había hecho cargo de la acogida de 330 niños de Estiria (Austria) tras la Primera Guerra Mundial. Y la España de Franco se incorporaba al «Programa de Acogida de Niños Centroeuropeos» con un generoso ofrecimiento para acoger también a niños de Austria.
Hombres claves del proyecto
El hombre clave sería Alberto Martín Artajo, presidente de ACE Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP) que dejó bien claro :«Se debe insistir en la ausencia de todo matiz político y en el puro sentimiento humanitario». Una reunión en Madrid con el Cardenal Plá y Daniel, y el Nuncio del Vaticano en España monseñor Cicognani, con dos enviados del primado austriaco, Theodor Innitzer cerraron el operativo. También fueron cruciales el papel de Ángel Herrera Oria, García Valcárcel, y Alfonso de los Santos Lasúrtegui, hombres relevantes de Acción Católica.
La acogida de niños austriacos no era baladí: profesaban la religión católica y además unían a las naciones lazos seculares de hermandad, al haber sido gobernados por la misma dinastía, la Casa de Austria. Y en su línea, Franco exhortó a «ayudar a las víctimas de la contienda y de la persecución comunista». Y para dar ejemplo, asiló él mismo a tres niñas en El Pardo: Ingrid, Elene y Martha.
El viaje
El viaje a España no sería fácil con largas jornadas de cuatro días y tres noches en viejos ferrocarriles con asientos de madera.
Austria, desde 1945, estaba dividida en cuatro zonas de influencia: Francia, Gran Bretaña, EE. UU. y la URSS. Las tres primeras se fusionaron, lo que impuso en la parte ocupada por la URSS una frontera: la línea Semmering, que debían atravesar los convoyes. Aunque Stalin había aprobado el Programa exigía para su paso severos sistemas de control. Todos debían llevar el pasaporte y sus datos visibles en una gran tarjeta de identificación. Los intérpretes estaban obligados a portar documentos y visados que eran escrutados con gran rigidez por los soldados soviéticos.
Una vez superados los controles y el registro de los vagones, los trenes continuaban su ruta hacia España. Atravesaban el norte de Italia y hacían una breve parada en Milán, donde las autoridades religiosas, por orden del Vaticano, revisaban la situación de los refugiados. Para no ralentizar el viaje, las vituallas se consumían durante los trayectos. Desde Italia, pasaban a Francia a través de la Costa Azul, que dejaba impresionados a los que nunca habían visto el mar. Debe hacerse una mención especial a los niños cuyo destino era Portugal: las autoridades civiles y religiosas españolas pusieron todo su empeño en que llegaran en las mejores condiciones.
Los españoles se vuelcan
Pese a que no había ninguna compensación económica, y la situación de posguerra española no era precisamente boyante, España se volcó para acoger a estos niños. Hubo miles de solicitudes de familias pudientes y humildes, de ciudades, de pequeñas villas y pueblos de Norte a Sur y de Este a Oeste. Ya en Irún, la primera parada en España era en Pamplona, y existen testimonios gráficos que plasman la recepción de las autoridades españolas y de la Princesa de Borbón-Parma de la dinastía carlista.
Las relaciones de Franco con el carlismo eran tirantes, pero la presencia de la princesa, el hecho de que Pamplona, y familias de esta órbita fueran las principales destinatarias y que mujeres de Acción Católica y no de la Sección Femenina, estuvieran al frente, apuntan a que el carlismo podría haber sido uno de los grandes impulsores del proyecto. Austria históricamente había mantenido fuertes lazos con el carlismo, y además, en estas fechas, el Regente don Javier era consejero personal de Pío XII, gran aval, como hemos comentado, del proyecto humanitario europeo.
La recepción de los niños
Javier Más narra con detalle cómo aquellos niños rubísimos y famélicos llegaban a las estaciones cansados, débiles y desconcertados, sin conocer el idioma. Las jóvenes de Acción Católica se encargaban de acompañarles hasta que eran alojados en sus nuevos hogares.
La iniciativa contó desde el primer momento con el respaldo de la sociedad española. Reflejo de ese apoyo fueron los numerosos reportajes de prensa en los periódicos locales. «Todos ellos se muestran muy satisfechos y contentos –contaba El Correo de Zamora–. Vienen muy aseados, pero vestidos con prendas ajadas por el uso. Ya han recibido ropas nuevas, que sus hospitalarios protectores se han apresurado a adquirirles». Durante su estancia se publicarían noticias de los actos de bienvenida y despedida y de los eventos sociales en los que participaban. Por lo que respecta a la respuesta social, instituciones y organizaciones se apresuraron a cooperar. Por ejemplo, en la localidad de Sabadell- apunta Cortés- colaboraron el Centro Industrial, Club Natación, Orfeón, Academia de Bellas Artes, Centro de Deportes, Peña Mercantil, Club de Ajedrez, Sociedad Coral Colón, el Sindicato de Industrias Químicas, centros excursionistas, bancos, cajas de ahorro y ¡hasta el Gremio de Carniceros!. Como Sabadell, el resto de las ciudades y pueblos.
El Ministerio de la Gobernación, a través del Ministerio de Asuntos Exteriores, tramitó la recepción. Organismos públicos y empresas privadas realizaron donaciones, y el estado impuso una sobretasa postal de cinco céntimos para este proyecto humanitario, como hacía episódicamente para la promoción de viviendas sociales o en caso de catástrofes.
Las familias de acogida eran las responsables de la alimentación, vestido, educación y alojamiento, y como hemos dicho no recibían ninguna asignación por ello. Aun así, hubo tantas peticiones que sobrepasaron en número a los niños que llegaron en acogida. Y hay que señalar, que no fue el nivel económico el filtro de selección: Cáritas España y Cáritas Austria, al alimón, primaron entre las solicitudes a las familias más numerosas y aquellas que reunían valores de «moralidad acreditada». De la asistencia médica se ocupaba directamente el estado, y se llevó de forma rigurosa, con controles diarios, que irían espaciándose a medida que los niños mejoraban.
Sus primeros días no fueron sencillos, ni para ellos ni para sus nuevas familias. Las guerras proyectan su destrucción en todos los ámbitos de la vida de un niño y tienen efectos físicos, emocionales, cognitivos y sociales. Los niños con enfermedades graves no habían viajado, pero muchos llegaban tan desnutridos que les costaba trabajo comer a causa del hambre sufrida, y sus estómagos eran incapaces de digerir la comida, por lo que vomitaban sin parar, para desesperación e impotencia de los padres de acogida. La subalimentación y la malnutrición habían minado su resistencia a las enfermedades, y problemas menores de salud se complicaban por la falta de defensas. Al shock de la separación de los suyos, una gran mayoría dormía mal, inquietos y con miedo por los bombardeos, y mostraban hipersensibilidad a sonidos estridentes. Una «hermana» española recuerda la desolación de uno de los niños al oír los cohetes en la feria del pueblo.
Dos realidades
La situación de guerra es, por su naturaleza, traumática para un niño: la psicosis colectiva, haber sido testigos de bombardeos, huidas precipitadas, muerte de seres queridos, crueldades y destrucción. Pero pasado el periodo de aclimatación, la singular aventura que unió a nuevos padres y nuevos hijos da un giro espectacular.
La España de entonces se convierte en el mejor remedio para el estrés postraumático. Un bálsamo para el cuerpo y para el alma. Como cuenta Javier Mas. «Naranjas, plátanos, melocotones, los dulces, el aceite de oliva, el mar, la escuela, el sol, baños en albercas, ríos y playas, la comunión, celebraciones familiares, las sencillas fiestas de los pueblos»… Como esponjas, muchos llegaron a aprender español en un tiempo récord. Los más pequeños hasta olvidaron el alemán.
Todo era novedad para aquellos niños que decían sentirse en un país de jauja o «en el país de la felicidad».
Comunión de niños austriacos
La sociedad española lo dio todo, y la hoy manida palabra « empatía», (ponerse en el lugar del otro) adquirió plena carta de naturaleza. España, apenas una década atrás, había vivido su propia guerra y también atravesaba su posguerra, aislada y en plena subsistencia. Pero ello no fue freno para la efervescencia del gran espíritu solidario y la generosidad que gravitó en todo el episodio. La España en blanco y negro de los años 40 se tornó en color ayudando a estos pequeños, que encontraron en estas familias una cálida hospitalidad que supieron agradecer durante décadas en sentidas cartas. Una corriente de ilusión bidireccional que se rastrea también en los recuerdos y la fluida correspondencia mantenida con las familias biológicas, a las que se informaba de todos los progresos de los niños, y que muestran la total transparencia del proyecto y el agradecimiento muto.
Niñas del programa en Pamplona
Pese al supuesto carácter propagandístico –que comentaremos– y de haberse desarrollado en el marco político de una dictadura militar, los niños jamás fueron objeto de ningún tipo de aleccionamiento ideológico –lo que sí pasó con «los niños de la guerra» en territorio soviético desde su llegada–. También hay que decir que en otros países de recepción, como Bélgica, no fue así y hubo casos en los que se proyectó el resentimiento anti-alemán sobre los niños, hijos de sus antiguos enemigos.
El tiempo de estancia en España asignado llegó a su fin. Las familias de acogida se habían encariñado con los niños y, pese al desgarro de que muchos de ellos no querían volver, se respetó a rajatabla la temporalidad prometida. No hubo casos de obstrucción y la inmensa mayoría regresaron a Austria con sus maletas llenas de regalos y muy «sanos y salvos». Algunos duplicaron su peso corporal tanto que, a su llegada, los padres no los reconocían. Sólo en puntuales casos se tramitó la adopción por orfandad o de acuerdo con los padres biológicos.
El tren de retorno
Algunos investigadores que se han acercado al tema como Lourdes Cortés insisten en que fue «una maniobra geopolítica del Régimen para proyectar una imagen exterior». No fue así en absoluto ya que no se «rentabilizó» a efectos propagandísticos internacionales. Menos credibilidad tienen las delirantes teorías que afirman que Franco los ayudó porque eran «niños arios productos de experimentos eugenésicos nazis», algo que llega a afirmar sin sonrojo una página de un organismo institucional.
Lo que sí es cierto es que se fortalecieron las relaciones con Portugal –por la exitosa coordinación ibérica del viaje– y también con el Vaticano. Paradójicamente, pese al gran peso del catolicismo en el régimen y que el dictador hubiera frenado una de sus mayores persecuciones desde el Imperio romano, el Vaticano mantenía con el dictador cierta ambigüedad. Pero quizás lo más importante fue que supuso la primera acción internacional tras el aislamiento para entrar en la órbita de EE. UU., y ser una pieza del nuevo orden internacional nacido tras la Guerra Mundial.
El Club Encuentro
Hoy, El Club Encuentro, organización europea con sede en Viena, agrupa a los niños que participaron, y publica en su página este párrafo: «El tiempo pasado en las familias españolas fue crucial en el devenir de nuestras vidas, y hasta hoy, España representa una segunda patria, a la que profesamos una enorme gratitud». De hecho, aunque la historia haya olvidado este episodio, la embajada española en Austria patrocina actos que mantienen viva esta relación. La presidente del club va más allá: «Fuimos uno de los elementos esenciales en la fundación de la Unión Europea».
«¿Por qué este episodio ha permanecido oculto en la historia de España?». El balance de este gran proyecto, entonces y hoy, corrobora que los resultados fueron extraordinarios. Durante estas décadas no se ha publicado ni un solo testimonio español o austríaco de los cuatro mil niños participantes, que ensombrezca este panorama. Tal vez aquí radique la ausencia de bibliografía. Desde el punto de vista histórico o literario lo truculento tiene más interés y morbo y las historias felices no venden, y más, si cabe, si tuvieron lugar dentro de la dictadura franquista.
Los miles de niños en acogida española, frente al infierno de una Viena de posguerra, llena de escombros, hambre y muerte, llevaron en su recuerdo a una España que fue un «estar en el cielo» y lo mejor de su infancia. Además, no sólo salvaron sus vidas, sino que pusieron de manifiesto la capacidad solidaria de nuestro país, ejemplificado en todas y cada una de las familias, grandes y humildes, que los acogieron con corazón, desvelos y altruismo en una época también difícil para España. Una gran gesta humanitaria «con final feliz» en el eslabón más vulnerable de las víctimas de una guerra. La clave es ¿Por qué este episodio ha permanecido oculto en la historia de España?