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Corte del emperador Justiniano con (a la derecha) el arzobispo Maximiano y (a la izquierda) funcionarios de la corte y guardias pretorianos

La fallida rebelión de Ben Sabar o el golpe final para los samaritanos

La revuelta de Juliano se ha comparado con la de Bar Jockba 400 años antes. Ambas revueltas contra la ocupación imperial extranjera, lideradas por un autoproclamado mesías, tuvieron éxito en un principio, pero más tarde fueron brutalmente sofocadas

En el año 527 se alinearon los planetas a favor del Impero Romano de Oriente, ascendía al trono Flavio Justiniano, reformador jurídico, revitalizador del Imperio y gran conquistador asistido por los geniales generales Belisario y Narsés que casi logran reunificar el Imperio romano tomando casi toda Italia y las costas de España. Sin embargo, los edictos de Justiniano tensaron aún más la situación interna heredada de la época de Zenón y de Anastasio I.

Los edictos de Justiniano provocaron el fin de la Academia de Atenas fundada por Platón, se empezó a perseguir a los maniqueos, paganos tanto grecorromanos como de cultos egipcios, escuelas de misterio y trató de expandir el cristianismo y reforzarlo fuera del Imperio (caso del envío de un obispo egipcio a Yemen). Sin embargo, estos edictos, que también afectaban a los judíos tuvieron su mayor oposición entre los samaritanos con las revueltas de Ben Sabar y la de 556.

Con la revuelta de Justa y la institución de Baba Raba, la cuestión samaritana, un grupo antaño respetado, seguía estando latente. La presión imperial y las continuas tensiones con los cristianos hizo que en cuestión de tiempo volvieran a estallar las hostilidades en una zona tendente a la desestabilización.

Los samaritanos, como vimos en el anterior artículo habían sido mermados y sus instituciones religiosas y políticas habían sido defenestradas. Esto provocó que, como pasó en Judea cuatrocientos años antes con Rabi Akia y Simón Bar Jockba, un líder mesiánico y nacionalista (perdonen el anacronismo) decidiera lanzarse contra los cristianos, sus instituciones religiosas, las instituciones políticas del Imperio y lucharan por mantener y crear un estado independiente.

En esta época el cristianismo se había extendido más allá de las fronteras del Imperio romano. Los árabes cristianos gasánidas eran aliados de Constantinopla y guardaban, como estado tapón, las fronteras del imperio frente a persas, que habían acabado aceptando, con reservas, a la comunidad cristiana en su fórmula Católica del Oriente (nestorianos) desconectado de los bizantinos y que estaba experimentando un auge del zoroastrismo que había puesto por escrito sus textos sagrados y que usaba a los cristianos nestorianos lájmidas como otro estado tapón.

Para lájmidas y persas una desestabilización (crónica ya) en estas regiones les otorgaba oportunidades como la que más tarde se presentarán en tiempos de la última guerra bizantino-sasánida (un siglo después).

Otro líder mesiánico

Los samaritanos, movidos por un líder mesiánico llamado Juliano Ben Sabar (latinizado como sabarides) y tomando como modelo al rey Jeroboam I (primer rey del Reino del Norte o Reino de Israel), se lanzó con sus acólitos. Escitópolis y Neapolis (la antigua ciudad de Siquem, moderna Nablús, donde se halla el sagrado monte Guerizín) fue conquistada por los samaritanos, que tomaron la región y se dedicaron a expulsar y acabar con los cristianos (clérigos y obispos incluidos) bajo el mando de Ben Sabar, proclamado Rey.

Ruinas del monte Gerizim c. 1880

La reacción no se hizo esperar. Justiniano emuló a su antecesor Zenón y decidió aplastar la rebelión con el despliegue de las tropas del dux palaestinae, fuerzas locales y tropas tribales gasánidas que se movieron por los campos samaritanos. Ni que decir tiene que el problema fue la orografía del terreno, con una población rural samaritana mayoritaria que podría entorpecer el avance de los bizantinos, pero Neapolis (actual Nablús) fue rodeada, las tropas de Ben Sabar derrotadas y este capturado, decapitado y su cabeza enviada a Constantinopla terminando la revuelta en 531 con la muerte y esclavitud de los samaritanos, considerados ya una lacra del Imperio.

Los tiempos dorados de la comunidad samaritana acabaron aquí, la región quedó vacía, los samaritanos fueron diezmados de tal forma que su cultura jamás se recuperó, ni bajo dominio bizantino, ni durante el corto dominio persa ni en época islámica…incluso hoy los samaritanos (ya en riesgo de extinción) son una minoría dentro de las minorías de Oriente Próximo.

Samaría tras Ben Sabar quedó como Judea después de Bar Jockba. Hasta tal punto que la siguiente rebelión, ya al final del reinado de Justiniano en el año 556 (Justiniano reinó de 527 a 565) fue en Cesárea, y aunó tanto a judíos como a samaritanos, de nuevo, contra la guarnición romana y los cristianos de la zona, matando al gobernador Estefano. Ese mismo año, el gobernador de la diócesis de Oriente, Amancio, atacó Cesárea y puso fin a la revuelta. Sin embargo, la debilidad de las comunidades judías y, sobre todo, de los diezmados samaritanos hizo que la revuelta no prosperara y tuviera una poca participación y apoyo.

En época del sucesor de Justiniano, Justino II, en 572 se produjo el canto de cisne de las revueltas samaritanas. Fue un nuevo ataque contra la comunidad cristiana que provocó la reacción del emperador reduciendo sus derechos que tras el triunfo de los bizantinos habían ido restaurando. La airada reacción de Justino II provocó una nueva revuelta que fue aplacada cerrando, por fin, las revueltas samaritanas. Sin embargo, esta comunidad tendría cierta participación en la revuelta judía contra Heraclio (614-629) en la que también fueron perseguidos y castigados.

La cuestión fue que los samaritanos pasaron de ser los dominadores de Samaria y una comunidad respetada a ser prácticamente extinguidos de su núcleo geográfico étnico-cultural. La persecución no terminó ahí ya que mientras que los judíos lograron recuperarse y echar raíces dentro y fuera del Imperio, los samaritanos quedaron aislados en su territorio siendo una minoría perseguida. La conquista árabe, que tanto benefició a monofisitas y judíos perjudicó aún más a los samaritanos cuyo estatus de «ahlul Kitab» (gente del libro) era discutida y su situación fue pasando de la indiferencia a la persecución por parte de los Califas quedando como un vestigio, un fósil etno-cultural que ha llegado hasta hoy desde las comunidades político-religiosas surgidas del colapso, en Próximo Oriente, de la Civilización del Bronce Tardío.