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Combate naval entre el navío Catalán al mando de Serrano y el Mary al mando de Vernon (1719)

Combate naval entre el navío Catalán al mando de Serrano y el Mary al mando de Vernon (1719)

«Honra sin barcos»: la importancia de la Armada española en la guerra de independencia de América

Para defender las posesiones de la monarquía y mantener el comercio y contacto entre ellas era fundamental el papel de la Real Armada

El Imperio español fue la primera gran potencia global de la historia, una hazaña que se debió a la pericia de los marinos españoles. Para defender las posesiones de la monarquía y mantener el comercio y contacto entre ellas era fundamental el papel de la Real Armada. Por eso, una de las causas menos conocidas pero más decisivas del colapso del Imperio español está en la decadencia de su poder marítimo.

A finales del siglo XVIII, la Armada de Carlos III era la tercera flota del mundo solo por detrás de la inglesa y la francesa. Durante las guerras revolucionarias, la marina española sufrió serios reveses frente a los ingleses en las batallas del Cabo de San Vicente (1797) y Trafalgar (1805), pero su crisis definitiva no se debió a las derrotas frente al enemigo, sino al abandono que sufrió durante la Guerra de Independencia. Durante los seis años que duró la lucha contra los franceses, los buques de la Armada quedaron abandonados en sus arsenales mientras oficiales y tripulaciones combatían desembarcados por toda la Península. Cuando en 1814 se consiguió finalmente la victoria contra el invasor, el coste que España había pagado en cuanto a su poder marítimo era enorme: de los 42 navíos de línea que había en 1808, solo quedaban 16, y de ellos únicamente cuatro estaban en condiciones de navegar.

El estado de la Armada al acabar la guerra era tan lamentable que tuvo que soportar la humillación de verse superada no ya por la inglesa y la francesa, sus antiguas rivales, sino por la de potencias de segundo orden como Portugal y Holanda. Un informe del almirantazgo señalaba que la Armada de 1818 «es muy inferior a la portuguesa y holandesa, cuando nunca podría creerse compitiendo con aquellas, que por tantos motivos debe ser superior a ellas».

La ruina económica del país impedía encontrar recursos para rehacer el poder naval perdido. Con frecuencia, los marinos se frustraban ante las constantes negativas de la Hacienda a facilitar fondos, especialmente ante la urgente necesidad de enviar barcos a América. El secretario del almirantazgo en 1821, el capitán de fragata don Dionisio Capaz, escribía «la posteridad mirará con asombro y se la hará increíble que la España condenase al abandono millares de familias y millones de pesos por no atinar con los medios de armar en tiempo oportuno tres o cuatro navíos».

Esta debilidad fue aprovechada por los rebeldes americanos. Los gobiernos del Río de la Plata, Colombia y Chile entendieron rápidamente que su supervivencia dependía en buena medida de su habilidad para conseguir un poder naval capaz de oponerse al de la metrópoli. Sin embargo, su situación económica era incluso peor que la de España y carecían de cualquier base para poder constituir una marina. Estas carencias las suplieron dedicando los pocos recursos disponibles a comprar barcos y tripulaciones en el extranjero, principalmente en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, además de ofreciendo amplios beneficios a todo corsario extranjero que quisiera dedicarse a la piratería contra las posesiones españolas bajo el amparo de alguna de las banderas insurgentes.

La dispersión de los dominios de la España, que obligaban a desperdigar los pocos barcos por todo el continente, la dificultad logística de enviar los buques disponibles en los puertos peninsulares al otro lado del Atlántico, la perpetua penuria de la Hacienda y algunas malas decisiones estratégicas hicieron que España se viese luchando en inferioridad naval en todos los teatros de la guerra. Como se demostró, a pesar de los esfuerzos heroicos de los marinos españoles, con una España sin Armada era solo cuestión de tiempo que se perdiese América.

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