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La rendición de Granada (1882) de Francisco Pradilla

La rendición de Granada (1882) de Francisco Pradilla

Serie histórica (II)

La destreza de Isabel y Fernando frente a los obstáculos en el camino hacia su coronación

Para superar los problemas fueron necesarias la habilidad política y la firmeza de Isabel junto a la innata capacidad de Fernando para anticiparse a sus adversarios y construir el futuro

El conflicto sucesorio había contribuido a agravar la inestabilidad que reinaba en Castilla durante los últimos años del reinado de Enrique IV, con las consecuencias que se han descrito en la primera parte del artículo. Poderosas fuerzas se venían oponiendo a que la princesa Isabel heredase la corona. Como consecuencia se habían acumulado tantos obstáculos en su camino que llegó a parecer imposible que consiguiese su objetivo.

Para superarlos fueron necesarias la habilidad política y la firmeza de Isabel junto a la innata capacidad de Fernando para anticiparse a sus adversarios y construir el futuro.

Un obstáculo fundamental enajenaba el apoyo de una parte significativa de las fuerzas vivas del reino. Lo constituía la sombra de ilegitimidad que se cernía sobre el matrimonio de los príncipes. La manipulación de la bula papal que permitía superar el obstáculo de la consanguinidad había supuesto un fuerte descrédito. Para superarlo fue imprescindible la habilidad de Fernando.

El Papa Sixto IV había enviado al cardenal Rodrigo Borgia como legado plenipotenciario para intentar la pacificación de los reinos peninsulares. Pretendía así facilitar su participación en la cruzada proyectada. Fernando le convenció, para otorgar la bula que legitimaba su matrimonio, con el compromiso de conceder el ducado de Gandía al primogénito del cardenal, cuando heredase la corona de Aragón. También consiguió que otorgase varios nombramientos eclesiásticos a clérigos partidarios de Isabel. Especialmente el nombramiento como cardenal de Don Pedro González de Mendoza consiguió para Isabel el apoyo de este poderoso linaje alcarreño.

Representación de la boda de los Reyes Católicos

Representación de la boda de los Reyes Católicos. Mosaico en la Plaza de España de Sevilla

Un beneficio colateral, de no poca importancia, consistió en hacer menos necesaria la colaboración del arzobispo Carrillo, cuya prepotencia y ambición resultaban cada vez más molestas. Terminó finalmente traicionando a Isabel y pasándose al bando de la Beltraneja.

Isabel estaba dotada de un agudo sentido político, además de un carácter firme y una profunda religiosidad que la hacía muy atractiva para el pueblo castellano, pero no tenía suficiente experiencia internacional. A Fernando, en cambio, le sobraba. Por ello su contribución fue decisiva en este fundamental aspecto. En 1472 tuvo que abandonar Castilla para auxiliar a su padre, Juan II contra el ataque del rey francés al Rosellón. Resultaba una jugada arriesgada, por lo inestable de su posición en Castilla, pero no podía permitir que aquella distracción debilitara el imprescindible apoyo que Isabel necesitaba del reino de su padre.

Con graves dificultades consiguió convencer a Juan II y al Consejo Real de que no declararan la guerra a Francia y aceptaran a regañadientes la pérdida a coro plazo del Rosellón y la Cerdaña. Sabía que podría recuperarlas si triunfaba en Castilla y así lo hizo creando las condiciones políticas oportunas mucho años después. También contribuyó, no poco, a este éxito su promesa de conceder privilegios comerciales en Castilla a los súbditos de la corona aragonesa cuando llegase al trono.

Neutralizada parcialmente la amenaza francesa Fernando tuvo que afrontar la portuguesa, mucho más inquietante. Ante la imposibilidad de alcanzar ningún acuerdo, los príncipes cortejaron a las regiones del norte de Castilla. En ellas tenía su base la única flota atlántica capaz de rivalizar con la temible escuadra portuguesa. La promesa de que tanto Vizcaya como los puertos cantábricos dependerían exclusivamente de la monarquía, sin ninguna intervención nobiliaria, les consiguió un apoyo sin fisuras que permitía amenazar la supremacía marítima portuguesa. Y que era además estratégica en el caso de Vizcaya y Guipuzcoa, que controlaban la principal ruta de acceso de una posible intervención transpirenaica.

Pero el principal enemigo lo constituía la poderosa facción nobiliaria encabezada por Juan Pacheco. El díscolo marqués de Villena había amasado un considerable poder, siempre en detrimento de la autoridad de la monarquía. Controlaba además las dos principales órdenes militares: la de Santiago, por si mismo, y la de Calatrava a través de su hermano Pedro Girón. Adueñado de la débil voluntad de Enrique IV, había contribuido a hacer imposible la reconciliación con su hermana Isabel. Su muerte en octubre de 1474 fue un inesperado golpe de suerte para la causa isabelina. Figura antipática como pocas, falleció rechazando los santos sacramentos.

Fernando consiguió que para el cargo de maestre de Santiago fuese elegido Alonso de Cárdenas, partidario de Isabel, en lugar de uno de los hijos de Juan Pacheco. Consolidó así una potente facción nobiliaria en apoyo de su esposa.

Enrique IV falleció en diciembre de 1474. La proclamación en Segovia de Isabel I no terminó con los problemas. Faltaba por resolver uno de los más preocupantes: las discordias entre ambos conyugues. Fernando llegó a abandonar el lecho conyugal, pero no consiguió imponerse a la firme decisión de su esposa, dispuesta, con toda la razón, a ejercer personalmente el poder. Había que encontrar una solución en medio de una incipiente guerra civil. Lo veremos en el próximo capítulo.

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