Fundado en 1910
Menú
Cerrar

El bosque Chateau (Schlosswald), cerca de Ypres, sólo estaba formado por tocones de árboles tras los intensos bombardeos de artillería (1917)

Picotazos de historia

La historia de la Primera Guerra Mundial que inspiró la película de '1917'

El abuelo del director de la película participó en la Primera Guerra Mundial y durante la infancia de sus nietos les contaba espeluznantes historias de sus experiencias en el frente

El director de cine Sam Mendes (1965) triunfó en su debut. Su ópera prima como director fue la exitosa American Beauty (1999), protagonizada por el controvertido actor Kevin Spacey. La película contó con un presupuesto de 15 millones, ganó cinco premios de la Academia de Arte y Ciencias Cinematográficas de EEUU (comúnmente conocidos como Oscar) y generó una recaudación en taquilla de unos 350 millones de dólares.

De la noche a la mañana Mendes, que llevaba años trabajando en el entorno teatral, fue elevado a la categoría de dilecto hijo de la cinematografía. Sus subsiguientes trabajos consolidaron esta situación y entre ellos encontramos películas como: Camino de perdición, protagonizada por Tom Hanks y Paul Newman; las películas de la serie de James Bond Skyfall y Spectre protagonizadas por el actor británico Daniel Craig y, en el año 2019, el drama bélico 1917 que es sobre el que quiero hablarles a ustedes.

El argumento de esta película nos narra las aventuras –casi un viaje iniciático– del cabo William Schofield, a quien encargan –junto con el cabo Blake, que morirá durante el trayecto– entregar un mensaje al coronel Mackenzie, comandante del 8º batallón del regimiento Devonshire, para que aborte un ataque planeado para la mañana siguiente. El protagonista deberá luchar contra el tiempo mientras atraviesa diferentes situaciones de pesadilla.

Fotograma de la película 1917

El guion nos muestra una situación ficticia protagonizada por personajes inventados pero basadas en las historias que el director oyó de labios de su abuelo: el escritor Alfred Hubert Mendes (1897 – 1991). El abuelo escritor participó en la Primera Guerra Mundial y durante la infancia de sus nietos les contaba espeluznantes historias de sus experiencias en el frente. Algo que fascinaba (siempre lo ha hecho) a los niños y serviría como un aliviadero emocional al viejo soldado, ya que es muy raro que los veteranos de guerra narren sus vivencias en el frente a alguien ajeno a ellas.

Alfred Mendes nació en la isla de Trinidad y era de ascendencia portuguesa. En 1915 viajó a Inglaterra para ofrecerse voluntario para combatir. Aprobado por el comité médico, fue encuadrado en el primer batallón de Rifle Brigade (que en realidad se trataba de un regimiento de fusileros formado en 1800) y enviado a combatir en Flandes. Participó en la terrible tercera batalla de Ypres, popularmente conocida como Passchendaele. El 12 de octubre de 1917, el primer batallón participó en el intento de capturar los restos de lo que un día fue la población de Poelcapelle.

El ataque fracasó y el batallón perdió a un tercio de sus efectivos. Al caer la noche, los heridos y desconcertados supervivientes quedaron aislados en un infernal No Man´s Land («Tierra de Nadie» en inglés, terreno entre las líneas de dos ejércitos opuestos). La oscuridad hacía más aterrador el terreno anegado y mil veces removido por las explosiones. El soldado Mendes se ofreció como voluntario para internarse en esa tierra de nadie para localizar a aquellos soldados extraviados y heridos y ayudarles a regresar a sus líneas.

Alfred cumplió con la misión y esa noche consiguió salvar la vida de bastantes camaradas. Su oficial consignó la valerosa actuación de Mendes y se juzgó meritoria de recibir la Medalla Militar británica, condecoración creada para premiar a los suboficiales y tropa por actos de valor frente al enemigo. Hacia el final de la guerra Mendes fue enviado a Inglaterra (Old Blighty para la tropa) para recuperarse de haber inhalado gases venenosos.

El director Sam Mendes recordaba vívidamente las emocionantes (y espeluznantes) aventuras que relataba su abuelo de esa noche en que salvó a un puñado de compañeros. También tenía muy presente como la tensión y el horror presenciado dejó a su abuelo con secuelas psicológicas que se reflejaban en una compulsiva necesidad de lavarse las manos. Siempre sucias para él. Siempre manchadas de sangre.