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Batalla de la Cuchilla de El Tambo. Obra de José María Espinosa Prieto, 1850

El héroe colombiano fusilado por Bolívar que murió gritando «Viva el Rey de España, viva la religión católica»

Aunque no existen retratos suyos, se lo describe como de baja estatura, de tez y cabello negros, gran número de cicatrices causadas por la viruela, el labio superior sobresaliente y mirada feroz

En lugar incierto, Laguna, Anganoy o Pasto, en cualquier caso en la actual Colombia, vino al mundo el 15 de mayo de 1780 Agustín Agualongo, hijo de los indígenas o mestizos Manuel Agualongo y Gregoria Almeida. Fue pintor de profesión y en el convento de las Conceptas de Pasto, en Colombia, fundado en 1588 (el cuarto más antiguo de América) se guarda aún alguna pintura de su autoría. Aunque no existen retratos suyos, se lo describe como de baja estatura, de tez y cabello negros, gran número de cicatrices causadas por la viruela, el labio superior sobresaliente y mirada feroz. Se casó con Jesusa Guerrero, aunque sin dejar descendencia.

Agustín Agualongo

Tan pronto como 1809, con la Península Ibérica ocupada por los Ejércitos napoleónicos, los primeros rebeldes independentistas americanos provenientes de Quito tomaron la colombiana ciudad de Pasto en la que residía nuestro héroe. Con 31 años de edad, Agualongo se alista en la Tercera Compañía de Milicias del Rey para combatirlos, dirigiendo un nutrido grupo de indígenas. Con la ayuda de los negros de Patía hostigó a los secesionistas, hasta que estos, finalmente, abandonan Pasto. El 13 de agosto de 1812 derrotó a las fuerzas del yanqui Alejandro Macaulay en Catambuco.

En 1816 Agualongo participó en la batalla de la Cuchilla de El Tambo, importante victoria del ejército realista, compuesto principalmente —esto es relevante— de mestizos e indígenas, que habían tomado partido, como tantos en los distintos territorios virreinales, por la Corona. Cuatro años más tarde es enviado a socorrer a la ciudad de Guayaquil, derrotando a los separatistas en Huachi. Un mes después, vuelve a derrotar al ejército separatista en Verdeloma, ascendiendo a comandante y siendo nombrado jefe civil y militar de la importante ciudad de Cuenca, cargo que ejercerá durante un entero año.

En 1822, con una España que se bate en retirada ya en el virreinato de Nueva Granada y que apenas resiste en el del Perú, se produce la Primera Rebelión Realista de Pasto, dirigida por Benito Boves y el propio Agualongo, contra la República de Colombia. Para aplastar el levantamiento, Bolívar envía al mariscal Sucre, derrotado por los realistas en la llamada Primera Batalla de la Cuchilla de Taindalá.

Ante la humillante derrota, Bolívar envía a Sucre un regimiento de fusileros pertenecientes a la Legión Británica con la que Inglaterra auxiliaba a los rebeldes 'novogranadinos' desde 1818. Con ellos, Sucre consigue derrotar a los realistas en la llamada Segunda Batalla de la Cuchilla de Taindalá, el 22 de diciembre de 1822, entrando el 24 de diciembre en Pasto, donde perpetra uno de los episodios más horrendos de la independencia novogranadina, la llamada «Navidad Negra», una venganza en la que asesina hasta cuatrocientas personas, sin miramiento alguno hacia mujeres, ancianos o niños.

Representación de Agustín Agualongo

Agualongo logró escapar y recompone un pequeño ejército de 2.500 mestizos e indígenas que consiguen derrotar heroicamente al ejército republicano en Catambuco el 12 de junio de 1823, recuperando la ciudad de Pasto. Gracias a ello, fue ascendido a coronel.

La situación era de una gravedad tal que Bolívar abandonó Perú, donde se hallaba, y puso rumbo a Ecuador para dirigir personalmente a sus fuerzas, siendo esta la única ocasión en la que interviene personalmente en Ecuador. El 17 de julio llega a Ibarra, donde le espera Agualongo. Con la ayuda de una importante fuerza de caballería, Bolívar derrota a los realistas, expresando su voluntad de «exterminar a esa raza infame de los pastusos» (así llamados los habitantes de Pasto).

Con apenas doscientos soldados regresa Agualongo a Pasto, la cual será tomada pocos días después por el general republicano Juan José Flores. Agualongo y sus hombres se refugian en el convento de las monjas Conceptas, de donde logran huir a Buenaventura, y hasta conseguirán recuperar Pasto, pero solo durante tres días, los que tarda Flores en retomar la ciudad para la causa republicana, fusilando a 200 realistas.

Agualongo escapó de nuevo. Buscando la salida al mar por el puerto de Tumaco para contactar con la marina española, intenta conquistar Barbacoas, pero es derrotado y herido en una pierna. Finalmente, el 24 de junio de 1824 es capturado con tres jefes de su ejército por el general José María Obando, que lo atrae hacia sí con falsas promesas, en el lugar conocido como «El Castigo». Una vez apresados, Agualongo y sus hombres son trasladados a Popayán, donde son juzgados y condenados a morir ante un pelotón de fusilamiento. Hasta el último momento se le ofrece al coronel realista indígena la conmutación de la pena a condición de jurar fidelidad a la República de Colombia, a lo que Agualongo responderá en todo momento con un sonoro «¡nunca!».

Si tuviese veinte vidas, estaría dispuesto a inmolarlas por la religión católica y por el rey de EspañaAgustín Agualongo

El 13 de julio de 1824, hace, pues, doscientos años por estas fechas, con cuarenta y cuatro años de edad, vestido de coronel (de hecho una cédula real de Fernando VII le había ascendido a general, aunque él no llegó a saberlo), y «cara al sol», como se dijo, sin venda en los ojos para mirar de frente a la muerte, Agualongo es fusilado, no sin realizar esta solemne proclamación: «Si tuviese veinte vidas, estaría dispuesto a inmolarlas por la religión católica y por el rey de España».

Los restos mortales de Agualongo, enterrados en la concatedral de San Juan de Pasto o iglesia de San Juan Bautista, serán robados en 1987 por el grupo guerrillero M-19 y devueltos en 1990, reponiéndose a la misma iglesia, al lado de los del regidor de Pasto Hernando de Cepeda y Ahumada, hermano de Santa Teresa.

Hace un mes tuve el honor de participar en su ciudad de Pasto, Colombia, en un congreso en su honor, en el que compartí mesa y micrófono con tantos especialistas en su persona, los colombianos Edgar Salazar, Silvio Pereira, Alejandro Ricaurte, Nestor Saúl Caicedo, Diego Bolaños; el español Manolo Martín; los ecuatorianos Andrés Guarnizo y Alejandro Armijos; o el argentino Patricio Lons.

Actualmente, el escultor lorquino Antonio Soler se halla en pleno trabajo para terminar una estatua tamaño natural del héroe hispano colombiano, realizada en un bloque de mármol de cinco toneladas, que ha dejado reducidas, a fuerza de brazo y cincel, a dos. Porque como bien afirmaba el gran Miguel Ángel, y también puede decir Antonio, «la estatua estaba dentro, yo solo he tenido que quitar lo que sobraba».