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Antonio Pérez Henares
Historias de la historiaAntonio Pérez Henares

Isabel Zendal, la «madre» de los huérfanos que vacunaron de la viruela a Hispanoamérica

Figura admirable y determinante en aquella trascendental expedición de Balmis, la gran epopeya médico-sanitaria que consiguió llevar la vacuna primero al otro lado del Atlántico y luego cruzar el Pacífico

Actualizada 04:30

La corbeta María Pita y el retrato de Isabel Zendal

La corbeta María Pita y el retrato de Isabel Zendal

Cada vez me convenzo más que el ataque, tan persistente, como mentiroso y falaz, contra el papel y la obra de España en el mundo y en especial en Hispanoamérica, ha de empezar a responderse no a la defensiva sino poniendo por delante lo realizado, lo construido, lo dejado en herencia. Algo tan tangible y presente, a pesar de todas las soflamas doctrinarias, que hoy uno, siempre que quiera ver y escuchar, se topa de inmediato, de entrada una lengua común y universal, y a cada paso que da y por doquier y en cada lugar o ciudad, con esas huellas de esa hispanidad replicada una y otra vez.

Otras no son tan visibles pero sí fueron trascendentales en su momento y que conviene recordar y poner en valor. Entre ella y en un lugar de honor, la que fuera la primera expedición sanitaria y a escala mundial, que ríete tú de las miles de ONG que pululan por allí. Aquello sí que fue una ayuda humanitaria de una enorme magnitud y trascendencia. La promovió la corona española y la protagonizó el doctor Balmis y su objetivo e inmenso logro fue hacer llegar la vacuna de la viruela al continente americano e incluso al Pacifico, Filipinas, también.

El viaje tuvo otros protagonistas, unos verdaderos héroes, mas de una veintena de niños huérfanos y quién fue su madre durante toda aquella arriesgada singladura, Isabel Zendal, a quien hoy conocemos al menos por haberse puesto su nombre –y muy bien puesto por cierto– al hospital creado durante la pandemia COVID en Madrid.

Porque Isabel Zendal es un figura, amen de humanamente admirable, determinante en aquella trascendental expedición de Balmis, la gran epopeya médico-sanitaria que consiguió llevar la vacuna primero al otro lado del Atlántico y luego cruzar el Pacífico hasta las islas Filipinas.

La vacuna. Obra de Vicente Borras Abellá

La vacuna. Obra de Vicente Borras AbelláMuseo del Prado

El terrible problema de entonces, dos siglos largos atrás era que las vacunas al ser trasladas entonces y a causa del viaje y temperatura perdían totalmente su eficacia. Lo que el doctor Francisco Javier Balmis concibió para poder llevar la vacuna hasta el más alejado confín, fue que esta viajara en el cuerpo humano, en concreto en el de 22 niños, muchos gallegos y del Hospicio que Isabel Zendal dirigía en La Coruña.

Isabel había nacido hija de unos pobres campesinos, pero consiguió estudiar con el párroco del pueblo. Al fallecer su madre, precisamente de viruela, cuando tan solo tenía 13 años, comenzó a trabajar y a los 20 comenzó a hacerlo en el Hospital de la Caridad de La Coruña, que había fundado Teresa Herrera, del que por su entrega y buen hacer acabó siendo rectora. Como madre soltera crio allí a su hijo, Benito Vélez, que sería uno de los niños del viaje. Su salario como directora de la Inclusa era de cincuenta reales al mes y una libra diaria de pan que se aumentó a partir del 1801 en otra media libra para su hijo y después en media libra de carne al día para los dos.

Balmis conectó con ella al caer en la cuenta que era imprescindible que una mujer formara parte de la expedición para atención y cuidado de los niños, Isabel fue la última incorporación a la misma, y ella convencida de la necesidad y propósito de la misma aceptó su propuesta y se embarcó como enfermera y salario equiparado al de los hombre de tal condición, a bordo del «María Pita» el 30 de noviembre de 1803 .

Barón Jean Louis Alibert (1768-1837) realizando la vacunación contra la viruela en el Castillo de Liancourt

Barón Jean Louis Alibert (1768-1837) realizando la vacunación contra la viruela en el Castillo de Liancourt

La vacuna se inoculó al embarcar a un solo niño y luego iba pasando cada nueve día de un uno a otro para así poder llegar con ella viva y eficaz a las Américas. De los 22 primeros niños que hicieron esa travesía 11 provenían del Hospital de La Coruña, otros cinco de Santiago de Compostela y seis más de la Casa de Desamparados de Madrid. Sus edades oscilaban entre los nueve años de Benito, el hijo de Isabel, hasta los tres de los más pequeños. De estos primeros veintidós en el viaje a América pereció uno de ellos que no pudo soportarlo .

Isabel defendió con bravura y maternal cuidado a todos ellos y se preocupó de que se les atendiera según se había establecido por orden real: «...serán bien tratados, mantenidos y educados, hasta que tengan ocupación o destino con que vivir, conforme a su clase y devueltos a los pueblos de su naturaleza, los que se hubiesen sacado con esa condición».

Cada cual, antes de embarcar, había recibido dos pares de zapatos, seis camisas, tres pantalones y otras tantas chaquetas de lienzo y un pantalón más de paño para el frio. Seis pañuelos para el cuello y la nariz y un vaso, un plato y cubiertos para comer completan su ajuar.

Isabel consiguió su objetivo de preservar vivos a la gran mayoría y luego que estos encontraran acomodo en tierras americanas, pero un precepto del viaje jamás se cumplió. Ninguno regresó ni a Galicia ni a España.

La corbeta María Pita, fletada para la expedición Balmis, en 1803. Grabado de Francisco Pérez

La corbeta María Pita, fletada para la expedición Balmis, en 1803. Grabado de Francisco Pérez

La primera parada del María Pita fue Santa Cruz de Tenerife, donde estuvieron un mes vacunando a la población y tras cruzar el Atlántico llegaron a Puerto Rico donde comenzó la vacunación en tierras americanas, que duró todo un año, hasta la partida desde Acapulco, rumbo a Filipinas.

El periplo desde Puerto Rico comenzó por todo el territorio de Nueva Granada, llegando a la Capitanía General de Caracas el 20 de marzo de 1804. Allí la expedición se dividió, para abarcar lo más posible de territorio y población, Una parte, dirigida por José Salvany y Lleopart, fue hacia la América Meridional, mientras que Balmis, grupo al que se asignó a Isabel, cogió rumbo norte llegando a la ciudad de México en agosto de aquel año. Ella y los niños se instalaron en el Hospicio de la capital de la Nueva España mientras que Balmis y su grupo vacunaban por todo el norte del virreinato hasta alcanzar y vacunar también el territorio de lo que ahora es el sur de Estados Unidos. O sea, que a los primeros norteamericanos quienes los españoles libraron de la viruela fueron aquellos indios a los que los ingleses se habían afanado tanto en extender entre ellos un virus para que cogieran la enfermedad.

Las trabas burocráticas, otra «marca España» y endémica también que hubieron de superar en los diferentes virreinatos y territorios fueron muchas y estuvieron a punto de dar al traste con todo. Solo el empeño de Balmis y sus ayudantes y la dedicación de Isabel Zendal a los niños salvó la situación de la incompetencia, cuando no el desdén y las más peregrinas trabas de funcionarios y autoridades que tenían la obligación de ayudarles y proveerles y que no hicieron en ocasiones sino entorpecerlas

Pero lo lograron e iniciaron la segunda gran singladura de su viaje. Atravesar el Pacífico y llegar a Filipinas. Ahora los «ángeles custodios» fueron 26 niños mexicanos, de similar extracción a los venidos desde España, de los cuales ya solo prosiguió viaje Benito, el hijo de Isabel. Zarparon a bordo de la fragata Magallanes llegando, tras una agitada navegación a Manila el 5 de abril de 1805. En su Hospicio, al igual que en México, se quedó Isabel non los niños mientras que Balmis y los demás se distribuyeron vacunando por todo el archipiélago e incluso llegaron a hacerlo en la costa continental de China.

Recorrido de la expedición

Recorrido de la expediciónWikimedia Commons

Allí permanecieron durante cuatro años largos, para regresar finalmente a Acapulco en agosto de 1809. Para entonces se había producido ya en España la invasión napoleónica, el rey Carlos IV ya no lo era, su hijo Fernando VII se había entregado a Napoleón y la Guerra de la Independencia había comenzado.

Ni la mayoría de los expedicionarios ni Isabel Zendal pudieron, algunos tampoco quisieron, regresar en aquellas condiciones a España. La enfermera se trasladó con su hijo a Puebla, de donde se tienen las ultimas constancias documentadas de su vida hasta el año 1811. No se conoce la fecha de su fallecimiento.

De su hacer, sacrifico y entrega a los niños de los que se convirtió en una verdadera madre dan pruebas estas palabras del doctor Balmis escritas en Macao en 1806 donde también llegó la vacuna española que consiguió vacunar a unas 250.000 personas en total.

Monumento a Isabel Zendal en La Coruña

Monumento a Isabel Zendal en La Coruña

La mísera rectora que con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud, infatigable noche y día ha derramado todas las ternuras de la más sensible madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades.

La memoria de Isabel Zendal permaneció en el olvido largo tiempo y no fue hasta finales del siglo anterior y sobre todo ya en este cuando se ha reconocido su labor, tanto a nivel mundial, por parte de la Organización Mundial de la Salud como a escala nacional. No mucho, pero algo ya sí, como el Hospital de Madrid.

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