¿Hubo soldados infieles y herejes en los ejércitos católicos de los Austrias?
A pesar de servir a las católicas tropas de Su Majestad, nunca se les exigió que abandonaran su religión y, además, la mayoría de ellos mostraron una enorme fidelidad a la Monarquía Hispánica
Si por algo se caracterizó la dinastía de los Habsburgo, fue por una profunda religiosidad católica que les convirtió en la punta de lanza de la Iglesia de San Pedro en las guerras de religión que asolaron Europa durante los siglos XVI y XVII. La rama madrileña heredó el título de Reyes Católicos, que el Papa Alejandro VI había concedido a Isabel y Fernando, los últimos monarcas Trastámara, debido a su incansable lucha contra el islam, y a ser los artífices de la finalización de la Reconquista con la toma de Granada en 1492.
A pesar de ser los campeones de la Fe católica, tras la campaña de ocupaciones españolas en el norte de África –iniciada con la toma de Mazalquivir en 1505 y que se extendería hasta 1511– se reclutaron guerreros norteafricanos de religión musulmana que formaron parte estable de la guarnición de Orán, denominados mogataces.
Estos sirvieron como guías de las tropas católicas en las acciones militares al otro lado del Estrecho, así como de informadores de lo que ocurría en los aduares enemigos. Eran los ojos y los oídos del presidio de la «Corte Chica», nombre que recibió Orán al poco de su conquista por las tropas del cardenal Cisneros, y que fue la joya cristiana en el septentrión africano. A pesar de servir a las católicas tropas de Su Majestad, nunca se les exigió que abandonaran su religión y, además, la mayoría de ellos mostraron una enorme fidelidad a la Monarquía Hispánica, razón por la que no fue raro que fallecieran en enfrentamientos contra sus correligionarios.
A pesar de lo corriente que nos puede resultar a los españoles el servicio de musulmanes del Magreb en nuestro Ejército –por ejemplo, los Regulares–, hay que tener en cuenta que los mogataces fueron un fenómeno único en los ejércitos de la Edad moderna. Por ejemplo, a pesar de ser una frontera porosa al ser terrestre, las tropas de los Habsburgo alemanes nunca contaron entre sus filas con unidades musulmanas, a pesar de que, desde Croacia o Hungría, hubiera sido fácil dar la bienvenida a soldados de religión mahometana.
Pero el servicio de unidades no católicas no se circunscribió exclusivamente a los mogataces. A principios del siglo XVI se consolidó la presencia de jinetes de origen balcánico que profesaban el Cristianismo ortodoxo, conocidos como estradiotes, en la caballería ligera que servía al Gran Capitán en Italia. Hasta bien entrado el siglo XVII se puede trazar la presencia de estos ortodoxos, que se habían asentado en Nápoles durante el siglo XV tras huir de la imparable conquista otomana, y que seguían sirviendo en la caballería ligera del Ejército de Flandes o en las guarniciones italianas en los estados de la Monarquía. Entre ellos destacó Giorgio Basta, famoso oficial de caballería además de tratadista militar.
Pero durante el inicio del siglo XVI, los soldados herejes más célebres fueron los lansquenetes alemanes, aunque no todos ellos eran protestantes, ya que la mayoría continuaba profesando el catolicismo debido a que se intentaba que fueran reclutados en zonas católicas del Sacro Imperio Germánico. En 1527, estas tropas formaron parte del ejército imperial al mando del Condestable de Borbón que asaltó y saqueó Roma hasta sus cimientos. Todos los contingentes, dio igual su origen –español, italiano o tudesco– o su credo –católico o reformado–, se ensañaron con la Ciudad Eterna y sus habitantes.
Escenarios indescriptibles de horror, muerte y destrucción se sucedieron en una violenta espiral, en los que la avaricia y la lujuria fueron sus mayores protagonistas. Curiosamente, sabemos que hubo protestantes entre los lansquenetes debido a los grafitis que hicieron con sus dagas en las paredes de la Capilla Sixtina, en los que se jaleaba la reforma de Lutero frente al Papado, al que denominaban como «la puta de Babilonia». Aun así, fue una triste ironía que el ejército del rey católico fuera quien pusiera a saco a Roma.
Los contingentes alemanes continuaron su servicio a los Austrias durante los siglos XVI y XVII, razón por la que, a pesar de defender los intereses católicos, siempre hubo soldados heréticos entre sus filas; lo que era sabido por el alto mando, quienes prefería ignorarlo para no perder recursos humanos. No sorprende, por tanto, que a finales del XVII, cuando casi toda Europa occidental se enfrentó a Luis XIV y sus ejércitos, entre las tropas de Carlos II de España desplegadas en Flandes o Milán hubiera contingentes de soldados protestantes procedentes de regiones dónde la religión reformada era mayoritaria: Sajonia, Brandemburgo, Hannover –en 1689 en Flandes hubo unos 9.000 soldados de dicho origen– y Wurtemberg.
Teniendo en cuenta el servicio de herejes e infieles a la Monarquía Hispánica, es muy difícil seguir aceptando la idea de que la política de los Austrias fuera siempre la de la exclusión respecto a otras religiones.