90 años
Cuando el PSOE perdió las elecciones y comenzó una sangrienta revolución
El PSOE fue el gran perdedor de las elecciones, aunque esto no impidió que Largo Caballero buscara implantar un Estado socialista en España
Hace noventa años, en octubre de 1934, Asturias se convirtió en el epicentro de una revolución. Lo que comenzó como una huelga general de obreros se transformó en un levantamiento armado protagonizado por los mineros que querían plantar cara al gobierno de la República. Con dinamita en mano, empezó un pequeño conflicto conocido como la Revolución de Asturias, que sería el germen de una guerra civil en España. Pero ¿Cómo empezó?
Este levantamiento no fue un hecho aislado, sino la culminación de años de tensiones políticas y sociales en España. En 1933 un nuevo gobierno liderado por el Partido Republicano Radical del Lerroux estaba ahora al frente de la República, con el apoyo de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), liderada por José María Gil-Robles, un partido que representaba a los sectores más conservadores. El PSOE fue el gran perdedor de las elecciones, aunque esto no impidió que Largo Caballero buscara implantar un Estado socialista en España. ¿Cómo? Amenazó al Gobierno de Lerroux con una huelga general revolucionaria si la CEDA entraba en el nuevo gobierno.
Asturias era una región minera donde los sindicatos, socialistas y anarquistas tenían un fuerte control sobre las clases trabajadoras. A esto se sumó el contexto social en que la minería era una profesión muy bien pagada, pero las condiciones de trabajo extremas, con graves accidentes y poca seguridad, sumado a la fuerte incidencia del paro que afectaba al sector desde 1931, fueron los argumentos utilizados por los sindicatos para movilizar a los mineros asturianos. Pero la mecha que detonó la insurrección empezó a principios de octubre, cuando se nombró a tres nuevos ministros de la CEDA.
De la revolución social a la dictadura temporal
Bajo el lema de «¡Viva la revolución social!», los mineros se alzaron en armas y tomaron varias ciudades y pueblos como Mieres o Trubia. Primero controlaron la cuenca minera y después atacaron Oviedo. Socialistas y anarquistas crearon comités revolucionarios y, al cabo de pocos días, se estima que consiguieron movilizar a 30.000 personas. Todos compartían la idea de crear un Ejército Rojo que luchara para conseguir una «dictadura temporal» que diera paso a un Estado socialista, según recoge Hugh Thomas en su libro La Guerra Civil española.
La revolución estuvo liderada por Ramón González Peña, presidente de la UGT en Asturias, y Belarmino Tomás, quien más tarde se convertiría en presidente del Consejo Soberano de Asturias y León. Organizados y bien armados con fusiles, cañones y dinamita –la herramienta de trabajo convertida en arma de guerra–, ocuparon varias ciudades y pueblos, asaltaron cuarteles y arsenales de la Guardia Civil para armarse, profanaron iglesias, conventos y asesinaron a varios sacerdotes.
A lo largo del mes también se produjeron insurrecciones en Madrid y Barcelona, donde Lluis Companys, nuevo presidente de la Generalidad, proclamó el Estado Catalán dentro de la república federal española. EL gobierno consiguió en pocas horas sofocar la llama revolucionaria, pero continuó activa durante algunos días en Asturias.
La República envió entonces a Francisco Franco, comandante militar. Los combates duraron más de dos semanas, y la devastación fue enorme. En total murieron unos 1.200 revolucionarios, y unos 300 militares durante los enfrentamientos. El gobierno detuvo a unas 30.000 personas, entre ellas los líderes del PSOE y la UGT. Lo sucedido aquel octubre contribuyó a radicalizar aún más a la sociedad española, sembrando el terreno para las tensiones que desembocarían en la Guerra Civil apenas dos años después.