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El cuerpo de capellanes que participaron en la Gran Guerra

El cuerpo de capellanes que participaron en la Gran Guerra

Picotazos de historia

El cuerpo de capellanes que participaron en la Gran Guerra

«Si los muchachos no pueden ir a la iglesia, entonces la Iglesia debe ir donde los muchachos», dijo uno de los capellanes

En agosto de 1914, en el ejército del Reino Unido de la Gran Bretaña, había un total de 117 capellanes castrenses. De estos, 89 pertenecían a la Iglesia de Inglaterra, 11 eran presbiterianos y 17 católicos (la mayoría de ellos encuadrados en los regimientos irlandeses). Al terminar la Primera Guerra Mundial el total se había elevado a 3.416 y a los grupos anteriores había que sumar a: los Wesleyanos (grupo dentro de los Metodistas), los calvinistas, judíos, Ejército de Salvación, los congregacionistas (extensión del puritanismo), evangelistas e Iglesia Reformada bajo el nombre conjunto de Junta Unida de Iglesias.

Desde el primer día en que el Reino Unido intervino en el conflicto, la iglesia de Inglaterra apoyó decididamente al gobierno. Sin dudar se alineó junto a su patria y predicó una nueva cruzada, al tiempo que condenaba con toda vehemencia al enemigo. En este sentido fueron paradigmáticos los sermones del obispo Winnington-Ingram, los cuales se hicieron famosos por sus altas dosis de paroxismo y xenofobia.

En el frente la situación era muy diferente y los que allí estaban perdían enseguida la visión que traían de la retaguardia. Para empezar les era dolorosamente evidente ciertas diferencias de comportamiento entre los diferentes capellanes. En concreto, entre los representantes de la iglesia de Inglaterra y los católicos. Y esa diferencia hacía que los primeros fueran visto con sarcasmo, cuando no con desprecio, y los segundos con afecto y admiración.

El comandante, más tarde coronel, Alan Hamburg-Sparrow afirmó en sus memorias: «los capellanes, con la excepción de los capellanes católicos, estaban deficientemente preparados para soportar las tensiones y horrores del frente sin que llegara a afectarles a los fundamentos de su propia fe».

Robert Graves, en su libro Adiós a todo eso, señalaba lo absurdo de unos capellanes (los anglicanos) que predicaban y aleccionaban a los soldados que marchaban a la primera línea, pero que se quedaban detrás, con los transportes que habían acercado a las tropas hasta las líneas de aproximación. Por el contrario, señalaba Graves, los capellanes católicos acompañaban a las tropas en primera línea, compartiendo su vida en las trincheras.

En relación con este comportamiento, Graves menciona una directriz (transformada en orden por el Estado Mayor Imperial) proveniente del obispo de Canterbury. Según esta directriz los capellanes de la Iglesia de Inglaterra tenían prohibido acompañar a las tropas más allá del lugar donde estuviera situado el cuartel general de la brigada y, especialmente, hasta la línea del frente.

Como pueden imaginar, lo que conseguía semejante orden era crear una desconfianza hacia aquellos capellanes que sermoneaban que estarían con ellos… hasta la tercera trinchera de retaguardia, como mucho. Conscientes del desacierto, tras muchos informes negativos desde la línea del frente, las autoridades eclesiásticas dieron su brazo a torcer. Justo a tiempo para que fueran todos barridos aquel soleado 1 de julio de 1916, en los campos del Somme.

Desde la revocación de la orden, y con una revisión de los requisitos exigidos para poder ser enviado al frente, la apreciación por los capellanes en general (siempre hay excepciones) aumentó muchísimo y pasó a ser una figura aceptada y querida por los combatientes de primera línea. Se había conseguido cambiar la visión y, como dejó escrito un capellán anónimo: «Si los muchachos no pueden ir a la iglesia, entonces la Iglesia debe ir donde los muchachos».

Hasta el final de la guerra, en el Ejército británico los capellanes castrenses, siendo indiferente el credo o religión que representaran, acompañarían a las tropas, compartiendo con ellos sus angustias, miedos y privaciones. Tres capellanes castrenses serían condecorados con la máxima distinción al valor frente al enemigo, la llamada Cruz Victoria, y miles de otras condecoraciones o distinciones (Orden de Servicios Distinguidos, Cruz Militar y citaciones en despachos) llovieron sobre los integrantes del cuerpo de capellanes.

Durante la Primera Guerra Mundial, proporcionalmente, las unidades o cuerpos más condecorados entre las tropas de la Commonwealth fueron el cuerpo de capellanes y el de camilleros/ sanitarios. Ambas unidades de no combatientes que mostraron un enorme grado de heroísmo hacia los demás. Todas sus condecoraciones fueron por salvar vidas, no por arrebatarlas.

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