Cuando los soldados alemanes olvidaron la guerra para «conmemorar la Navidad»
Al llegar el día 24 de diciembre de 1941 se produjo una situación increíble en muchos sectores del frente alemán: sin ponerse previamente de acuerdo numerosos grupos de soldados para celebrar la Nochebuena
A finales de diciembre de 1941 la catástrofe se cernía sobre el ejército alemán, atrapado, a miles de kilómetros de su punto de partida y en el extremo de extensas líneas de abastecimiento, frágiles y muy difíciles de mantener. Al deterioro de los materiales y al cansancio de las tropas se había unido la calamidad de uno de los inviernos más fríos que se recordaban.
Por increíble que parezca, aquel ejército tan profesional no había previsto pertrechar a sus tropas con ropas y equipamientos adecuados para los gélidos combates invernales. Además había menospreciado la capacidad de resistencia soviética y el valor desesperado de los soldados rusos dispuestos a luchar hasta la muerte en defensa de su capital.
El contraataque ordenado por Stalin había sorprendido al alto mando de la Wermacht, que debía actuar constreñido por las imperiosas órdenes de Hitler que ordenaba defender las posiciones alcanzadas, aunque su caída resultase inevitable. Superadas en número y material, las tropas germanas finalmente debieron batirse en retirada en circunstancias crecientemente difíciles.
Las unidades erigieron por doquier árboles de Navidad y los llenaron de velas y adornos improvisados
Sin embargo al llegar el día 24 de diciembre se produjo una situación increíble en muchos sectores del frente alemán: sin ponerse previamente de acuerdo, sin necesidad de ninguna directriz, numerosos grupos de soldados, incluso unidades enteras, decidieron detener las operaciones, para celebrar la Nochebuena. Bastantes veces con la complicidad de sus propios oficiales. Venciendo el frío, el cansancio y el miedo que les atenazaban, utilizaron los escasos recursos de los que disponían para preparar celebraciones lo más dignas posible.
El milagro de Navidad de 1941
El profesor Michel Jones ha recogido multitud de testimonios sobre aquel momento en su excelente libro La Retirada (la primera derrota de Hitler). Las unidades erigieron por doquier árboles de Navidad y los llenaron de velas y adornos improvisados con paquetes de tabaco, latas y cualquier otra cosa que encontraban. Prepararon ingenuos regalos y empezaron a ensayar canciones.
En muchos lugares aprovecharon los edificios de antiguas iglesias en ruinas. En la localidad de Vladíchino un oficial registró una reunión de soldados en una iglesia en torno al hueco que había dejado en el suelo el altar al ser arrancado por los comunistas. Tras encender una fogata se pusieron a cantar villancicos. «Jamás he oído cantar Noche de Paz con semejante fervor. Resultaba increíble. Muchos no pudimos contener las lágrimas».
Los capellanes militares, consentidos a regañadientes en la Wermacht por la fobia anticristiana de los nazis, se las vieron y desearon para poder atender las innumerables demandas para celebrar Misa. El capellán Josef Perau, de profundas convicciones antinazis, quedó conmovido por la sencilla misa que celebró en la pequeña ciudad de Yüjnov a 200 kilómetros de Moscú: «al culto de la mañana de Navidad han asistido 300 ó 400 soldados. No los ha congregado campana alguna, ni han encontrado una iglesia adornada: Han venido a un establo frío y oscuro, dotado de un altar improvisado en el que celebraba un sacerdote solitario. Sus cantos, vigorosos y sentidos –escribió en su diario– resultan más emotivos que el recital más refinado».
400 soldados asistieron a la Misa de Navidad
También se relatan en cartas y memorias numerosos momentos de confraternización con los creyentes rusos. Quizás el más inimaginable es el que relató el teniente Hans Schäuffer de la V brigada acorazada detenida en la ciudad de Kromi. En su centro se encontraba una antigua iglesia ortodoxa medio derruida.
Los soldados se esforzaron en despejarla de nieve, buscaron dos píceas y las decoraron con velas y adornos. Algunos levantaron las tablas del suelo para construir un altar de tosca factura. El aviso de que se acercaban fuerzas soviéticas no detuvo los preparativos porque todos «querían conmemorar la Navidad. A la llegada del capellán para la misa se congregaron los soldados en el vasto interior de la Iglesia. Pero a continuación sucedió lo increíble. De pie a nuestro alrededor había aparecido una multitud de hombres y mujeres de aspecto rudo y ropa rudimentaria. A pesar de su humilde atuendo jamás había visto una reunión de aspecto más festivo. ¿Cuánto tiempo hace que a estas gentes no les permiten participar en una ceremonia religiosa?».
La Misa continuó, pero cuando Schaffer volvió a recorrer con la mirada a la congregación, observó un nuevo grupo de jóvenes agrupados amenazadoramente. Eran guerrilleros con miradas de odio profundo. Esperando lo peor el oficial alemán contempló sorprendido como el oficial que dirigía a los guerrilleros se quietaba su gorro e inclinaba la cabeza en el momento en el que el sacerdote impartía la bendición final con el crucifijo. Sus hombres fueron imitándole sin excepción y desaparecieron cuando la congregación comenzó a cantar villancicos.
Cuando Schaffer abandonó el templo se encontró de frente con el oficial soviético. Ambos se miraron durante un largo espacio de tiempo cargado de tensión. «Finalmente el ruso en un deficiente alemán dijo, primero para sí y después con aire solemne para mí 'Christus is geboren' (Ha nacido Jesucristo). Luego le tendió su mano y desapareció en medio de la oscuridad de la noche rusa», recoge la obra del profesor Michel Jones. Era Navidad.