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Redacción de La Época en 1896. Aparecen en la foto, entre otros, el director Alfredo Escobar y Ramírez, Manuel Tello, Antonio Peña y Goñi, Eduardo Gómez de Baquero y Carlos Fernández Shaw

Redacción de La Época en 1896. Aparecen en la foto, entre otros, el director Alfredo Escobar y Ramírez, Manuel Tello, Antonio Peña y Goñi, Eduardo Gómez de Baquero y Carlos Fernández Shaw

Dinastías y poder

La dinastía al frente del diario conservador por antonomasia que sufrió la violencia de la II República

Fueron una familia en la élite de la política que apostó por la defensa de los intereses dinásticos y que sufrió la violencia social en los días de la II República

Todos recordamos el magistral personaje del marqués de Leguineche en la película de Berlanga, La Escopeta Nacional. El actor que le da vida es uno de los más brillantes secundarios de nuestra cinematografía. Dramaturgo, escritor y también aristócrata. Luis Escobar Kirkpatrick, VII marqués de las Marismas del Guadalquivir, pertenecía a una de las más ilustres familias españolas. Su abuelo, marqués de Valdeiglesias, fue director del influyente diario La Época; durante décadas, decano de la prensa política madrileña y principal órgano del conservadurismo monárquico en el periodo de la Restauración.

Su padre, Alfredo Escobar, además de propietario del periódico, firmó con el pseudónimo de Mascarilla, las crónicas de sociedad más simpáticas del reinado de Alfonso XIII. Fueron una familia en la élite de la política que apostó por la defensa de los intereses dinásticos y que sufrió la violencia social en los días de la II República: el último número de su periódico se publicaba el 11 de julio de 1936.

Ignacio José Escobar recibió de Alfonso XII el título de marqués de Valdeiglesias en 1879. Había sido joven diputado por el partido moderado a finales de la década de los cincuenta, todavía en los días de la denostada Isabel II. Se contaban de él muchas historietas sobre su duelo con el actor Julián Romea por unos comentarios inoportunos en la prensa, aunque el desafío quedó en tablas. Desde La Época, el periódico del que era director y que había comenzado a publicarse en 1849, apoyó la Restauración monárquica visto el fracaso de la Gloriosa y los posteriores experimentos democráticos.

Hizo de La Época, el prototipo de diario aristocrático y conservador. Hasta tenía un formato más alargado que al doblarlo en cuatro pliegos y llevarlo bajo el brazo, se convertía en sinónimo de distinción. Su hijo, Alfredo Escobar y Ramírez, tomó el relevo en la dirección en 1887, la propiedad del rotativo y el título de II marqués de Valdeiglesias. Firme respaldo de las políticas canovistas se situó claramente en apoyo de la regente María Cristina Habsburgo y por supuesto, de su hijo el rey.

Nombrado gentilhombre de cámara «con ejercicio y servidumbre» de Alfonso XIII, cubrió entre otras muchas informaciones de la Corte, el viaje que en 1910 realizó la infanta Isabel, la popular Chata, a la Argentina, para representar a España en los actos conmemorativos del primer centenario de la independencia. Muchas de sus crónicas las escribía con pseudónimo: el de Mascarilla fue de los más populares y se convirtió en un referente para conocer de cerca, las soberbias veladas cortesanas, a las que él mismo asistía. En la plantilla de La Época entonces firmas tan estupendas como la de Mariano Marfil, Melchor Fernández Almagro o Emilia Pardo Bazán.

Casado con Concepción Kirkpatrick, V marquesa de las Marismas del Guadalquivir, título que acababa de ser rehabilitado tras su original concesión por Fernando VII, formaban uno de los matrimonios con mayor proyección política y social de su tiempo. Él como diputado y editor de prensa. Ella, como presidenta del cuerpo de enfermeras de la Cruz Roja que tan exitosamente había creado la marquesa de la Victoria con el apoyo de la reina Victoria Eugenia.

El matrimonio tuvo varios hijos. El primogénito, José Ignacio, siempre afín a personalidades como Pedro Sainz Rodríguez o Cesar Silió, pasará a desempeñar en 1933 la dirección del periódico familiar, en claro alineamiento con los postulados de Renovación Española y tras su creación, con los del Bloque Nacional por el que había apostado José Calvo Sotelo. Una especie de conglomerado entre alfonsinos y carlistas. Pero el diario, muy identificado editorialmente, no logró sobrevivir al asesinato que detonó el inicio de la Guerra Civil. Incautado por elementos afectos al Frente Popular, en sus talleres se tiró durante un tiempo El Sindicalista, afín a Ángel Pestaña. Nada era ya lo mismo.

Luis Escobar, el menor de los hijos del matrimonio y VII marqués de las Marismas del Guadalquivir, estudió Derecho por imposición paterna según contó en sus memorias. También integró el elenco de alumnos de la Escuela de Periodismo de El Debate que desde 1926 y de la mano de Ángel Herrera, apostó por la formación de periodistas profesionales. Con el inicio de la Guerra Civil, fue reclutado por el bando nacional, aunque no dejó atrás sus inquietudes intelectuales. Entre otras cosas, en 1937 escribió el folleto Carta a Charlie Chaplin, donde reprochaba al cómico su apoyo al republicanismo en la contienda.

Mas tarde pasó a formar parte de la Junta Nacional de Teatros y Conciertos, junto a Pemán o Marquina, hasta convertirse en uno de los más importantes directores de teatro de postguerra, en palabras da Adolfo Marsillach. Iba a misa, a la Iglesia de San Sebastián, en la madrileña calle Atocha, a la Virgen de la Novena, patrona de los actores. Ingenioso, simpático, bohemio y monárquico. ¿Quién no le recuerda en el papel de decadente aristócrata en la esperpéntica sátira de las cacerías y la transición española de Berlanga?

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