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Un grupo de hombres leen el periódico

Un grupo de hombres leen el periódico

La censura a la prensa en la Segunda República, una jerga que resuena en las medidas de Sánchez

¿Son las «hojas facciosas» y «bellacadas clandestinas» de las que se hablaba en los años 30 las actuales «bulosferas» del sanchismo?

Hay muchas formas de restringir a la prensa. No es algo nuevo. Y menos en los sistemas en los que el poder trata de imponer sus postulados al verse amenazado por opiniones libres. Ahora se escudan en lo que llaman atentados contra la «regeneración democrática» pero es más de lo mismo: censura.

Tiempo atrás, cuando en febrero de 1936 se formó el Gobierno del Frente Popular también se utilizaron expresiones similares a la actual «máquina del fango». Eufemismos creados con la finalidad de amenazar la libre expresión de los medios de comunicación. Los problemas no eran muy distintos. Cataluña, una ley de amnistía para los delitos políticos –entonces para los implicados en la Revolución de Octubre de 1934–, problemas en el campo y mucha crispación social alentada, incluso, desde el propio Parlamento.

Visado por la censura en El Siglo Futuro

Visado por la censura en El Siglo FuturoBiblioteca Nacional de España

El decreto de readmisiones para los represaliados permitió, para ser claros, que el ABC tuviese que volver a admitir en sus talleres a muchos de trabajadores con responsabilidades penales. El Gobierno de Manuel Azaña decretó el estado de alarma que era el mecanismo más sencillo para suspender las garantías constitucionales y la libertad de prensa recogida en el artículo 34 de la Constitución. Que «sembraban el descrédito y la burla», decían. La única sección de los periódicos no sometida a la criba era la parlamentaria. Lo de la libertad de prensa en la II República fue siempre una quimera. Porque hablar de democracia, al menos en historia, no va de la mano de la verdadera libertad.

La Ley de Defensa de la República de octubre de 1931 establecía una serie de expresiones que, decía, podían redundar en menosprecio de las instituciones y organismos del Estado. En virtud de esta ley se suspendieron un total de 44 diarios derechistas y se estableció la censura previa. Por poner un ejemplo cercano, El Debate, todavía bajo la dirección de Ángel Herrera, tuvo que dejar de publicarse entre el 19 de enero y el 20 de marzo de 1932, a causa de los artículos críticos con el decreto de disolución de la Compañía de Jesús.

Aunque también pusieron las tijeras sobre Mundo Obrero, la principal publicación del comunismo en España. Eran los días de Castilblanco y Arnedo. Otro ejemplo fueron los espacios en blanco: cuando una información resultaba inconveniente el censor podía retirar la pieza. Muchas veces no daba tiempo a recomponer la plana y en consecuencia la impresión en papel salía con el hueco.

Espacios en blanco en un número de El Socialista

Espacios en blanco en un número de El SocialistaBiblioteca Nacional de España

Pero fue la Ley de Orden Público de julio de 1933, el instrumento favorito para reprimir el descrédito y las «malas pasiones» de las que tanto hablaba el Gobierno. La inestabilidad social lo permitía y la arbitrariedad del Ejecutivo se puso en marcha: durante quince meses toda la prensa estuvo sometida a censura previa sólo con el paréntesis de la campaña electoral para volver, de nuevo, a las restricciones derivadas del clima de violencia social de aquella «primavera trágica». El Gobierno, para que los diarios no dejasen grandes espacios en blanco (el artículo retirado porque la composición era todavía manual) ordenaba sustituirlo por otros textos y limitar el «visado» al mismo tamaño y lugar. Pero los españoles no eran tontos.

Los periódicos CNT y FE, órganos respectivos de anarquistas y falangistas, fueron suspendidos por el gobierno. Sus partidos, acababan de ser declarados ilegales. Y el diario monárquico La Nación, bajo la dirección del periodista canario Manuel Delgado Barreto –luego asesinado en Paracuellos– fue asaltado e incendiado por elementos revolucionarios en marzo de 1936. La excusa resultó ser el atentado contra el diputado socialista Luis Jiménez de Asúa. Había sido muy crítico con el colaboracionismo de la CEDA pero también con el modo en el que se había gestado el Bloque Contrarrevolucionario. El carlista El Siglo Futuro, se libró del asalto.

¿Son las «hojas facciosas» y «bellacadas clandestinas» de las que se hablaba en los años 30 las actuales «bulosferas» del sanchismo? Los términos pueden ser diferentes pero la intención es la misma. Si no te gusta y dice lo que quieres leer, «eso no es prensa y contra eso vamos», dijo Azaña. Y añadió: «La ley no va contra los periódicos que forman parte de la prensa digna y sí contra esos reptiles que circulan por la sombra».

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