Cuando Israel e Irán eran aliados
Entre 1950 y 1979 cooperaron en los ámbitos comercial, energético y militar para contrarrestar la influencia árabe en Oriente Medio. Hasta que la Revolución islámica de 1979 trincó la dinámica
Jefe de la legación israelí en Irán, con rango de embajador, desde 1973, Uriel «Uri» Lubrani, fallecido en 2018, uno de los diplomáticos más avezados de la historia de Israel, se granjeó rápidamente amistades en el entorno del sha y tomó nota de la decrepitud del régimen imperial, cuyo desmoronamiento anticipó en un telegrama que envió a Jerusalén en diciembre de 1977.
Le concedía un año de existencia: falló por un mes. Según el analista norteamericano Kenneth Timmerman, Lubrani tomó esa decisión tras presenciar durante una cena cómo los asesores áulicos del soberano se reían de él a sus espaldas.
Lubrani accedía casi sin restricciones a la cúpula iraní por una razón sencilla: había contribuido, ciñéndose a la línea trazada por sus antecesores desde los sesenta, a que las relaciones entre ambos países hubieran alcanzado su punto álgido. Sin embargo, los inicios fueron más bien complicados: en 1947, Irán fue uno de los once miembros que formaron el Comité Especial sobre Palestina encargado de investigar la causa del incipiente –y hoy duradero– conflicto y, a ser posible, idear una solución.
Tras muchas deliberaciones, el comité presentó un Plan de Partición para Palestina, que contó con el apoyo de ocho de los once miembros del comité. Irán, junto con India y Yugoslavia, se opuso al plan, alegando que conduciría a una escalada de violencia y que la paz solo podía establecerse a través de un único estado federal.
De ahí que el país persa, Irán, votara en contra del plan de partición cuando fue adoptado por la Asamblea General de Naciones Unidas. Incluso el propio sha predijo que la partición desembocaría en un enfrentamiento duradero. Mas esta clarividencia no fue óbice para que sucesivos gobiernos iraníes, pese a la oposición de su opinión pública –30.000 personas se manifestaron en Teherán en 1948 para protestar contra el nacimiento de Israel–, potenciaran, poco a poco, su alianza con sus homólogos en Jerusalén. Irán fue el segundo país musulmán, después de Turquía, en admitir la existencia del Estado hebreo.
Un primer paso, simbólico, de esta nueva etapa acaeció en 1950, cuando Irán dejó que los judíos iraquíes transitaran por su territorio para llegar a Israel. El estrechamiento de relaciones se produjo a raíz de la Crisis de Suez en el otoño de 1956, de la que salió como vencedor moral —que no militar— el rais egipcio Gamal Abdel Nasser. Para contrarrestar esta nueva influencia árabe, Irán, excepción persa en un entorno árabe, firmó acuerdos de inteligencia con Turquía e Israel, conocidos como Trident. En 1965, ambos países llegaron a apoyar conjuntamente a los movimientos kurdos para debilitar a Iraq.
Se puede decir, por lo tanto, que cada conflicto entre Israel y los países árabes acercaba aún más a hebreos y persas
En paralelo, la Unión Soviética dejó de abastecer en petróleo a Israel después de la Guerra de los Seis Días. Irán suplió esa carencia, incluso durante la Guerra del Yom Kipur, que vio enfrentarse a Israel, por un lado, y a una coalición árabe integrada por Egipto, Siria e Iraq. Se puede decir, por lo tanto, que cada conflicto entre Israel y los países árabes acercaba aún más a hebreos y persas. Por ejemplo, la vertiente energética de esta colaboración fue completada con la fabricación de un oleoducto conjunto.
La segunda mitad de la década de los setenta supuso, pues, el mejor momento de las relaciones políticas y económicas entre Israel e Irán: el comercio entre ambos países era intenso, con empresas de construcción e ingenieros israelíes activos en Irán. El Al, la aerolínea nacional israelí, operaba vuelos directos entre Tel Aviv y Teherán. Los vínculos y proyectos militares irano-israelíes se mantuvieron en secreto, pero se cree que fueron de gran alcance.
Es el caso, sin ir más lejos, el proyecto militar conjunto conocido como Proyecto Flower (1977-79), un intento de desarrollar un nuevo misil. La relación era, sin embargo, discreta en lo tocante a las apariencias: no existía el reconocimiento pleno, ni de un lado, ni de otro: jamás el sha piso suelo hebreo. Ningún mandamás israelí hizo lo propio en Irán. Tampoco Israel estuvo representado en las fastuosas celebraciones del 2.500 aniversario del Imperio persa, que congregaron a buena parte de la élite planetaria en Persépolis. No hacía falta.
La Revolución islámica de 1979, encabezada por el ayatola Jomeini, truncó esa dinámica: la foto en la que el famoso clérigo entrega las llaves de la legación israelí en Teherán al líder palestino Yasir Arafat dio la vuelta al mundo. La ruptura quedaba certificada, aunque con un matiz: el discreto apoyo logístico que Israel prestó a Irán en su guerra contra Iraq, entre 1980 y 1988. Desde entonces, el enfrentamiento entre persas y hebreos es absoluto.