Este es el elemento que hacía indestructible al cemento romano
Un grupo de investigadores intentan comercializar el cemento romano tras descubrir un elemento que hacía que los edificios del Imperio romano se autorreparasen
Al recorrer las calles de Roma y ver sus monumentos de época romana, como el Panteón, que con su cúpula ha desafiado el paso de los milenios, o al pasear junto al acueducto de Segovia o Nimes, uno se suele preguntar ¿Qué técnicas utilizaron los romanos para que estos edificios se mantengan en pie dos mil años después?
La respuesta no es sencilla, los ingenieros romanos aplicaron numerosas novedades constructivas, pero una de ellas supuso una auténtica revolución: el Opus Caementicium, una especie de antecesor del hormigón moderno que se empezó a utilizar en torno al siglo I a.C. Puede parecer poca cosa, pero las últimas investigaciones químicas lo han encumbrado como uno de los mejores materiales constructivos de la historia, porque el cemento romano se autorreparaba cuando le salían grietas. ¿Cómo es eso posible?
El secreto está en la mezcla del cemento. El Opus Caementicium era una amalgama de cal apagada mezclada con agua, trozos de ladrillo machados y pozzolana, un tipo de roca volcánica extraída de la región de Nápoles, que aportaba una resistencia extraordinaria a la mezcla. Como resultado obtenían un «hormigón romano» que servía para todo, incluso en la construcción de puertos, puentes y acueductos, porque en contacto con el agua no se desgastaba y mantenía su consistencia.
Según la región, era frecuente añadir trozos de roca, fragmentos de tejas o piedra para mejorar sus propiedades. El cemento tenía también unos pequeños clastos de cal, pero hasta hace poco los historiadores pensaban que era un defecto en la mezcla de materiales.
Un compuesto «mágico»
En 2023 un grupo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en colaboración con varios laboratorios italianos, descubrió que esas piedras de cal no eran un error, sino que los romanos los habían colocado en el cemento con una intención.
Lo primero en lo que se fijaron era que las pequeñas piedras estaban compuestas por cal hidratada y cal viva, que se mezclaban a altas temperaturas. Así, los ingenieros romanos crearon este nuevo elemento que formaba parte de la composición del cemento. Estos fragmentos de cal actuaban de la siguiente manera. Cuando se producía una grieta en la estructura, y al entrar en contacto con el agua, la cal se expandía y se solidificaba de nuevo, tapando el desperfecto de forma autónoma.
Los ingenieros romanos no solo inventaron un material único en el mundo, también supieron cómo emplearlo para que resistiera al máximo las inclemencias naturales y temporales. Como ha sucedido con el Panteón de Agripa, que casi 2.000 años después de su construcción sigue teniendo la cúpula de hormigón sin armar más grande de mundo.
Si bien es cierto que ha sufrido varias intervenciones, parte del éxito está en cómo se utilizó el Opus Caementicium en su edificación, de forma progresiva, reduciendo la densidad y utilizando materiales más ligeros según se iba levantando la cúpula. El resultado se puede observar dos milenios después.