Grandes gestas de la Historia
Las gestas de margaritas, falangistas y mujeres olvidadas de la Guerra Civil
Lee y escucha el nuevo relato histórico en El Debate
La tesitura actual suele ponderar lo que hoy se llama «Historia de las mujeres», en aras de visibilizar su papel en distintos capítulos históricos. Por ello, un sinfín de publicaciones ha recogido la importante labor de las mujeres republicanas en la II República y la Guerra Civil, así como de las que fueron represaliadas o ejecutadas por los rebeldes. Algunas han llegado a convertirse en todo un icono como las llamadas Trece Rosas.
Pero la misma bibliografía ha consolidado el estereotipo de que las mujeres del bando sublevado ocuparon un lugar marginal y permanecieron dedicadas a las labores de la casa y al cuidado de los hijos. Cuando lo cierto es que decenas de miles mujeres de toda condición se movilizaron sinérgicamente en todas las villas y ciudades del bando rebelde.
Tras el golpe, protagonizaron las primeras manifestaciones patrióticas arengando a los voluntarios que se incorporaban al frente; dirigieron petitorios y cuestaciones para proveer recursos al ejército y desarrollaron una intensa actividad social y política. Y también se dedicaron a la propaganda, al espionaje y a misiones clandestinas. La laguna historiográfica más flagrante corresponde al estudio de las mujeres víctimas de la represión del Frente Popular. Mujeres que vivieron terribles experiencias, y protagonizaron actuaciones heroicas que no han tenido ningún reconocimiento. Entre ellas, las Margaritas carlistas y las mujeres falangistas, a las que el sino de los tiempos ha llevado a ser las grandes olvidadas.
Su estudio resulta difícil ya que apenas existen archivos y por ejemplo, es arduo investigar las causas de ejecución cuya única referencia documental es «ejecutada por derechista» sin concretar el papel que desempeñaron. Lo que sí está documentado es que sólo en las 311 checas de partidos políticos y sindicatos, centros de detención y torturas de Madrid durante el conflicto, un tercio de los asesinados fueron mujeres con nombres y apellidos, familias, y una vida que entregaron por ser aristócratas, católicas o ser esposas, hermanas o hijas de, o por una intensa fe en la España en la que creían.
Junto a dramáticos capítulos ya conocidos como las enfermeras astorganas de la Cruz Roja de Somiedo o las Mujeres de Acción Católica de Valencia, permanecen en el olvido otras tantas que fueron ejecutadas por defender a los suyos, caídas en acto de servicio, en los frentes, en la retaguardia y en puestos de vanguardia.
Y pocas veces se recuerda que –con raras excepciones– las ejecutadas solían ser violadas salvajemente. El más apetitoso bocado para los milicianos eran las adolescentes, monjas y novicias que eran ultrajadas con especial saña. El propio bando vencedor hizo un manto de silencio sobre el tema –tal vez pensando que se ensuciaba su memoria–. Pero incluso hoy, en el estudio de la retaguardia republicana, suele pasarse por alto. Tal vez porque la desatada violencia sexual que sufrieron contradice en exceso el avance en el progreso de la mujer que tanto se preconiza del Frente Popular.
Las mujeres falangistas en la II República
En octubre de 1933 en el Teatro de la Comedia de Madrid, un grupo de chicas quedaban fascinadas por las brillantes palabras de José Antonio Primo de Rivera, uno de los políticos más carismáticos del siglo XX europeo, y al único al que se le conoció por su nombre de pila. Para ellas, significó «un faro de esperanza en un mundo gris y mezquino».
Días después se fundaba Falange Española y junto a otras, Pilar y Carmen Primo de Rivera, sus primas Inés y Dolores y la escritora Mercedes Fórmica, formaban la Sección Femenina de Falange.
A finales de 1934 contaban con trescientas militantes. Muchas, si se valora el gran riesgo al que estaban expuestas en la conflictiva tesitura de los encuentros violentos entre izquierdistas y falangistas. El número de muertos en la calle crecía exponencialmente y existía una conciencia real del peligro. Pero la juventud de estas muchachas iba en paralelo a su entusiasmo y por su entrega a la causa la mayoría ocultaba su militancia a sus familias o directamente vulneraban las prohibiciones paternas.
Aunque en un principio temiendo las graves represalias que pudieran sufrir evitaron la intervención directa de sus mujeres, los líderes de Falange percibieron que podían ser muy útiles. Pasaban más desapercibidas en determinadas tareas por lo que les asignaron funciones cada vez más comprometidas. Las falangistas más audaces se involucraron en labores de espionaje, misiones clandestinas y propaganda. Los jóvenes que vendían su revista F.E. ilegalizada por el gobierno republicano eran carne de cañón y su reparto se convertía en una apuesta por jugarse la vida. Pronto, se les encomendaría a ellas distribuir, memorizar y comentar los documentos, identificándose con la línea de pensamiento de su líder José Antonio.
Las falangistas más audaces se involucraron en labores de espionaje, misiones clandestinas y propaganda
Con la ilegalización de Falange, el Gobierno de la República detuvo y encarceló a miles de falangistas. La Sección Femenina tomó entonces las riendas de la organización. Asumieron las misiones de enlace en la clandestinidad y canalizaron su esfuerzo en visitar a sus presos. Fingían ser hermanas o novias de los detenidos para poder entrar en las cárceles y proporcionarles tabaco, comida, medicinas, información, cartas etc... También atendían a los heridos en las refriegas callejeras y a los familiares de los caídos.
Un jabón letal y el Auxilio Azul
Otra tarea era la recaudación de fondos: colectas, rifas, vendían sellos u otros objetos como curiosas pastillas de jabón con el lema «Por la revolución nacional-sindicalista. Por la Patria, el Pan y la Justicia. Arriba España». El jabón llegó a ser un distintivo letal. La policía efectuaba centenares de registros y era una pista segura. Si lo encontraban no dudaban: en aquella casa eran de Falange e introducían pruebas para imputarles por hechos de los que no habían sido acusados.
Las falangistas y la guerra civil
Al estallar la guerra las falangistas nunca entraron en primera línea de combate. Pero –pese a las atractivas imágenes mediáticas fusil al hombro–, tampoco estuvieron las milicianas a excepción de los primeros días. Azaña prohibió su presencia en el frente ya que las relaciones sexuales eran tan frecuentes que se cuenta que Durruti dijo «mataban más las enfermedades venéreas que las balas».
El ámbito más peligroso correspondió a la Quinta Columna o Auxilio Azul, antítesis del Socorro Rojo. Se ocupaba de falsificar cartillas de racionamiento, localizar víveres y ropa y proporcionar domicilios particulares para la celebración de ceremonias religiosas entonces prohibidas, ya que no existía libertad religiosa. Asumían misiones muy arriesgadas como poner a salvo a sacerdotes y perseguidos facilitándoles documentación falsa, y trasladarlos a escondidas hasta las embajadas o ayudándolos a cruzar la frontera.
Las mujeres fueron asumiendo labores cada vez más expuestas: pasaban porras y pistolas, recogían envíos de armas, y transmitían información de alto voltaje. Elena Medina comunicó a Raimundo Fernández Cuesta las instrucciones de Mola ocultas en una hebilla de su vestido y Llanitos Marcos, informó a José Antonio, preso en Alicante, de la insurrección del 18 de Julio.
La indómita María Paz Unciti con apenas 18 años dirigió peligrosas misiones hasta que fue capturada cuando acompañaba a un perseguido a la Embajada. Fue conducida a la letal checa de Fomento, donde fue interrogada y torturada. Le propusieron perdonarle la vida si delataba a siete camaradas. Con aplomo 'joseantoniano' respondió. «En la Falange no morimos. Pasamos de la guardia de la tierra a la guardia en los luceros. Allí están los mejores y con ellos trabajaré por nuestra España». Sería fusilada. Acababa de cumplir los 19. Con valentía, su hermana Caridad tomó el relevo reforzando la seguridad. Elaboró un complejo sistema de comunicación trabajando con un juramento de obediencia y secreto. Eran todas célibes, para no dejar huérfanos o evitar el chantaje si eran capturadas.
El ingenio y la audacia de las quintacolumnistas fueron legendarias infiltrándose como mecanógrafas en el SIM, el servicio secreto de la República, en la Cruz Roja Internacional o como Enriqueta López Moncade, afiliándose al Partido Comunista y como funcionaria, pudo liberar a decenas de falangistas detenidos en las checas. Otras llegaron a abastecerse directamente en las fábricas militares de la capital, mediante la connivencia de operarios católicos.
Páginas heroicas escritas con sangre de mujeres que se entregaron en cuerpo y alma a la defensa de la causa rebelde Como María Paz Unciti en Madrid, estuvo Carmen Werner o la telefonista Carmen Tronchoni, detenida en una emboscada mientras intentaba salvar a tres personas. Encarcelada en el Castillo de Montjuic fue ejecutada y tras ella mataron a siete más: María Mira, Luisa Gil, Rosa Fortuny, Joaquina Sot, Sara Jordán, Catalina Viader y Carmen Vidal.
También citar a María Luisa Terry que había solicitado un puesto en vanguardia y se había hecho cargo de la enfermería de Seseña donde cayó mortalmente herida por la metralla o Marina Moreno de Tena, las hermanas Chabás, y muchas otras hoy olvidadas. La osadía se llevó a las más valientes, que permanecieron en los puestos de vanguardia hasta que los adversarios acabaron con sus vidas, encarceladas en checas del terror presionadas para delatar a sus camaradas y hacer apostasía. Solo en el verano del 38, el edificio de Les Corts albergaba a 798 prisioneras acusadas por Tribunales de Espionaje.
La Falange femenina pasó de 300 afiliadas de la fundación y 2.000 antes del golpe, a 600.000 durante la guerra.
Crearon orfanatos, sedes políticas, levantaron hospitales, presidieron sindicatos (SEU) y fueron responsables del Auxilio de Invierno, llamado después Auxilio Social. Con cuestaciones callejeras ayudaron a los hijos de los movilizados y de los huérfanos con comedores infantiles, centros de higiene, casas-cuna y guarderías. 300.000 formaron parte de Auxilio Social; y otras miles en talleres; como enfermeras, en lavaderos, en el descanso del soldado, el Servicio de Guerra, o la Hermandad de la Ciudad y el Campo donde formaban equipos para cosechar y conseguir alimentos.
Ropa y correspondencia
Al comienzo de la guerra, toda la industria militar y textil estaba en bando republicano. Ante la carestía de ropa miles de mujeres se movilizaron para coser vendas, abrigos, uniformes, brazaletes. Esta asociación en Galicia respondía al épico nombre «Mujeres al Servicio de España». Veinticinco mil mujeres gallegas de toda condición realizaron una labor espectacular… Entre las cuatro provincias confeccionaron casi diez millones de prendas. También elegían a las madrinas de guerra. Cada chica se encargaba de un combatiente contándole las novedades de su entorno, familias y amigos y les insuflaban esperanza y cariño. Está documentada la ilusión con que en el frente se recibían esas cartas que desembocó en no pocos matrimonios.
También debe señalarse que un porcentaje de las militantes falangistas más combativas que sobrevivieron a la guerra se alistarían voluntarias como enfermeras en la División Azul en el frente de mayor letalidad de la Segunda Guerra Mundial.
Las Margaritas Tradicionalistas
Las Margaritas al principio realizaban actividades caritativas deben su nombre a Margarita, esposa de Carlos VII, llamada el Ángel de la Caridad por sus labores en los hospitales de campaña.
Con la llegada de la República, la situación política se radicalizó y los episodios anticlericales alcanzaron gran virulencia. La Comunión Tradicionalista Carlista instó a las margaritas a convertirse en activistas políticas y destacaron entre otras Mercedes Quintanilla, Carmen Villanueva, Clinia Cabañas, las hermanas Balaztena o María Rosa Urraca. Ante la prohibición de la educación religiosa abrieron escuelas nocturnas para enseñar la doctrina cristiana, dar clases de taquigrafía y secretariado para obreras y ayudaban económicamente a mujeres trabajadoras.
Fal Conde, al mando del carlismo español, encomendó directamente a María Rosa Urraca organizar el Socorro Blanco. La «Miss de la Caverna», como le llamaba despectivamente Indalecio Prieto, dirigió la asistencia material y espiritual a carlistas perseguidos o presos y a sus familias. Visitaba cárceles y denunciaba con vehemencia los atropellos por venganzas políticas. Fue especialmente hostigada, pero jamás se amilanó y salvó su vida de milagro.
Las Margaritas en la guerra
El comienzo de la guerra supuso un nuevo impulso en la movilización de las margaritas. Llegaron a ser 30.000 entre el País Vasco, Navarra, Cataluña y Aragón, pero curiosamente también en Sevilla, denominada por ello la Navarra del Sur. Fueron las responsables de la asistencia en los frentes y el perfecto enlace entre la vanguardia y la retaguardia.
Entrevista I Javier Urcelay, autor de la biografía de María Rosa Urraca
María Rosa Urraca, el antídoto católico a la «tiranía de un feminismo que altera el concepto de mujer»
En la retaguardia, organizaron actividades de apoyo y difusión de los ideales tradicionalistas. Tutelaron familias, se encargaron de talleres roperos y se convirtieron en lavanderas y costureras cosiendo, a menudo los identitarios «Detente bala» y cruces en los uniformes de los requetés. Dirigieron comedores y almacenes de alimentos, atención a huérfanos, y organización de entierros.
La enfermería, dejó de ser propia de margaritas de alcurnia. Tras cursillos clandestinos de enfermería, mujeres de clases humildes se incorporaban a los hospitales militares y participaban activamente en tareas de apoyo logístico y asistencia médica. Y a menudo, en las zonas rurales, se hicieron cargo de la agricultura donde los hombres habían marchado al frente y daban clases de alfabetización.
Y dado el profundo contenido católico del movimiento, las margaritas iban viviendo una cruzada espiritual de oración, sacrificio y penitencia.
Redes de apoyo clandestinas
Pero las partidas más peligrosas, y en las que hubo más bajas, fueron las que facilitaban redes de apoyo clandestinas en la zona del Frente Popular. Encargadas del almacenamiento y fabricación de armas y explosivos respondían, en la medida de sus posibilidades, a los efectos de la represión política.
También las más expuestas eran las que acompañaban y avituallaban a las columnas de requetés en el frente. Hacían servicio de «carteras» para las tropas. Junto a las cartas proporcionaban rosarios, crucifijos y medallas católicas. Se calcula que se entregaron un cuarto de millón de paquetes en la guerra.
Junto a los sacerdotes, enseñaban a leer a los soldados analfabetos en el frente y atendían las necesidades de los combatientes con gran espíritu de sacrificio retando al peligro, sufriendo los efectos de artillería y bombardeos de la aviación enemiga. Entre las bajas, citar a Agustina Simón, margarita de Zaragoza, enfermera en el Seminario de Belchite, convertido en Hospital. En la heroica defensa de los Requetés Aragoneses del Tercio de Almogávares fue hecha prisionera. El enemigo le ofreció la vida a cambio de sus servicios como enfermera, pero ella lo rechazó. «No quiero nada con los enemigos de Dios y de mi Patria» y fue fusilada.
Persecución religiosa a mujeres
Salvo excepciones, los estudios de la II República y la guerra civil no inciden en exceso en el brutal acoso sufrido por la Iglesia católica, la gran destrucción de su patrimonio artístico y documental y la dura persecución que llevó al asesinato de miles de sus miembros, religiosos y laicos. Y de ellos, una parte fueron mujeres. Militantes de Acción Católica fueron condenadas por sus creencias religiosas y por prestar apoyo a heridos, refugiados y perseguidos que no renunciaron a su fe y se encontraron con el martirio. Asimismo, centenas de monjas fueron masacradas sufriendo violentas torturas y –como hemos comentado– siendo blanco de brutales agresiones sexuales.
La media España que no existió
Y todo esto pasó en esa media España que parece que no existió. Porque la llamada «Historia de las mujeres», solo tiene memoria para ponderar la labor de las mujeres republicanas en la Guerra Civil. Una mutilación de la historia que obvia o tergiversa la importante movilización femenina de la zona rebelde. Mujeres que contribuyeron a generar importantes activos materiales, a captar fondos, y que jugaron un papel esencial en la cohesión de la identidad colectiva del bando sublevado.
Y relegadas a las sombras de la historia reciente de nuestro país están las que dieron su vida con heroísmo por su Dios y por la patria en la que creían. De algunas conocemos sus nombres y apellidos, pero la inmensa mayoría siguen siendo anónimas. Y, al igual que las Trece Rosas, todas, éstas también están en la Historia de España y merecen que la historia las recuerde.