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Grandes gestas de la Historia

La gesta de los Escarbadores: humildad y grandeza en la arqueología

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Las gestas españolas suelen protagonizarlas personalidades insignes a los que el destino les ha reservado un papel relevante en la historia. Pero en nuestro épico devenir hay hombres que permanecen anónimos pero cuyas acciones les hacen también merecedores de pasar a la historia. Esta es la semblanza de un grupo hoy olvidado de una comarca periférica casi en el Finisterre peninsular pero que se volcó con pasión en la recuperación del patrimonio de Galicia. Escribirían en la década de los 60, páginas de oro en la arqueología peninsular. ¿Su nombre? Los escarbadores. ¿Qué significa según la Real Academia?

  1. adj. Que escarba.
  2. m. Instrumento para escarbar.

Pero algo tan anodino en absoluto define a aquellos hombres de Valdeorras, la comarca más suroriental de Galicia, amantes de su tierra y su pasado, que a mediados del siglo XX formaron un fascinante grupo que se hacía llamar con humildad «Los Escarbadores». Eran hombres de variopinta condición que, sin ayudas ni subvenciones, crearon de la nada una importante y fructífera asociación arqueológica. No tenían formación académica, ni seguían un procedimiento reglamentado, pero suplían su falta de especialización técnica con trabajo, tesón y sobre todo, como veremos, el máximo respeto a su labor.

Mapa de ValdeorrasAdela Leiro

Unos hombres únicos en una tierra única

Los Escarbadores desarrollaron en las décadas de los 60 y 70 una impagable e ingente labor de recuperación del patrimonio de Galicia. Vivían en Valdeorras una comarca privilegiada por la naturaleza y por la historia, solar de hombres y culturas que fueron dejando allí una valiosa huella material.

Y es que este territorio, es uno de los tesoros más desconocidos de Galicia. Marcado por un profundo valle fértil por el que discurre el río Sil en un paisaje mágico de granito y pizarra, de tierras rojas y negras, donde crecen el castaño, la vid y el olivo.

Con cimas de más de dos mil metros como Peña Trevinca, posee el segundo conjunto de lagunas glaciares más grande de España, bosques autóctonos excepcionalmente conservados como el telúrico Teixadal, joyas naturales como la Sierra de la Encina de la Lastra, paisajes únicos de laderas multicolores en las que se encajan las aguas del Sil, decenas de pueblos tradicionales y un firmamento tan limpio y brillante que le ha valido una certificación «planetaria».

Pero no solo es un paraje «tocado por los dioses de la naturaleza». Junto a ello, exhibe un legado histórico que se hunde en la noche de los tiempos. Clásicos como Plinio hablan de los Gigurri, antiguos pobladores de Valdeorras, numerosos topónimos confirman su origen prerromano y restos de enterramientos rupestres mámoas y petroglifos atestiguan presencias protohistóricas. Pero sería la llegada de los romanos, atraídos por el oro del Sil, los que dejaron allí huellas indelebles: estructuras, puentes y sobre todo la Vía XVIII o la Vía Nova, tercera de los caminos militares romanos que iban de Braga a Astorga, y que fue la más moderna de las vías de Galicia.

Un microclima especial, mediterráneo-oceánico, hizo plantar a los romanos las primeras cepas y construyeron lagares. dando origen a una tradición y cultura secular en el cultivo de la vid y la elaboración de grandes y personales vinos: Valdeorras, Godello y Mencía.

Una calzada, la vía Nova por la que en la era medieval discurriría parte del Camino de Santiago en su Camino de Invierno.

El medievo fue importante en Valdeorras, pero también el Renacimiento con Andrés de Prada, secretario de Felipe II. Vivió capítulos gloriosos con mujeres aguerridas en la Guerra de la Independencia, tuvo diputados en las Cortes de Cádiz, facciones carlistas poblaron sus montes, al igual que fuxidos o maquis y contrabandistas. Hasta minas franquistas que se destinaron a proveer de wolframio a los nazis….

Los Escarbadores sabían bien que la historia de su solar era prodigiosa, solo había que encontrar piezas materiales que lo avalaran. Con sus actividades, se convertirían en pioneros absolutos de la excavación en muchos asentamientos. Les movía la ilusión y el sentir de que con su trabajo estaban contribuyendo a la recuperación de la memoria de su pueblo. Y es que además «Llevábamos una gran alegría cuando descubríamos algo», recuerda con sencillez uno de los supervivientes.

La asociación arqueológica

Aunque llevaban unos años «saliendo a escarbar», no sería hasta 1964 cuando se constituyeron como sección de la «Asociación Filatélica y Numismática de Valdeorras» presidida por el coronel Joaquín Gurriarán. Ese año se promulgaría la ley que autorizaba las asociaciones a iniciativa del ministro Manuel Fraga.

Y curiosamente una mujer en plenos 60, Maria Luz Regueiro, fue la primera presidente a la que seguirían Rodríguez Prada, Joaquín González y José Fernández Pérez. Algo más tarde, pasarían a ser una de las secciones del Instituto de Estudios Valdeorreses.

En 1967 tramitarían los permisos de la Dirección General de Bellas Artes, que les autorizaban «poder explorar, investigar y escarbar» centrando su radio de acción en un primer momento las provincias de Ourense, León y Lugo. También se nombrarían unos supervisores. ¿Quiénes fueron? Nada menos que dos tótems de la arqueología y antropología gallega: Ferro Couselo, y el académico Xaquín Lorenzo «Xocas», miembro de la Xeración Nós y muy reconocido por sus trabajos de campo y catalogaciones. Ambos en un primer momento lógicamente tuvieron sus reservas.

No se fiaban de los destrozos que pudieran hacer unos aficionados, aún con buena intención. Pero desde sus primeras visitas a Los Escarbadores se mostraron gratamente sorprendidos. No solo de lo que recuperaban, sino sobre todo del rigor y del trabajo altruista de los valdeorreses, no constando que hubiera ningún grupo similar en otra zona del país. Un respeto que se manifestaba plegándose a las directrices, supervisión y dirección de estos arqueólogos y antropólogos de prestigio, sin que ninguna de las piezas que encontraron sufriera algún daño por su acción de «escarbar».

Alguna vez, junto a los de la Universidad de Santiago de Compostela, recibieron la visita de catedráticos de otras universidades como la del País Vasco, o la de Valladolid que se maravillaban de lo que el grupo encontraba. También el erudito Bouza Brey, que centró sus investigaciones en la arqueología y Prehistoria de Galicia, que en palabras de su hijo «quedaría fascinado y conmovido por la ilusión y responsabilidad de los Escarbadores».

Los hallazgos, el castro y el mosaico

Lápidas, tumbas, miliarios, anillos, monedas, cerámica terra sigilatta… hasta una deslumbrante arca votiva que motivó que los catedráticos se trasladaran ipso facto a Valdeorras... Sus hallazgos se cuentan por centenas y algunos de suma importancia, pero si hubiera que destacar los dos más relevantes serían el Castro de Valencia del Sil, y el Mosaico de un lugar conocido como «la Cigarrosa» en La Rúa de Valdeorras. Hitos absolutos en su trabajo al que la fortuna otorgaría un destino muy desigual.

El descubrimiento del Castro de Valencia del Sil, se materializó en la localización de una serie de habitáculos que, probablemente, perteneciesen a una familia de clase alta de la era tardorromana. Hoy, partiendo de lo logrado por Los Escarbadores, se ha convertido en uno de los escasos castros visitables de Galicia. Blanco Trincado, Presidente del IEV así lo recuerda. «Por las calles de Valencia del Sil desfilaron sus integrantes, cargados de materiales y herramientas, con las mochilas cargadas de bocadillos, una botella de vino, agua y, sobre todo, ilusiones. Ilusiones y proyectos que poco a poco se fueron haciendo realidad»

El segundo hallazgo, fue el espectacular mosaico romano de una casa patricia en La Cigarrosa. Apareció, dentro de un recinto poligonal al que se accedía por unos escalones y atestiguaba indefectiblemente que los Escarbadores se encontraban ante un gran complejo termal. Según Acuña Castroviejo, dataría de finales del siglo III. El mosaico era rectangular, aproximadamente de 50 metros cuadrados del tipo africano, es decir de composición unitaria en el que la escena ocupa todo el campo decorativo. Formado por teselas policromadas de mármol, plasmaba representaciones de la fauna marina, peces, crustáceos, cefalópodos y mamíferos.

Ferro Couselo y Xaquín Lorenzo se desplazaron al lugar en cuanto se notificó el hallazgo del impactante mosaico que atrajo a cientos de personas de la zona. Considerando su valor, enseguida pidieron que se adoptaran medidas para su protección y conservación hasta que se pudiera proceder a su extracción y traslado aun Museo. Esperando respuesta del Ministerio, el Ayuntamiento de La Rúa se comprometió a cercarlo y ejercer la debida vigilancia. Pero lamentablemente desoyó su compromiso y muy poco tiempo después el mosaico había sido vandalizado, fracturado y sufrido importantes daños. Tantos, que la joya más preciada de Los Escarbadores se dio por perdida. Fue una hecatombe moral tanto para ellos como para los arqueólogos, confesaba en los 80 con pesar Moncho Rodríguez, insigne Escarbador, a quien suscribe estas líneas que era entonces una joven estudiante de Historia.

Luis Enrique Rodríguez, Coquixo, historiador, artista e hijo de Escarbador así definía el mosaico «Tenía multitud de especies de peces identificables, delfines, almejas, erizos, ondas que simulan el agua… !Con qué cuidado están trabajados los degradados de color, la amplia gama cromática utilizada!...Muy pocos podrían ser comparables. ¿Te imaginas lo que puede haber en las inmediaciones?... Los romanos no hacían piscinas en mitad del monte».

El museo

La finalidad de Los Escarbadores era exhibir sus piezas en el «Museo de los Escarbadores», y en un principio lograron una provisional ubicación en la villa. Allí en vitrinas sus hallazgos eran mostrados con orgullo a todos los visitantes.

Pero tiempo después, el Ayuntamiento trasladó todas las piezas a un almacén… hasta nunca jamás... porque desde entonces, decenas de piezas arqueológicas se perdieron o quedaron en paradero desconocido. Manuel Fernández dejaba un inventario de todo lo hallado. Todo un testamento moral manifestaba su profunda incertidumbre por el devenir de la colección y la esperanza de que «algún día sus hijos y los hijos de sus hijos pudieran verla reunida».

Pero jamás se volvieron a exhibir, nunca se localizaron todas las piezas, entre otras razones porque El Barco, núcleo principal de Valdeorras, es la única villa de la provincia que no tiene museo.

Pioneros en la arqueología y en valores universales

Un bidón de detergente Colón en el que llevaban la escayola, candiles y cachabas, lamparillas de carburo convivían con decenas de utensilios más técnicos y una cabaña con estética de palloza castrexa les servía de almacén. Aunque sin duda, la herramienta estrella y la más querida era Carolina, una camioneta de reparto de refrescos propiedad del escarbador Manuel Fernández y que facilitaba sus desplazamientos con los bártulos. De ella guardan todos sus miembros el más grato de los recuerdos.

Una peculiar característica del grupo, y que en su planteamiento les hace ser unos auténticos visionarios y adelantados a su tiempo, es que no se consideraban como se dice ahora unos frikis o aficionados que se dedicaban en petit comité a su afición. Los Escarbadores siempre estaban abiertos a invitar a familiares, amigos, visitantes y curiosos a convivir y a compartir su pasión. Aquellas mañanas de domingo, rodeados no sólo por el patrimonio arqueológico y por la naturaleza, sino por sentimientos de hermandad y camaradería, compartían el duro trabajo y ratos de asueto con comida casera, risas y sincera amistad.

Era por tanto, un grupo vocacional y hoy diríamos democrático. Todos eran bienvenidos y no había barreras de origen, formación, o condición económica, social o profesional. Algo muy espectacular era la integración de niños y adolescentes de ambos sexos, la mayoría hijos de escarbadores. Aunque en principio poco o nada pudieran aportar, como se dice ahora «se les daba su sitio» y se sentían importantes de ayudar, de ser partícipes del hallazgo de una moneda antigua, y vivir la aventura de subirse a la camioneta, un miembro más de esta numerosa familia, rumbo al monte.

Para estos «pequenos escarbadores» las salidas tempranas tenían un valor más allá de lo cultural y arqueológico. Las jornadas se convertían en auténticas clases lúdicas e interdisciplinares abiertas al entorno, impartidas por un más que variado «profesorado». Y es que de una forma natural y sin artificios y muy lejos de planteamientos teóricos, Los Escarbadores estaban aplicando innovadoras técnicas como el Art Thinking. Un modelo de interés científico en el que el arte, la historia y la arqueología iban acompañados de valores sociales y educativos, recuerda el «pequeño escarbador» de entonces Javier Rodríguez, hijo de Moncho.

Desidia y desmemoria

Lamentablemente, en el final de la década de los 70, confluyeron una serie de factores críticos: la enfermedad de algunos de sus miembros, la falta de apoyo de las instituciones, y el mazazo emocional que supuso la desaparición del mosaico y del museo que albergaba la colección encontrada con tanto esfuerzo e ilusión. Todo ello hizo que la Asociación perdiera fuelle y acabara por disolverse, aunque el grupo de fundadores seguiría subiendo al Castro de Valencia del Sil hasta 1986.

El trabajo y las experiencias de ese Camelot arqueológico, fueron víctimas de la desidia y desmemoria. Pero permanecieron como huella imborrable en todos los que tuvieron el privilegio de vivir junto a aquellos que lucharon con ese intenso amor por la tierra que los vio nacer, crecer y morir. Con su pasión y respeto por la naturaleza, y por el legado patrimonial de la historia de Galicia, se adelantaron a valores y conceptos en su época aún no verbalizados, y daban una lección de vida y humanismo a la posteridad.

Y, sin duda, más allá de la hemeroteca, viejas fotografías blanquinegras, o las filmaciones de baja calidad que dejaron testimonio de su labor, su destino y lugar en la historia les llevará a la inmortalidad. Porque, pese a su modestia, desde las hermosas laderas escarpadas de Valdeorras, Los Escarbadores, habían alcanzado sin saberlo el formar parte del itinerario mágico y espiritual en el que reposan los valores eternos de la cultura gallega.