Grandes gestas de la historia
La gesta del caballero Pita da Veiga en Pavía, una batalla para la historia
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«Es un deber de gratitud honrar a todos nuestros héroes» eran las solemnes palabras que resonaban hace unos días en la ceremonia celebrada en la iglesia castrense de San Francisco. La ciudad gallega de Ferrol vivía una jornada de justicia histórica. La Academia de Caballería del Ejército de Tierra español erigía una placa granítica sobre la tierra donde está enterrado sus más antiguo e ilustre caballero: Alonso Pita da Veiga.
Aunque parezca increíble, nada en su ciudad natal lo recordaba, habiendo sido una de las figuras gallegas más sobresalientes de toda la historia militar hispánica. Combatiente en distintas lides por su rey y emperador en las guerras de Italia, protagonizó actuaciones de gran trascendencia. Allí sería catapultado a la posteridad en una batalla: Pavía, de la que ahora se cumplirán 500 años.
Perteneciente a un antiguo linaje de Galicia, Alonso Pita da Veiga, señor de Vilacornelle, nació en Ferrol en 1480 y fue el segundo hijo del regidor perpetuo de la villa. Como caballero, las fuentes documentan que luchó en el Tercio de Moncada, aunque legendariamente se le situó a las órdenes de Fernando de Andrade, de la casa condal de Pontedeume en el Tercio que el señorío aportó para las campañas imperiales de Italia.
Carlos I y Francisco I
Carlos I de España se había convertido en el rey más poderoso del mundo conocida por la gran herencia recibida, los ingentes territorios que pasaron a su corona con Hernán Cortés y Pizarro y el ser nombrado Emperador del Sacro Imperio románico germánico. De Francisco I de Francia los cronistas relatan su carácter arrogante y pendenciero y el odio visceral que sentía hacia Carlos. No sólo era envidia, era la humillación. Había optado al título y no sólo había perdido: quedaba en una difícil posición geopolítica. Su nación aparecía rodeada por los territorios de su rival, y todas sus fronteras, amenazadas por intereses españoles y alemanes. Esta situación dio lugar a una guerra entre el Imperio y Francia: la guerra de los cuatro años. Francisco I tomaba la iniciativa, cruzó los Alpes y desde 1521 al 1524, capitaneando su ejército de 40.000 franceses entró «a sangre y fuego» en la península italiana.
Decidió anexionarse el Ducado de Milán, al norte de la península que era un dominio español. La mayoría de las plazas gracias a una resistencia tenaz pudieron mantener la posición imperial. El francés fue vencido de forma aplastante por los tercios españoles en Sesia y Bicoca. Fue tan sencilla la victoria imperial, que en español, la palabra «bicoca» pasara a ser sinónimo de «fácil o de oportunidad».
Tras estas derrotas, los franceses iniciaron el asedio a la ciudad de Pavía. Un objetivo asequible por la superioridad numérica de las fuerzas que llevaba. Antonio de Leyva, con apenas 6.530 hombres, estaba al mando de la defensa de la ciudad. Era veterano de la guerra de Granada, y pese a la desigualdad de un porcentaje de cinco a uno ofrecía una resistencia numantina. La muralla de 10 kilómetros de longitud y de 2,5 m de alto era un gran parapeto, pero la situación era ya insostenible y los franceses esperaban una rápida rendición tras tres meses de duro asedio. Pero Carlos I pudo enviar un ejército de auxilio formado por bravos soldados alemanes y españoles, entre los que estaba Alonso Pita da Veiga. El objetivo era apoyar a las tropas de Leyva y poder romper el cerco.
El 24 de febrero de 1525, el grueso del Ejército francés estaba acampado a las afueras de Pavía. La noche era gélida y la infantería del emperador, acometió lo que se llama «encamisada»: cubrió con camisas blancas sus armaduras para reconocerse entre ellos y abrieron brechas en los muros por las que al amanecer pasaron los efectivos imperiales.
Francisco I ordenaba entonces cargar a su caballería, lo más granado de la aristocracia francesa… pero se iba a enfrentar con la mejor arma de la época, la poderosa infantería de los Tercios españoles. Invictos desde las primeras contiendas de Italia, ahora, en Pavía, iban a demostrar su prácticamente imbatible capacidad. Fue una batalla cruenta en la que cayeron 8.000 hombres y 2.000 fueron heridos.
Alonso y el estandarte de Borgoña
Alonso Pita da Veiga había demostrado un gran valor en el combate en la batalla de Vicenza, Bicoca y Gattinara. Pero Pavía fue especial. Allí su intervención sería sobresaliente por dos motivos que alcanzarían una trascendencia inusitada.
El primero, tuvo lugar en pleno campo de batalla. En aquellos tiempos las banderas y estandartes eran más que un símbolo. Tenían una gran carga asociada al dominio y al poderío militar. Los alféreces las protegían con su propia vida.
El rey Carlos llevaba en sus tropas un sinfín de distintivos. No en vano era rey de muchos territorios y cada ejército portaba los suyos. Entre ellos estaba el estandarte real del infante don Hernando, rey de Hungría. En el fragor del combate los franceses lo capturaron tras matar al alférez que lo portaba. Dicho estandarte dibujaba una bandera blanca cruzada por un aspa roja, conocida también como el estandarte de Borgoña o la Cruz de San Andrés.
Alonso estaba sin caballo. Lo había perdido en la batalla, pero raudo y veloz tomó el de su escudero, y se lanzó contra el campo enemigo. Fue un avance meteórico y eficaz y logró rescatarla en misión suicida.
La captura de Francisco I
La batalla estaba en plena efervescencia, pero la caballería francesa sucumbía ante la ágil infantería imperial. La situación se volvía dramática para las tropas francesas, se luchaba cuerpo a cuerpo y los tercios eran implacables. El rey de Francia y su escolta llegaron a combatir a pie.
Aquí difieren las fuentes. Algunas narran que fue en el fragor de la batalla, otras que mientras huía al avecinarse la derrota. Pero los hechos fueron que tres españoles, el ferrolano Alonso Pita da Veiga, el granadino Dávila y el vasco Urbieta derribaron a un caballero de lujosísima armadura al que no mataron. Privado de sus guardaespaldas, que habían caído uno tras otro, fue una presa fácil.
Al intentarse levantarse, fue apresado por «todos a la vez». Sí, sí. Los documentos así lo constatan. Todos a la vez. Después de escuchar «Yo me rindo al emperador», le retiraron el yelmo y descubrieron que era el rey de Francia. Para el historiador y descendiente Gabriel Pita da Veiga Goyanes, sí lo habrían reconocido, ya que la figura de Francisco, que se aproximaba a los dos metros de altura y su vistosa montura eran inconfundibles.
Al rey francés se le incautaron una serie de objetos. Alonso cogió al monarca de la manopla izquierda de su arnés y le arrebató de su cuello una banda de brocado con cuatro cruces de estrella de plata que llevaba sobre la armadura, También se quedaron con su espada, con la llamada «Cruz de Carlomagno», que era su amuleto más preciado y que según la tradición había pertenecido a Carlomagno y los guanteletes. Pero la leyenda apunta que también su armadura y un trozo del lignum crucis, es decir de la madera de la cruz en la que cristo fue crucificado. Un grabado que reproducimos recoge algunos de ellos y estarán en el escudo concedido a los Pita da Veiga.
La bandera de Borgoña
Pero es más, la victoria en la batalla de Pavía se asociaría indisolublemente al buen presagio y a la heroicidad protagonizada por Alonso al recuperar la bandera de Borgoña. Tras Pavía ondearía como insignia del Imperio español y se convertiría en la más característica de las utilizadas por los tercios españoles y regimientos de infantería de la Monarquía hispánica durante los siglos XVI, XVII, XVIII y comienzos del XIX. sustituida oficialmente por la bandera rojigualda borbónica. Aún hoy, sigue vigente en centenares de emblemas e insignias procesionales, administrativas, culturales y militares. Y con el auge de la relevancia militar de los tercios está cada vez más presente como emblema del orgullo español y la reivindicación de la hispanidad en el siglo XXI.
El rey Francisco ya prisionero de Carlos I, fue trasladado a Valencia y de ahí a Madrid, a la Torre de los Lujanes donde permanecería preso una larga temporada. Aunque a la prisión de un rey por otro hay que ponerles comillas. Diríamos que era un invitado sin derecho a abandonar «la jaula de oro» donde se le alojaba. Los reyes, aunque rivales, solían considerarse familia. De hecho, lo eran ya que la endogamia matrimonial era costumbre y, tenían las sangres entrecruzadas y compartían decenas de ancestros.
Francisco I, ocho días después de su prisión, escribió a su madre expresándole su desgracia: «De todo, no me ha quedado más que el honor y la vida, que está salva». También envió una misiva a Alonso expresando su gratitud en una Real Cédula, certificación escrita por su mano, que decía así: «Francisco, por la gracia de Dios Rey de Francia: Hacemos saber a todos y cuales quiera que perteneciere, que Alonso Pita da Veiga fue de los primeros que se hallaron en nuestra prisión delante de Pavía».
Mercedes y privilegios para Pita da Veiga y sus descendientes
Enterado el emperador Carlos de la heroicidad de Alonso, le concedió en 1529 el Privilegio de Armas a perpetuidad para él y sus descendientes. Un documento que se conserva en el Archivo general de Simancas, rotulado de «Mercedes y Privilegios». «Dichas armas vos damos y concedemos para Vos, y para vuestros hijos y descendientes nacidos y por nacer, y sus descendientes de ellos perpetuamente para siempre jamás»
El 14 de enero de 1526, por imposición de Carlos I, Francisco I firma el Tratado de Madrid. Renunciaba a sus derechos sobre Milanesado, Génova, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña en favor de la corona española.
La descendencia de Alonso Pita da Veiga emparentará con los Andrade y con las principales casas nobiliarias gallegas. Colateralmente también lo hará con las más relumbradas españolas e inauguraría una brillante saga dedicada a la milicia. 500 años ininterrumpidos de servicio como oficiales del ejército en todas las guerras de España, Pavía, Armada Invencible, Contra Armada, la Guerra de Portugal, Trafalgar, Guerra de Independencia, El Callao, Guerras Carlistas, Guerras Cantonales, Cuba, Filipinas, Marruecos y la Guerra Civil son los escenarios bélicos en los que han estado presentes sus descendientes directos.
Pocas familias están tan apegadas a su historia, y a su escudo. Cinco siglos transcurridos y muchos de los descendientes lo portan en broches y anillos y los miembros de la Armada y el Ejército español, lo han llevado en el interior de sus prendas de cabeza.
El chauvinismo francés y la iconografía de Ferrer-Dalmau
La prisión de Francisco I fue un hecho enquistado en el orgullo nacional francés. Con la invasión napoleónica el propio Bonaparte exigió la devolución de la espada de Francisco I y la tumba de Urbieta, uno de los captores del rey galo fue ultrajada. Todavía hoy sigue siendo un tema sensible que ataca directamente al chauvinismo francés y que hasta se sintió molesto por el cuadro que Ferrer-Dalmau, la máxima figura de la pintura de Historia militar dedicó a Alonso y que se convirtió en su iconografía definitiva.
En el lienzo, el artista se decantó por el carácter crepuscular y el romanticismo. Lo presenta in situ en el campo de batalla… pero tras la contienda. Aparece acompañado de dos figuras y un grupo de soldados muertos, con yelmos, espadas y armaduras por el suelo, cual vanitas barroca y sus postrimerías sobre la fugacidad de la vida. Con la representación del gallego Alonso Pita da Veiga, Ferrer Dalmau ejemplifica en este héroe, el valor y el coraje de nobles hoy olvidados que lucharon en las batallas más importantes de la historia de España. En este caso, un Hombre de Armas del Finisterrae peninsular.
Pita podría haber muerto y ser uno más de esos cadáveres que pueblan el campo de batalla, pero no lo fue. En la contienda, mataron su caballo y el escudero, que le acompañaba le prestó el suyo. Permanece en el campo de Pavía, apurando hasta el último momento su emoción por la victoria. Pese a la desolación del ambiente, el pintor no reflexiona sobre la violencia, sino sobre el sino de la Historia y el guerrero, que decidirá con su gesta su destino. El Privilegio de Armas del Emperador Carlos por la captura del rey de Francia será conservado en su familia durante siglos junto a la real Cédula de Francisco I en la que agradecía haberle salvado la vida.
El portaestandarte, porta la bandera recuperada por Alonso y que el Emperador Carlos incorporará al escudo de Pita como Hombre de Armas para la posteridad. El artista centra la fuerza del lienzo precisamente en la Cruz de san Andrés, el punto más elevado de la composición, no sólo desde el punto de vista espacial, y cromático, sino también sentimental, emocional y patriótico. Trasciende la propia Pavía para convertirse en emblema de España y su pasado histórico.
Alonso Pita da Veiga se catapultó a la posteridad en esta batalla. Y estos días, medio milenio después, sus compañeros de armas de la Caballería del Ejército de Tierra español recordaban su valor. Sobre la propia tierra en la que lleva reposando anónimo cinco siglos, dejaba de serlo y resonaban las palabras «Es un deber de gratitud honrar a todos nuestros héroes».