Una catástrofe del siglo XIX
La explosión de un barco que causó 590 muertos y destruyó buena parte de Santander
En noviembre de 1893 se produjo la que quizás fue la más impactante catástrofe civil de la España del siglo XIX: el incendio y explosión del Cabo Machichaco
Hacia 1893 en España existían unas 1.250 cabeceras de prensa de ámbito nacional y local. Me atrevo a afirmar que todos los periódicos (también buena parte de los de otros países) y muchas de las revistas trataron, en mayor o menor medida, de las consecuencias de la explosión de un barco en un muelle de Santander.
El día 3 de noviembre de 1893 se produjo la que quizás fue la más impactante catástrofe civil de la España del siglo XIX: el incendio y explosión del Cabo Machichaco (vapor inglés botado en 1882 y adquirido en 1885 por Ibarra y Cia), que cargaba 1720 cajas de dinamita en su bodega. El Reglamento del puerto, que el Machichaco y las autoridades incumplieron, obligaba a los barcos con dinamita a efectuar las operaciones las zonas no habitadas del puerto.
Al final de la mañana, en la cubierta, se produjo la explosión de una garrafa de ácido sulfúrico lo que provocó un incendio que no pudieron sofocar ni los bomberos, ni los marineros del propio barco aún con la ayuda de otros anclados en el Puerto como el trasatlántico Catalina uno de cuyos tripulantes era Pachín González, protagonista de la novela homónima de José María de Pereda (Pachín González, Madrid, Estab. Tip. Viuda e Hijos de Tello, 1896).
Era la hora en la que los santanderinos iban o venían de comer y Somoza, el gobernador civil, y otras autoridades, así como muchos ciudadanos (entre ellos niños, bastantes del horfanato que habían salido a pasear), se acercaron a vigilar o curiosear el accidente. Incluso cuando se supo a las cuatro de la tarde que parte de la carga era dinamita, la multitud seguía allí. El momento fue de una gran confusión, las instrucciones de abrir un boquete en la línea de flotación para hundir el barco y los gritos para que los curiosos se marcharan se cruzaron con la falsa información de que la dinamita ya se había descargado.
Minutos antes de las cinco de la tarde se produjo la tremenda explosión que tuvo efectos múltiples: Una inmensa ola que engulló en el mar a los tripulantes, marineros de los barcos próximos, bomberos y muchos de los curiosos del muelle. Buena parte de los edificios cercanos quedaron destruidos. La onda expansiva lanzó al aire miles de objetos (el ancla del Machichaco cayó en el Colegio La Salle a varios kilómetros) así como los propios cuerpos humanos de los 590 muertos que se difundieron por toda la ciudad.
La caída de los hierros y otros materiales, causaron cientos de heridos y algún fallecido en lugares tan lejanos como en Peñacastillo, a ocho kilómetros del muelle. La línea telegráfica quedó cortada y solo los testigos pudieron dar noticia de lo acontecido esa tarde.
El Noticiero Bilbaíno, confuso sobre lo ocurrido, publicaba la crónica de «una persona que llegó anoche de Santander, y que fue testigo presencial de la catástrofe, nos (...) comunica que se hallaba a poca distancia del muelle. Corrió desolado hacia este y no vio más que cadáveres y personas heridas, a las cuales trató de auxiliar, pero no pudo hacerlo porque se lo impedía el terror. Los que se libraron de la catástrofe corrían por las calles como locos, sin darse cuenta de lo que había sucedido. Personas que estuvieron cerca del lugar de la catástrofe dicen que, al hacer explosión la dinamita, el buque se elevó a más de 50 metros de altura y reventó. Muchas cajas de dinamita que no hicieron explosión en el momento, fueron a caer a grande distancia, encima de los tejados de las casas, a los cuales comunicaron el incendio. La calle de Méndez Núñez estaba ardiendo por los dos extremos. Las casas de otras calles bastante alejadas del muelle donde ocurrió la catástrofe se hallaban totalmente destruidas. (...) Casi todas las personas que había en el muelle perecieron a consecuencia de la explosión. Algunas que se arrojaron al mar para salvarse perecieron ahogadas...».
Avanzada ya la tarde (pasadas las nueve y media) del día tres de noviembre llega al telégrafo del Palacio Real un comunicado alarmante del secretario del gobierno civil de Santander (Ortega de la Parra) dirigido al ministro de Gobernación y al Capitán General de la región militar de Burgos. Lo hace utilizando el telégrafo de la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España, en la estafeta de un municipio cercano a Santander, Boo de Piélagos donde se ha desplazado un enviado del secretario, porque el telégrafo de la ciudad de Santander se ha cortado.
Ha intentado comunicarse desde la primera hora de la tarde, pero no lo puede hacer «ni con Santoña, ni con ninguna parte, por estar todas las vías rotas». Son las primeras y angustiosas noticias en el gobierno y en el Palacio Real. «El pánico es horrible y se teme que arda población entera». Suplica auxilio y señala que ya no tiene medios para apagar el fuego («solo una manga») ni para nada: «solo dispongo de una pareja de guardias civiles y tres de orden público». Termina con una alusión personal que denota su estado de ánimo: «Me he salvado milagrosamente».
A partir de esta comunicación y de los contactos directos con las autoridades de Bilbao, Burgos, Palencia y Valladolid (todas coordinadas con el gobierno a través de Germán Gamazo, el ministro de Hacienda delegado a Santander para esta ocasión y el palacio real), empieza una tarea de auxilio en la que, de una u otra manera, intervino todo el país y que duró meses y aún años.
- Germán Rueda es catedrático de Historia contemporánea.