La batalla de Ragusa: cuando una escuadra española aplastó a la flota veneciana
El 22 de noviembre de 1616 se enfrentaron frente a las costas de Ragusa una flota española de 15 galeones y una gran flota veneciana compuesta por 58 naves
Venecia fue la enemiga más formidable de España en Italia. A principios del siglo XVII la ciudad de la laguna seguía siendo un estado poderoso. En palabras de Miguel de Morayta, «aquella República aristocrática y despótica, esclava del interés material y para quien no había más derecho ni otra justicia que su personalísimo provecho» aspiraba a dominar totalmente el Adriático.
Venecia practicaba una sistemática oposición a los intereses españoles en Italia. Evitando la confrontación directa, utilizaba su potencial económico para financiar subrepticiamente e los enemigos de España.
Entre los representantes del poder español en Italia descollaba Don Pedro Tellez Girón, el gran Duque de Osuna, virrey de Nápoles. Previamente había sido virrey de Sicilia, donde se había distinguido en la lucha contra los piratas turcos y berberiscos que infestaban el Mediterráneo, haciendo casi imposible la navegación cristiana.
Ahora en Nápoles había conseguido construir una pequeña pero eficaz flota, excelentemente dirigida por un selecto plantel de marinos. Entre ellos descollaba Don Francisco de Rivera, uno de los grandes, y poco conocidos, almirantes españoles.
Nacido en una familia conversa de Toledo, había desarrollado una impresionante carrera naval, consiguiendo éxitos que parecían imposibles, como su victoria frente a los turcos en el cabo Celidonia, en la costa de Asia Menor.
Osuna decidió apoyar a los principales rivales de Venecia en el Adriático: Los combativos corsarios Uscoques, croatas al servicio de los Habsburgo, que causaban graves daños a los venecianos, y la República de Ragusa importante competidor comercial y tradicional aliada de los españoles.
La Señoría veneciana se tomó en serio el desafío. Seguía siendo la principal potencia naval cristiana del Mediterráneo, con recursos muy superiores a los que podía oponer España.
Una flota cuidadosamente organizada se puso bajo las órdenes de Lorenzo Veniero, heredero de uno de los grandes apellidos venecianos. La flota se dedicó a hostigar a los aliados de España, impidiendo su navegación comercial e incluso bloqueando el puerto de Ravena.
En noviembre de 1616, Rivera penetró en el Adriático con 15 galeones que incluían entre su tripulación a 2.500 hombres de los temibles tercios de mar. Bloqueando Ragusa se encontraron con la gran flota veneciana compuesta por 58 naves, entre galeones y galeras. Un conjunto bien equilibrado y muy superior a la reducida armada de Rivera.
Inicialmente, la falta de viento impidió comenzar el combate a las naves españolas que quedaron en una difícil situación táctica, con los barcos disgregados e incapaces de apoyarse mutuamente.
Ataque en cuña
Al amanecer del 22 de noviembre se levantó un viento que permitió maniobrar a los españoles, aunque con grandes dificultades. Pero ahora venía lo más difícil: afrontar a una flota muy superior alineada en forma de medialuna habitual en aquella época.
Rivera optó por una táctica atrevida, antecedente de la utilizada por Nelson en Trafalgar: Decidió atacar en cuña el centro de la formación enemiga, arrostrando el fuego que le dirigieron los buques más poderosos de la flota veneciana.
Su buque insignia, el galeón Nuestra Señora de la Concepción, se introdujo decididamente en mitad de los buques enemigos, con tanto ímpetu que consiguió desorganizarlos.
Los buques de Rivera usaron su táctica habitual de buscar el abordaje, pero los venecianos, conscientes de la superioridad de los infantes españoles, maniobraban para evitar el contacto, incrementando aún más la confusión.
La batalla se prolongó durante todo el día, con un número creciente de barcos venecianos hundidos o desarbolados, Incluyendo su buque insignia, el galeón San Marcos. La llegada de un oportuno vendaval salvó a la flota de la Serenísima que aprovechó para desbandarse y alejarse del combate.
Al amanecer del día siguiente, Veniero pudo comprobar que su flota había sufrido demasiados daños para seguir combatiendo. Muchas naves se encontraban en pésimo estado y las más de cuatro mil bajas habían desmoralizado a sus tripulaciones, por lo que decidió retirarse.
Los españoles estaban en mucho mejor estado. Habían sufrido comparativamente menos daños y poco más de 300 bajas. Y las tripulaciones estaban ansiosas de seguir combatiendo. Una oportuna tempestad salvó a los venecianos de un nuevo enfrentamiento, aunque el mal estado de muchas de sus naves las dejó inermes ante los elementos. Se hundieron otra docena de naves y perecieron otros dos mil tripulantes.
La batalla consagró a Rivera como uno de los mejores almirantes de la época y tuvo consecuencias decisivas, dejando a Venecia a la defensiva durante muchos años. No sucedió lo mismo con el Duque de Osuna.
Los venecianos no perdonaron la humillación sufrida. Dedicaron los esfuerzos de su eficiente servicio diplomático para levantar todo tipo de calumnias y falsas acusaciones. Entre otra, la de haber sido el organizador de la famosa conjuración de Venecia.
El cambio de gobierno en Madrid tras la muerta de Felipe III selló su destino. Acusado de graves delitos sin suficientes pruebas, fue destituido y encerrado en una cárcel en la que murió en 1619 sin que se hubiese dictado sentencia.