Historias de la Historia
María Pita, la heroína gallega que mató al hermano del pirata Drake
La ciudad de La Coruña la recuerda con cariño y hasta devoción y es quizás su mejor y más querido referente, que despierta una unanimidad completa
El pirata Drake, tras el fracasado intento de la Gran Armada de invadir Inglaterra, recibió el encargo de contraatacar y con una Contra-Armada lanzarse contra las ciudades costeras españolas.
Su intentona acabó en un desastre de proporciones aún mayores en cuanto a perdida de barcos que el sufrido por el Imperio Hispano. Pero, claro, de este se ha hablado mucho menos, pues mientras que ellos han escrito su propia historia los españoles hemos dejado que nos la escribieran nuestros enemigos.
Pero la realidad sigue ahí para quien la quiera contar, aunque ahora lo que algunos de dentro pretenden es que la borremos toda. A Sir Francis, se le había otorgado tal condición por sus desmanes, la empresa se le comenzó a atragantar desde los primeros compases y acaba por concluir en un fiasco total.
Y su descalabro inicial tuvo nombre de mujer: María Pita. Su nombre completo era María Mayor Fernández de Cámara y Pita y había nacido en la aldea de Sigrás, al lado de la villa de Cambre, en La Coruña en el año 1560, en una modesta familia. Su padre, Simón Arnao y su madre, María Pita, la Vieja, eran propietarios de una pequeña tienda en La Coruña.
La joven María Pita mejoró su situación al casarse en 1581, con un carnicero vecino, Juan Alonso de Rois, que tenía mejor fortuna, dos casas en la ciudad y viñas por la comarca. Pero le duró poco, que esa sería la desdichada pauta de la gallega con los cuatro maridos que tuvo, y se le murió a los cuatro años, en 1585, dejándole con una niña, María Alonso de Rois.
La viudedad no era cosa nada deseable para una mujer por aquella época y menos con una niña a su cargo, y a los tres años volvió a casarse de nuevo y otra vez con un carnicero, Gregorio de Rocamonte que aún le duró menos, pues a este se lo mataron al año siguiente los ingleses.
Fue el momento en que entró en escena Francis Drake y ella pasó a la historia. La gran flota inglesa se presentó en mayo de 1589 ante La Coruña, que no tenía defensas para impedir su desembarco, que lograron realizar sin excesivo problema, así como apoderarse de los arrabales para luego comenzar el asedio y el asalto de las murallas de la ciudad.
Los coruñeses de toda condición y sexo subieron a los muros a ayudar a los soldados a defenderla. Las tropas inglesas lograron al poco abrir brecha y se lanzaron por ella al ataque definitivo. Parecía que el triunfo y la toma de la ciudad estaba en sus manos cuando se produjo el hecho que permanece vivo en la memoria de los vecinos y de todos cuantos visitan aquella ciudad.
Los asaltantes dieron muerte al marido de María, Rocamonde, y entonces ella se abalanzó como una furia contra el abanderado inglés, gritando en gallego, «Quen teña honra, que me siga».
Arrebató la lanza en la que un oficial ingles tremolaba la bandera inglesa y se la clavó en el pecho dándole muerte. Este abanderado resultó ser el hermano pequeño de Francis Drake. Los coruñeses encorajinados por su ejemplo cargaron con rabia contra los asaltantes y estos desmoralizados por la muerte del pequeño de los Drake se dieron a la fuga. Se tapó la brecha, se recuperó el ánimo, decayó el del enemigo y sir Francis, con el rabo entre las piernas y el cadáver de su hermano, ordenó el reembarque de sus 12.000 hombres.
La gesta de María Pita fue muy celebrada por sus vecinos, pero ella volvía a estar viuda y con una hija a su cargo. Lo volvió a remediar muy pronto y mejorando pues se casó esta vez con un marino y rango de capitán, Sancho de Arratía que, procedente de Sanlúcar de Barrameda al mando de tres buques que traían armas y pertrechos para la Armada Real, fondeó en La Coruña.
Pero a María los maridos le duraban poco. Dos años y pico después, en el invierno de 1592, volvió a quedarse viuda y con una hija más, habida con el marino. Esta vez ya tardó un poco más en buscar sustituto. Además, anduvo enredada en pleitos y no pequeños, pues hasta le costaron un destierro. Porque desde luego, lo que está más que probado, y no solo contra los ingleses, era el bravío carácter de la gallega.
El enredo en que se vio metida cuatro años más tarde fue una querella criminal interpuesta contra ella por un capitán, Peralta, alojado en una casa de su propiedad que la acusó de haber intentado asesinarlo al frente de un grupo de vecinos durante un asalto para expulsarlo de la vivienda.
De entrada, la grave acusación la llevó a la cárcel, donde pasó unos meses, la sentencia le fue contraria y se la condenó al destierro. Pero menuda era María Pita para venirse abajo por ello. Se dirigió al Rey Felipe II, pidiéndole amparo ante lo que consideraba mentiras e infundios del moroso capitán Peralta, que no quería pagarle los alquileres y pretendía seguir viviendo en su casa, un okupa, vamos y de paso requiriendo del monarca alguna recompensa por los servicios prestados contra los ingleses en los que además había perdido un marido.
El Rey don Felipe leyó sus memoriales, le cayó en gracia y le concedió la suya. Le dio una licencia real que le permitió regresar a La Coruña, donde fue muy jubilosamente recibida por el vecindario y además le autorizaba emprender un negocio de exportación de mulas a Portugal. Y como colofón aun después le concedió una pensión con cargo a los presupuestos militares coruñeses equivalente al sueldo de un alférez más cinco escudos mensuales.
Porque a todo esto, y en el ínterin de los pleitos, la condena y los memoriales, habían pasado los años y María había vuelto a casarse por cuarta vez, en 1598, esta vez ya con un hidalgo, que le duro algo más que los otros.
Se llamaba Gil de Figueroa, y era un escudero de la Real Audiencia de Galicia. Además de los pleitos ajenos se metió en propios y con él arrastró a María, que en el año 1606 volvió a la corte y esta vez, aunque le costó, o le gustó, andar por ella y los madriles casi un año, también logró sacar fruto, pues el Rey, ya Felipe III, le concedió un aumento del sueldo y nuevas licencias para sus exportaciones de mulas y de algunas otras mercancías.
De este matrimonio tuvo otros dos hijos, Juan y Francisco Bermúdez de Figueroa, y que a la postre supusieron nuevos pleitos, tras la muerte del cuarto y último marido, en 1613, pues los hermanos de diferentes matrimonios no se llevaron precisamente bien entre ellos.
María Pita estuvo enredada y entretenida en ellos, en ocasiones con enfrentamientos no exactamente pacíficos. Su fama de mujer osada y pendenciera no decayó nunca hasta su muerte en su terruño natal, cuando le quedaban solo tres años, para llegar a los 80, entonces una edad muy longeva, en Cambre, donde se había retirado ya en sus últimos años a una casa y unas tierras y viñas que allí tenía.
La ciudad de La Coruña la recuerda con cariño y hasta devoción y es quizás su mejor y más querido referente, que despierta una unanimidad completa, aunque a la gallega.
La escultura, en la plaza que lleva su nombre y donde está situado el Ayuntamiento de la ciudad, es obra de Xosé Castiñeiras, y en ella se representa a la heroína con la lanza con la que mató al alférez inglés mientras coge con la otra mano el cuerpo sin vida de su marido, Gregorio de Racamonde. Es el lugar de encuentro por excelencia de coruñeses y de visitantes. No tiene pérdida.