Grandes gestas de la Historia
La gesta olvidada del Almirante gallego Payo Gómez Chariño en la Conquista naval de Sevilla
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Estos días Sevilla conmemoraba un año más la toma de la ciudad por Fernando III el Santo, uno de los más grandes reyes de la historia española. Unificador de las coronas de Castilla y León, conquistó para la cristiandad casi cien mil kilómetros, y fue, sin duda, el mayor torpedo a la línea de flotación islámica en un proceso reconquistador que culminarían los Reyes Católicos.
Poco se habla de cómo la dominación de los ríos fue marcando el avance cristiano de norte a sur de la Reconquista. De la pequeña franja de la cornisa cantábrica -en la que resistieron los hispanovisigodos en el siglo VIII- se pasó a controlar el Duero, el Miño y el Ebro. La conquista de la histórica taifa de Toledo (1085), señaló el comienzo del dominio del Tajo. Y después, con la toma de las riberas del Guadiana, se llegó a Al Andalus el corazón del imperio musulmán. Con Fernando III caerían Córdoba (1236), Murcia (1243) y Jaén (1246) y el avance sobre el valle del Guadalquivir sería uno de los episodios más interesantes de la Baja Edad Media.
La conquista de Sevilla
Entre las grandes campañas de Fernando III, deslumbra la conquista de Sevilla que ha sido uno de los hechos militares más abordados tanto por la historiografía castellana como árabe. Dieciséis meses de duro el asedio a una ciudad a la que el Rey quedaría unido para la posteridad. En ella quiso vivir, morir, enterrarse y que lograría elevarle a los altares de la Santidad y convertirlo en uno de sus símbolos más identitarios.
Muchos no saben que los enfrentamientos a campo abierto no son tan cruciales en las guerras. Son los asedios, en los que el enemigo acaba rindiéndose por hambre y sed. El sitio que el Rey Fernando impuso a la Isbiliya andalusí fue largo: desde agosto de 1247 hasta noviembre de 1248 porque Sevilla se resistía. Se ha escrito que fue el mayor reto militar al que se enfrentó ningún otro Rey peninsular. El Museo Militar de Sevilla exhibe una gran maqueta de la que era una de las mayores urbes europeas de 287 hectáreas y superaba las sesenta mil almas. Una red de castillos y guarniciones aseguraban su entorno inmediato, estaba protegida por una espléndida muralla de 7 kilómetros con doce puertas. En su interior existían prósperas huertas y un par de riachuelos interiores que la abastecían de agua. Además, aunque la comarca había sido ocupada por las milicias de la Orden de Santiago, seguían llegando por el río suministros desde el oeste: San Juan de Aznalfarache, el Aljarafe, la onubense taifa de Niebla o incluso desde África.
Una batalla naval
Estas razones explican que desde el comienzo, el rey cristiano lo tuviese claro: había que armar una flota para hacer la guerra en el Guadalquivir. Y para ello concedería el título -hasta la fecha inexistente- de Almirante de Castilla al burgalés Ramón Bonifaz que atendió con celeridad la empresa. Así los astilleros de Santander, Castro Urdiales, San Vicente de la Barquera y Laredo construyeron con rapidez 13 naos y 5 galeras en las que se enrolaron mil hombres. En su marcha desde el Cantábrico hacia el puerto de Sevilla se fueron sumando otras flotas menores como la del asturiano Ruy González de Avilés. Y al doblar el cabo Finisterre, la ingente Armada galaica hacía su aparición.
El joven noble gallego Payo Gómez Chariño se incorporaba con 27 embarcaciones de Pontevedra , acompañado de otras 17 que aportaron las villas de Bayona, Noya y La Coruña con otros mil marinos gallegos.
La toma de Sevilla sería una macro operación anfibia que llegó a convocar a quince mil hombres, solo comparable a la batalla de las Navas de Tolosa. Los cristianos peleaban contra los musulmanes como infantes, en tierra y en la primavera llegaron refuerzos desde Murcia con el heredero el Infante Don Alfonso y un gran número de caballeros aragoneses, que le envió su suegro el Rey Jaime I. Poco después lo hacía Don Diego López de Haro, Señor de Vizcaya. Incluso el sultán nazarí Mohamed I aportó hombres para Fernando III por el llamado Pacto de Jaén.
Y, paralelamente, es la marina la que combate en el Guadalquivir contra 20 barcos de Abu-Rabi que protegían el puerto fluvial de Sevilla a los que habría que sumar una armada musulmana de 30 navíos que había llegado en su socorro desde las plazas del Norte de África. Los enfrentamientos en el mar fueron continuos y Bonifaz y Chariño llegaron a hundir una docena de naves hasta que los marinos cristianos lograron imponerse.
Así, en agosto remontaban hasta la altura de Coria del Río, a unos 15 kilómetros de la capital hispalense. Había llegado el momento de plantearse el asedio definitivo.
Pero las naves castellanas no podían subir más allá del puente de barcas que unía Sevilla con Triana. Les impedía hostigar la zona comprendida entre el río y la muralla y sobre todo les bloqueaba el acceso al Norte de la urbe. Constataron que sería imposible conquistar la ciudad mientras continuara en pie el puente. No solo proveía de alimentos a la población, sino que permitía el paso de contingentes humanos para remplazar las continuas bajas que sufrían los castillos de Triana y Aznalfarache en sus combates.
El puente
El puente no era ni mucho menos una sólida construcción pétrea tipo romano. Estaba hecho con barcas adosadas unas a otras y sobre las que se instalaba una pasarela de tablones. Pese a su aparente fragilidad, una cadena de hierro anclada a ambas orillas con sólidas masas de mortero las reforzaba con firmeza. Esto permitía el tránsito de personas, pero también animales e incluso el tráfico de carros con mercancías.
Alfonso X El Sabio, hijo de Fernando, cuenta en sus crónicas cómo su padre pasaba las noches rezando ante la imagen de la Virgen de las Batallas implorando el consejo y la ayuda divina que ya se había manifestado en varias ocasiones como en la Batalla de Tentudía.
Y tras arduas deliberaciones diseñó la estrategia para la destrucción del puente: dos naves llevarían la iniciativa. Irían reforzadas en sus proas con espolones y se aumentaría su peso para que el impacto contra la cadena fuera letal.
Las naves serían propulsadas rio arriba no solo con los remeros, sino también por la propia marea ya que Sevilla, pese a ser un puerto fluvial, acusaba los efectos de las mareas atlánticas. El problema es que no podían fallar. Solo habría una oportunidad porque si fracasaban, los musulmanes podrían aumentar el número de cadenas y ya sería inviable su destrucción.
El ataque al puente de Chariño y Bonifaz
Se eligió una fecha simbólica el 3 de mayo de 1248: festividad de la Santa Cruz. La expectación en los campamentos cristianos iba in crescendo y también la inquietud entre los musulmanes que aún desconociendo la magnitud de lo que preparaban percibían unos preparativos inusuales.
Y en una sociedad en la que el catolicismo era consustancial a sus vidas, la jornada no podía empezar de otra manera que con una Misa en la que se encomendaron a la Providencia.
La operación comenzó situando las dos galeras a tres kilómetros. de distancia del puente. Una de las naves iría capitaneada por Payo Gómez Chariño y la otra, por el burgalés Bonifaz. La marea y el viento de la mañana las impulsarían hasta las cercanías de la Torre del Oro y desde ahí, los remeros irían aumentando la velocidad.
Ambas naves se situaron en el centro del río y se desplegaron las velas. Pero tras la salida, se desató lo que se conoce como «calma chicha», lo que inmovilizó a las galeras. Cundió el desánimo. Parecía que el destino no les acompañaría, pero tras un largo rato se levantó una potente brisa que impulsó a ambas naves río arriba.
El Rey Fernando, iba contemplando la maniobra a tiempo real y acompañado por su séquito, iba siguiendo a galope por la orilla oeste todo lo que acontecía. Pero cuando las naves se acercaron a la Torre del Oro, para detenerlos la guarnición mora atacó con intensidad con usando trabucos, balistas y cabritas… La Armada cristiana pudo superarlo sin heridos y sofocando los pequeños incendios de cubierta provocados por las flechas incendiadas. Una vez controlada la situación a la orden de Payo, los remeros empezaron a bogar con fuerza para impulsar las galeras a toda velocidad contra la cadena.
La nave del gallego ascendía por la orilla más peligrosa y por la que la corriente era más fuerte, la más cercana a la ciudad, mientras que Bonifaz lo hacía por la opuesta. Por ello, la primera nave que chocó contra la cadena fue la de Chariño. El Rey y los castellanos desde la orilla seguían la acción en un «sinvivir». El impacto fue tan fuerte que provocó un gran estruendo, pero la nave rebotó y se fue hacia atrás. Parecía que el objetivo no se había cumplido, pero no era así. La cadena había quedado tan dañada que cuando poco después se producía el segundo impacto por parte de la nave de Bonifaz la cadena cedió. El puente de barcas había sido destruido.
Este hecho supuso el principio del fin de la Isbilya musulmana. Abu Rabí pudo escapar y dejó descabezada la resistencia del puerto. Algunos botes durante un tiempo siguieron cruzando por la noche sorteando la vigilancia cristiana, pero poco podrían aguantar. En noviembre, Sevilla se rendía y Axafat entregaba sus llaves arrodillado ante Fernando III.
La paternidad del hito del Puente de Barcas
Para la historia medieval hispánica sería todo un símbolo la destrucción del puente de barcas de Sevilla. Por ello su «paternidad» es importante. Pero la memoria acabó olvidando el nombre de Payo Gómez Chariño, uno de los grandes héroes de la toma. La Armada gallega había sido la que aportó el mayor número de naves y él mismo quien quebró las cadenas que rompería Bonifaz, que se llevó todas las loas de la historia.
¿Fue entonces una gesta conjunta? Un famoso pleito del siglo XIX conocido como la «Justa Defensa» enfrentó a los historiadores sobre el papel de Bonifaz y Chariño. Ortiz de Zúñiga y la Crónica no citan su nombre, otros incluso con cierta inquina niegan la condición de Almirante del gallego como Fernández Duro, pero muchos otros sí lo parangonan.
Es mencionado en las crónicas de Alfonso X el Sabio, Sancho IV el Bravo y Fernando IV el Emplazado. Lo cierto es que el Índice Biográfico de los Almirantes de Castilla del siglo XVI de Garibay considera a Chariño uno de los cinco almirantes más influyentes de la historia del reino. Y que existe un documento de 1284 de los privilegios de la catedral de Sevilla por Sancho IV en la que aparece Payo firmando como Almirante del Mar. Y es más, no pueden negarse los grandes privilegios con los que al Rey Fernando III el Santo, agradeció a Pontevedra la victoria, y que por esta razón los marinos de Pontevedra, no pagaban derechos de anclaje en Sevilla y viceversa.
También en la propia ciudad hispalense, desde la Edad Media, al haber sido Chariño el primero que franqueó las recias murallas de Sevilla, en su memoria la primera calle tomada a los musulmanes se denominó Gallegos.
Otros datos más están en el Catálogo de los Barones Ylustres del Reyno de Galicia de la Academia de la Historia de 1897, en la obra de Cotarelo, del andaluz José Alonso Morgado, o hasta un trovador gallego Pero da Ponte, que se instaló en Andalucía, cuyo cántico estrella era el de la «cruzada gallega» en la Conquista de Sevilla.
Concluyendo: el gran historiador Manuel de Saralegui, habla de testimonios irrefutables de que «la hazaña se realizó en dos naves. La segunda, la capitaneaba Bonifaz que las acabó rompiendo tras haber sido quebrantadas por la primera».
¿Quién fue Gómez Chariño?
¿Por qué no dice quién dirigía la primera? Las sombras no solo se ciernen sobre Chariño, se dice que Bonifaz, no era burgalés, sino marsellés o italiano. Incluso sobre el asturiano, Ruy González de Avilés que tuvo una gran presencia que también se sepultó, o que son falsas las cadenas del Puente de Barcas que se guardan en Laredo y bajo las cuales -cuenta Alfonso X, en sus Cantigas de Santa María- acontecieron dos milagros.
Gómez Chariño había nacido probablemente en 1225 en una familia pontevedresa de los linajes Mariño y Sotomayor. Fue coetáneo y paisano de otro importante marino que combatió en el Estrecho, Alonso Jofre de Tenorio.
Desde muy joven, brilló por sus dotes en el mar que aparecen en fuentes poéticas, ya que al igual que gran guerrero y navegante, Chariño fue un singular trovador en lengua gallega. De hecho, se le considera un exponente de la perfección técnica y estética a la que llegó el cancionero en el siglo XIII, al albur del dinamismo cultural del Camino de Santiago. Se conservan 28 cantigas de amor y de amigo de su autoría y fue el primer poeta que introdujo la temática marinera.
Se desconocen las razones de su distanciamiento con Alfonso X el Sabio con quien convivió en la campaña sevillana al que le unían idénticas aficiones. Hasta se ha llegado a hablar de «celos literarios». Pero sí consta que estuvo muy unido a su sucesor Sancho IV que le nombraría Almirante del Mar en 1284 y en 1292, Adelantado mayor del Reino de Galicia. Pero a la muerte de este Rey, se vio inmerso en oscuras conspiraciones, fue hecho prisionero y en una mediación entre los infantes de Castilla, don Juan y don Enrique, moriría asesinado por su sobrino Rui Pérez Tenorio en 1295 en Ciudad Rodrigo. La crónica cuenta que «Lo mataron a traición, por la espalda, dándole con un cuchillo por medio del corazón e cayó luego de un caballo que montaba» y que tal era el aprecio que el infante don Juan sentía por él, que persiguió al asesino hasta Portugal y vengó la muerte de Payo matando con sus propias manos a Rui Pérez Tenorio.
Razones que avalan la gesta de Chariño
Hay que aclarar que la toma de Sevilla no fue como suele repetirse «la primera acción de la marina castellana». En Galicia desde mediados del siglo XII, auspiciada por el Arzobispo Gelmírez, un gran señor de la guerra, existió una fuerza naval que tenía como misión alejar a normandos y sarracenos de sus costas.
Junto a ello, la tradición gallega, una de las fuentes fundamentales para el estudio de la historia, desde mediados del XIII mantuvo la historia del gran guerrero naval Chariño y sus extraordinarios hechos. González Zúñiga recuerda que en las vísperas de la procesión del corpus en Pontevedra se representaba, la hazaña de Chariño y la rotura de la cadenas mediante un navío montado sobre cuatro ruedas.
En las afueras de la ciudad existía una torre do ouro, hoy desaparecida. Y en los márgenes del río Lérez se mantiene un lugar llamado «campo de Tablada», recordando donde acampó el rey Fernando. Huellas toponímicas que hablan del protagonismo del pontevedrés.
Es cierto que no hay documento concreto de que la actuación de Chariño sucediese como la tradición lo cuenta, pero tampoco lo hay de que no lo fuera. Y por cierto, sobre las cadenas de Laredo un reciente examen metalográfico concluye un envejecimiento de la microestructura equivalente a 800+- 50 años por lo que sí son las que las naves cristianas rompieron durante la Toma de Sevilla en el año 1248.
¿Tendrá algún día Payo el reconocimiento que merece? Lo desconocemos. Pero para la posteridad, el nombre de Payo Gómez Chariño Almirante del Mar, guerrero navegante y poeta y el recuerdo de su gran gesta sevillana lleva vigente casi ocho siglos. Está grabada en piedra en la gótica iglesia de San Francisco de Pontevedra, su ciudad natal en el grandioso sarcófago en el que reposa.
Y así lo certifica la inscripción de su sepulcro. Año de 1304 «Aquí yace el muy noble caballero Payo Gomez Chariño que ganó los privilegios de esta villa y ganó Sevilla siendo de moros».