El espionaje español en Londres que quiso impedir la independencia de América
Las calles, puertos y salones de Londres fueron un campo de batalla clave, pero desconocido donde agentes españoles y rebeldes se enfrentaron en un juego de espionaje
Las guerras de independencia que pusieron fin a la América española se libraron en muchos frentes, desde Texas hasta los Andes. Un campo de batalla más desconocido fueron las calles, puertos y salones de Londres, donde agentes españoles y rebeldes se enfrentaron en un juego de espionaje que, aunque incruento, fue más crucial para la guerra que muchas batallas.
La capital inglesa era por entonces el principal centro de operaciones de las incipientes diplomacias hispanoamericanas, que buscaban atraer el apoyo del gobierno británico y organizaban desde ella constantes expediciones con voluntarios, suministros y armas para los ejércitos insurgentes. Para intentar contrarrestar estos esfuerzos estaba la embajada española en Londres.
El gobierno británico se mantenía oficialmente neutral, pero permitía operar libremente a los agentes rebeldes y, pese a las protestas de España, no impedía la salida de estas expediciones ni el apoyo financiero que muchos empresarios ingleses daban a la causa de la independencia.
Ante la inoperancia de las autoridades británicas, desde la embajada en Londres se organizó una extensa red de espías y confidentes dedicada a vigilar la labor de los agentes americanos. En el verano de 1817, cuando comenzó el reclutamiento de voluntarios británicos por parte de los enviados de Bolívar y la situación de la guerra empezó a empeorar para España, pasó a ser una prioridad de la acción diplomática en Londres.
El secretario de la embajada, Joaquín Campuzano, escribió: «La parte activa que ha tomado esta nación [la inglesa] en la revolución de América, varía a esta embajada un nuevo género de gastos, que para que pueda llenar su objeto no debe aparecer detallado en las cuentas, ni puede ser regulado por otra medida que la delicadeza del que lo dirija».
Se refería al pago de espías que se infiltrasen entre los rebeldes y consiguiesen información de sus movimientos. ¿Cuántos espías llegó a tener la embajada española? Es difícil decirlo, porque no hay un listado claro y muchos de ellos no eran citados por su nombre en las cartas. Una revisión de las cuentas de gastos secretos nos permite saber que al menos una veintena de personas recibieron asignaciones de la embajada.
La frecuencia con que aparecen y la cantidad de los pagos varía enormemente de unos a otros. Muchos de estos agentes trabajaron solo de forma ocasional, aunque algunos nombres se repiten durante meses o incluso años, probando que la embajada contaba normalmente con dos o tres espías de confianza cuyo trabajo se completaba con la información de individuos puntuales.
La embajada prefería para labores de espionaje contratar ingleses, por considerar que levantaban menos suspicacias de los rebeldes. Estos casi siempre solían ser oficiales del Ejército o la Marina británicas que, desmovilizados tras el fin de las guerras napoleónicas, tenían que subsistir a media paga y por ello ofrecían gustosos sus servicios al primer postor.
Muchos se alistaban en las expediciones rebeldes, por lo que si se les pagaba lo suficiente podían actuar como infiltrados y dar información a la embajada. Algunos, como el capitán Dundas, viajaron a Venezuela para alistarse al servicio de Bolívar y espiar sus movimientos. Otros muchos actuaban dispersos por los principales puertos británicos, para avisar de cualquier salida de barcos con armas o tropas para América. La embajada de Londres remitía todos estos informes a Madrid y a los virreyes y capitanes generales españoles en América, para que pudiesen adelantarse a los movimientos de los rebeldes.
La embajada empleó mucho esfuerzo y dinero en articular su red de espionaje contra los rebeldes americanos, pero ¿cuál fue la eficacia real que tuvo? Desde el punto de vista de la información adquirida, su desempeño fue excepcionalmente bueno. España siempre dispuso de un amplio caudal de datos relativos a todas las expediciones que se preparaban para ir a América, pese al creciente disimulo que los insurgentes ponían para esquivar esta vigilancia.
El historiador británico David Waddell señala que la embajada española tenía de ordinario más y mejor información que las propias autoridades británicas, lo que le permitía adelantarse al gobierno y presentar quejas respaldadas por evidencias. Por este medio pudieron frustrarse expediciones como la del general Renovales o la de Javier Mina. Por desgracia, la escasa colaboración de las autoridades británicas impidió que se pudiese conseguir un auténtico impacto. Los rebeldes continuaron recibiendo apoyo y ayuda desde Gran Bretaña durante toda la guerra, inclinando la balanza de forma decisiva.