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San Martín proclama la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, en Lima, Perú

San Martín proclama la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, en Lima, Perú

En busca de la ayuda británica: los agentes de Bolívar y San Martín en Londres

Durante siglos, los ingleses habían codiciado el enorme Imperio español y tratado de socavarlo de varias maneras. Parecía lógico que en Londres se acogiese con los brazos abiertos a los nuevos gobiernos independentistas

Mucho se ha discutido sobre el apoyo de Gran Bretaña a las independencias de la América española. Los primeros líderes revolucionarios como Bolívar o San Martín tuvieron muy claro desde el principio que si querían triunfar sobre España, era imprescindible conseguir el apoyo británico.

Durante siglos, los ingleses habían codiciado el enorme Imperio español y tratado de socavarlo de varias maneras. Parecía lógico que en Londres se acogiese con los brazos abiertos a los nuevos gobiernos independentistas.

Pero había un obstáculo. La alianza entre Inglaterra y España contra Napoleón desde 1808 puso al gobierno británico en una posición complicada, porque apoyar a los rebeldes sería no solo traicionar sino debilitar al que, por entonces, era el único aliado junto con Portugal que tenían en su guerra contra Francia.

En el verano de 1810, la recién sublevada Junta de Caracas envió una misión diplomática a Londres, encabezada por Simón Bolívar, Andrés Bello y Luis López Méndez. Esta delegación fue recibida por el Secretario del Foreign Office, Richard Wellesley (hermano mayor del famoso duque de Wellington) quien mantuvo varias reuniones con ellos entre julio y septiembre de ese año.

Los representantes venezolanos buscaron el respaldo británico con una argucia, asegurando que no buscaban romper con España, solo habían destituido a las autoridades españolas por temor a que se sometieran al gobierno afrancesado de José Bonaparte. Wellesley entendió que se trataba de un engaño para obtener el reconocimiento británico a la independencia y rechazó brindarles apoyo alguno, subrayando que Gran Bretaña consideraba prioritario mantener la alianza con España.

A pesar de este rechazo, el gobierno inglés autorizó a los venezolanos a tener representantes en Londres. Luis López Méndez quedó establecido como representante, con la asistencia de Andrés Bello como secretario, mientras Simón Bolívar regresaba frustrado a América.

Paralelamente a la misión caraqueña, se estableció poco después otra delegación enviada por las autoridades de Buenos Aires en la que destacaron Manuel de Zarratea, Bernardino Rivadavia y Manuel Belgrano. José María del Real, quien llegó a Londres en octubre de 1814, desempeñó el papel de representante del gobierno de Nueva Granada (hoy Colombia).

Por último, el gobierno chileno de Bernardo O’Higgins, quien había residido personalmente en Londres antes de la guerra, envió como agente al literato Antonio José de Irisarri. Los rebeldes mexicanos, al carecer durante casi toda la guerra de un gobierno propiamente establecido, no tuvieron nunca un representante oficial y normalmente buscaron más el apoyo del vecino Estados Unidos, aunque no faltaron en Londres conspiradores mexicanos a título personal, como el sacerdote Fray Servando Mier.

Las peticiones al gobierno británico para que expulsase a estos agentes o los extraditase a España por rebeldes fueron siempre denegadas

Dado que el gobierno británico oficialmente no reconocía a los nuevos países, estos agentes no tenían ningún status diplomático y tenían que actuar como particulares. La embajada española en Londres los vigilaba celosamente, y creó toda una red de espías para seguir cada uno de sus pasos. Sin embargo, las peticiones al gobierno británico para que expulsase a estos agentes o los extraditase a España por rebeldes fueron siempre denegadas.

La embajada española consiguió al menos la promesa de que ningún ministro británico recibiría ni negociaría con estos agentes. Sin embargo, cuando el ejército de Morillo reconquistó Santa Fe de Bogotá, encontró en los archivos del gobierno rebelde pruebas de que Real había sido recibido al menos en dos ocasiones por un ministro anónimo del gabinete británico «bastante afecto a América». El ministro de exteriores inglés, Lord Castlereagh, nunca vio personalmente a ninguno de los agentes americanos, pero usaba la treta de permitir que dejasen cartas a nombre de su vicesecretario.

Esta ambigua política británica se mantuvo hasta 1822, cuando el colapso del dominio español en América era ya inevitable, momento en el que Londres cambió de postura y reconoció oficialmente por primera vez a las nuevas repúblicas. Solo dos años después, las últimas tropas españolas en el continente fueron definitivamente derrotadas en Ayacucho.

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