Bicoca, la batalla entre los arcabuceros españoles y los piqueros suizos que dio origen a una palabra
El saldo de la contienda fue tan extraordinario y el balance de lo conseguido tan favorable al emperador Carlos V que el nombre de la batalla se convirtió en una palabra castellana con significado propio
Cuando uno piensa en las grandes batallas acontecidas durante el reinado de Carlos V enseguida vienen a la cabeza las de Pavía, que supuso el apresamiento del Rey francés Francisco I y la incorporación del Milanesado a la corona o la de Mühlberg, contra la liga de Esmalcalda, en el marco de la reforma protestante, lo que llevó al César Carlos a parafrasear al César originario diciendo: «vine, vi y Dios venció» o incluso la más exótica de Otumba, que supondría la supervivencia de Cortés y el principio del fin del Imperio mexica.
Sin embargo, apenas unos ocho meses después de la caída de Tenochtitlan y en un escenario muy diferente, el de las guerras italianas, también conocida como «la guerra de los cuatro años», tuvo lugar otra batalla que suele pasar bastante desapercibida y que, sin embargo, tendrá una gran trascendencia, como veremos a continuación. Se trata de la batalla de Bicoca.
En territorios de la actual Italia, (nación que, por cierto, nace en el siglo XIX), los españoles llevaban combatiendo desde que, en el siglo XIII, Pedro III de Aragón conquistase Sicilia. Con la llegada al trono de Carlos V y a raíz de su elección como Emperador del Sacro Imperio romano Germánico, se inicia la guerra con Francia en varios frentes. Una vez más, gran parte de estos enfrentamientos tendrán lugar en la península italiana.
Situémonos en las afueras de Milán un 27 de abril de 1522. En una colina del parque de Bicoca, (hoy en día uno de los barrios más modernos y elegantes de la capital lombarda), se encuentran las tropas imperiales, compuestas por arcabuceros españoles en primera fila, lansquenetes alemanes y lanceros españoles en segunda fila, flanqueados por la caballería. Todos ellos comandados por el veterano Prospero Colonna, el que fuese aventajado discípulo del Gran Capitán. En frente, los temibles piqueros suizos, en segunda fila las tropas francesas y en tercera las venecianas, comandados por el conde Odet de Cominges.
Es cierto que el terreno favorecía a los hispano-alemanes, que se mantenían en una posición elevada, pero también es cierto que los mercenarios suizos constituían la maquinaria militar más eficiente de la época. Desde su creación, los también conocidos como «esguízaros» se agrupaban en grandes cuadros de gran profundidad, formados por miles de personas y armados de largas picas. Como recuerda en uno de sus libros sobre los tercios el diplomático Julio Albi, «durante cincuenta años nunca volvieron las espaldas».
Se trataba, en consecuencia, de una tropa invicta que, prácticamente, garantizaba la victoria al país que los tenía a sueldo. Además, esta imponente fuerza de choque estaba directamente comandada por el mariscal Anne de Montmorency, uno de los mejores estrategas con los que contaba Cominges.
El conde, pese a contar con los suizos y con una apabullante superioridad numérica, no se encontraba a gusto con el terreno y prefería no presentar batalla. A su derecha tenía un pantano que no le dejaría maniobrar y a la izquierda un dique con un solitario y estrecho puente, todo lo cual le obligaba a un ataque frontal en un espacio relativamente reducido, en el que perdería parte de la ventaja de tener más soldados que Colonna.
Pero los suizos, que aún no habían recibido la paga, le presionaron para que atacase bajo amenaza de desertar. Así las cosas, no le quedo otra que dar órdenes a Montmorency para que iniciase el asalto, mientras enviaba a su caballería en un movimiento envolvente para atacar la retaguardia hispana.
El ataque frontal resultó un tanto precipitado. La artillería francesa apenas había castigado las posiciones de Colonna, mientras que la de este si se empleó con furia contra las temidas tropas helvéticas. Sin embargo, una vez salieron del alcance de los cañones se encontraron con un terraplén y una tapia en donde estaban los arcabuceros españoles comandados por Fernando de Ábalos, marqués de Pescara, napolitano de origen español y excelente militar que supo marcar la cadencia de disparos precisa para barrer las primeras filas de piqueros. Los que conseguían flanquear a los arcabuceros se encontraban con los lansquenetes alemanes y con lanceros españoles para rematarlos.
Mientras tanto, la imponente caballería pesada francesa había tomado el puente y alcanzado la retaguardia imperial. Colonna envió al riojano Antonio de Leyba con la caballería hispana para hacerles frente, al tiempo que los refuerzos solicitados a Francisco Sforza acudían desde Milán con la intención de cerrar a la caballería gala entre dos frentes.
El francés Lescun, que comandaba la caballería, dio orden de retirada. Lo mismo que estaban haciendo, tras fracasar en numerosos asaltos, los hasta entonces imbatibles suizos, que habían dejado, además de su herido orgullo, más de tres mil almas en el campo de batalla y veintidós de sus capitanes, (de la oficialidad de los piqueros, solo sobrevivió Montmorency).
Por contra, los hispano-alemanes habían tenido una sola baja y al parecer, no por armas helvéticas sino por la coz de una mula, ya que Colonna prudentemente no quiso arriesgar la vida de sus hombres persiguiendo al numeroso ejército francés. La cómoda victoria de Bicoca tendría una gran trascendencia. Desmanteladas las tropas suizas, que se negaron a seguir combatiendo con los franceses, Génova y Lombardía pasarían a dominio español.
Por otra parte, la batalla supuso la consagración de los arcabuceros, que en correcta combinación con los piqueros serán fundamentales en los siglos venideros y junto a algunas técnicas que Fernandez de Córdoba ya había iniciado en batallas como Ceriñola y Garellano y que posteriormente los tercios, (que oficialmente no habían nacido aún), desarrollaran, como las «encamisadas», los transporte de infantes a la grupa de la caballería para tener mayor movilidad y otras maniobras que convertirán a la infantería española en la mejor de su época. Bicoca fue también un preludio de la gran victoria de Pavía.
En cualquier caso, el saldo de la contienda fue tan extraordinario y el balance de lo conseguido tan favorable al emperador que el nombre de la batalla se convirtió en una palabra castellana con significado propio. Así, bicoca significa «un chollo» o «una ganga» o algo fácil, barato o sencillo de conseguir. Sin embargo, en francés, bicoque, significa fortificación precaria o casa en ruinas, más en línea con la original acepción lombarda de biccoca, pero quizás, también, por el ruinoso resultado de la batalla.