Diego Rodríguez, el desconocido y valiente hijo del Cid
Fue la alegría y la gran tragedia de su padre, pues murió antes que él. Diego fue un valiente y esforzado guerrero, combatió al lado de su padre y hasta llegó a mandar la mesnada cidiana

Cantar del Mio Cid
Los españoles, a pesar de los intentos por borrar nuestra historia y a nuestros héroes, aún saben la mayoría –aunque miedo me da si preguntan en ciertos lugares y a ciertas edades– quién era el Cid. Afortunadamente, correríamos la misma suerte si decimos su nombre, Rodrigo, o el de su mujer, Jimena, y hasta puede que el de sus hijas, Sol y Elvira, aunque este no sea el verdadero, sino el ficticio creado en el Cantar, que se ha impuesto como relato y memoria colectiva a la realidad histórica.
La potencia popular del gran romance castellano ha tapado incluso que no se llamaban ni se casaron con los inventados y pérfidos infantes de Carrión, sino que la mayor, Cristina (Sol), fue la esposa del infante navarro Ramiro, cuyo hijo y por tanto nieto del Campeador, García Ramírez, fue rey de Navarra, llamado por restaurar la corona y la dinastía como el Restaurador.
Descendientes suyos, nietos ambos, fueron nada menos que Alfonso VIII de Castilla, el de la Navas y Sancho VII el Fuerte, el gigantón que puso las cadenas de aquella batalla en el escudo de su reino. La hija menor, María (Elvira) –no se lo digan a Puigdemont– casó con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III, o sea que fue condesa de Barcelona. Murió de parto de su primera hija que fue condesa de Besalú.
Esto anterior lo saben ya muy pocos, pero lo que ya casi nadie conoce –excepto las gentes de Burgos y las de Consuegra– es que el Cid tuvo un hijo, el primogénito.Lo cierto es que Rodrigo tuvo un hijo varón que fue la alegría y la gran tragedia de su padre, pues murió antes que él. Diego se llamó y fue un valiente y esforzado guerrero, combatió al lado de su padre y hasta llegó a mandar la mesnada cidiana en alguna ocasión al lado de su padre. Mandándola en Consuegra fue cuando pereció, para aflicción del gran adalid cristiano y de su madre Jimena.

Estatua de Diego Rodríguez en el puente de San Pablo de Burgos
Muy poco sabemos de él, aunque es justo reconocer que en los últimos años, tanto en su Burgos natal, así como en el solar paterno de Vivar y en la ciudad y castillo de Consuegra (Toledo), donde sucumbió, se ha comenzado a rescatar del olvido. Pero ya ha sido pasto también del oportunismo y de buscar con su muerte el degradar la imagen de su padre. Una reciente novela –novela es, pero de histórica no tiene nada–, cuyo nombre no voy ni a mentar; sin el más mínimo soporte documental se inventa una cruel relación de Rodrigo con su hijo –vamos que se monta una pajarraca psicológica, muy woke ella– para desprestigiar y ensuciar la figura del Cid, colocando como maltratadas víctimas suyas a su mujer y a su primogénito.
Diego Rodríguez vino a nacer allá por el año 1075 en Burgos, ya que sus padres estaban por aquella fecha en la ciudad castellana, así que es lógico atribuirle allí su llegada al mundo.
El Cantar no habla de él. La historia cuanta algo más, aunque poco. Gonzalo Martínez Díaz en su El Cid histórico asegura que Diego estuvo ya al lado de su padre en la peripecia del segundo destierro y cabalgó a su lado en toda la ofensiva en el Levante que acabó por apoderarse de la ciudad de Valencia y convertirse en señor de todo su alfoz.
Fue tras aquella conquista cuando las desavenencias con el rey Alfonso VI se diluyeron, se levantó el castigo y comenzó una cierta colaboración.
Las fronteras castellanas estaban siendo atacada cada año por los poderosos ejércitos almorávides, ahora al mando del muy capaz emir y general Ben Tasufín. Su obsesión era recuperar Toledo, algo que a la postre no llegó a culminar por la tenaz resistencia del capitán general de aquellas fronteras y princeps y alcaide toledano Minaya Álvar Fáñez, primo hermano, o más bien hermanastro de Rodrigo. Minaya es «mi-anai», mi hermano en vascuence y, por tanto, era tío de Diego, no pudo conseguir.

La Batalla de Sagrajas en una ilustración de Alfredo Roque Gameiro (1899)
Pero los almorávides –excepto en los ataques contra Rodrigo en Valencia, donde este siempre los derrotó– triunfaron en reiteradas batallas contra los castellanos: Sagrajas primero, Consuegra después y finalmente la gran matanza de Uclés. Fue en Consuegra, en agosto de 1097, al cumplir o cumplidos ya los 22 años, cuando Diego pereció. Una muerte heroica y una espina más en el costado de su padre, pues fue el peor enemigo de este el conde García Ordóñez a quien se achacó la responsabilidad en ella al no haber protegido, como hubiera debido, el flanco de la mesnada cidiana, que en aquel infausto día Rodrigo había dejado al mando de su hijo, quedando él guardando Valencia.
Las curtidas tropas de Rodrigo habían acudido con Diego en cabeza a ayudar al rey Alfonso para interceptar a los musulmanes en las proximidades de Consuegra, cuyo poderoso castillo les ofrecía además protección si las cosas venían mal dadas como así sucedió.

Castillo de Consuegra, Bien de Interés Cultural
El emir almorávide Tasufín envió por delante hacia Toledo a su general Muhammad ben al-Hach. En apoyo de Alfonso llegó la poderosa caballería de Álvar Fáñez, donde formaban los temibles «pardos» que antes de llegar habían sufrido ya una emboscada en las cercanías de Cuenca que les causó bastantes bajas. Para gran alegría del rey cristiano, Diego Rodríguez también llegó prestamente a la cita y la llegada de tan reconocidas tropas aumentó la su confianza en la victoria.
La noche anterior, ya todos en el campamento del castillo, el veterano Fáñez reiteró una y otra vez, a los capitanes presentes y en particular al conde García Ordóñez que iba a combatir pegado al joven, que cuidara de flanquearlo y que se ayudaran mutuamente en aquella ala para no consentir que los disgregaran y envolvieran.
Para el orden de batalla, Alfonso colocó a su lado a Álvar Fáñez y a su más leal y viejo amigo, el conde Pero Ansúrez, fundador de Valladolid, quien le había acompañado a su exilio toledano tras su derrota a manos de su hermano Sancho II.

Una escena de la vida del Cid, según una colección de cromos de la fábrica de Chocolates Torrent de Bañolas
En otro costado, en el lugar más expuesto, se desplegó la mesnada cidiana, las más aguerridas y experimentadas tropas cidianas y, con orden expresa de flanquearlas y aguantar ante cualquier contingencia, las tropas mandadas por el conde Ordóñez.
García Ordóñez era declarado enemigo del Cid desde que éste, estando cobrando las parias en Sevilla al rey Almutamid, fue atacado por el otro que las estaba cobrando al de Granada, Abdalá. Grave error: Ordóñez acabó derrotado, preso y Rodrigo le mesó la barba. Un agravio que por más que luego generosamente lo liberó, el magnate no perdonaría jamás. No faltan, pues que con tales antecedentes, lo que sucedió en Consuegra no tuviera que ver con una miserable venganza en el hijo al no poder cobrársela en el padre. Desde luego Fáñez no dudó en reprochárselo amargamente.
La infantería cristiana marchó, de inicio contra la almorávide, apoyada por los contingentes de caballería. Consiguieron romper los haces almohades, pero en un momento su impulso se detuvo y entonces las reservas de jinetes de Tasufín los envolvieron. Alfonso ordenó la retirada organizada hacia el castillo. Por el lado izquierdo, el rey con Fáñez y Ansúrez, apoyándose los unos en los otros. Lo hicieron sin demasiadas bajas y en orden. Pero en el otro flanco, el derecho, Ordóñez, sin atender a la situación de Diego y su mesnada, se dio a la fuga buscando tan solo el salvarse él. Diego Rodríguez, y sus hombres y cercados por todas las tropas almorávides, lucharon hasta la extenuación, pero a la postre las masas enemigas vencieron la resistencia y acabaron dándole muerte junto a los más fieles que aguantaron con él hasta el final.
Los supervivientes se refugiaron al lado de Alfonso VI primero en la ciudad y viendo que era indefendible, se retiraron como último recurso al castillo. Tasufín, sabiendo al rey dentro, le puso cerco e intento su asalto para cogerlo prisionero.

La conquista de Valencia en 1094 fue la empresa militar de mayor envergadura que acometió Rodrigo Díaz
Ocho días duró el sitio y los asaltos. Sin agua y apenas sin comida, los supervivientes se defendieron con tal desesperación que consiguieron rechazar las acometidas una y otra vez y preservar el poderoso bastión en lo alto del cerro. Las bajas almorávides fueron tan cuantiosas y comprobado el emir que no conseguían abrir brecha y temiendo además que aparecieran refuerzos, decidió curarse en salud y conformase con el triunfo obtenido y ordenó retornar hacia Al-Ándalus, donde a su llegada se celebró un gran triunfo.
En el campo cristiano, tras el alivio, por haber logrado escapar del cepo musulmán, todo era tristeza y rabia en el caso de Fáñez, que no se guardó de acusar al Ordóñez de haber sido causante de la muerte del hijo de su pariente y amigo. En Valencia, al llegar la mala nueva, la desolación se apoderó del Cid, pues perdía su único hijo varón, su heredero, en plena flor de su juventud, y el final de sus sueños de crear un linaje que continuara en los tiempos.
Para Rodrigo fue sin duda el golpe más demoledor de toda su vida. Años después, y muerto Rodrigo, lo mismo le sucedería al rey Alfonso, que vería morir tras la derrota de Uclés, a su, también único hijo varón, el Infante Sancho, al que esta vez García Ordóñez sí protegió dando su vida por él junto a los muros de Belinchón, quedado la corona sin heredero. Sería la hija mayor, doña Urraca quien subiría al trono después.
En Vivar, en sus jornadas cidianas, la imagen de Diego está siempre muy presente y goza de gran protagonismo. En Burgos, en el puente sobre el Arlanzón hay una estatua en su honor junto a Minaya y otros de los más reconocidos guerreros que cabalgaron con Rodrigo y desde el año 1997 los habitantes de Consuegra llevaban a cabo cada 15 de agosto una muy lucida y cuidada representación de la batalla.