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Emilio Blanco Izaga

Emilio Blanco IzagaReal Academia de la Historia

Emilio Blanco Izaga: el militar que desveló los secretos de Marruecos

Izaga fue uno de esos hombres que, desde el trabajo solitario y constante, con la humildad del sabio verdadero, abrió una ventana al conocimiento de Marruecos de hace un siglo

La administración española del protectorado en Marruecos tenía un primer escalón que era la base de la pirámide de autoridad y, a la vez, la que tenía un contacto continuo y directo con la población local. Se trataba de las oficinas de Intervención, diseminadas por el territorio, con una demarcación generalmente coincidente con la cabila, y a cuyo mando estaba un oficial.

Era la autoridad de policía, civil, con algunas competencias en la resolución de conflictos. Se encargaba de la seguridad, la información, la enseñanza o la sanidad. Alrededor de estas oficinas, muchas veces instaladas en los sitios destinados a zoco semanal cabileño, surgió una vida sedentaria que dio lugar a algunas de las poblaciones que aún existen.

Los interventores eran seleccionados entre aspirantes y se les daba una formación específica de conocimientos del país. La exigencia fundamental era poseer el árabe y sus formas dialectales. Esto hizo que fueran una élite dentro de la administración colonial. Y, aunque no todos ejercieron su labor con la probidad exigible, entre los interventores encontramos ejemplos de personas que se involucraron en la misión, tuvieron ese contacto directo con la población que les daba el conocimiento político de la situación y dejaron algunos escritos notables.

Uno de estos militares nos sirve de ejemplo y es oportuno recordarlo. Se trata de Emilio Blanco Izaga. Veterano de la campaña de 1909-13 y medalla militar individual concedida en 1915, en 1927 estaba destinado en las Intervenciones Militares en Tetuán y dos años después en el Rif. Vente pasó en Gomara, Senhaya, Beni Aammart, Bokoia y Beni Urriaguel. Acabó siendo delegado de Asunto Indígenas en la Alta Comisaría. Casi toda su vida activa la pasó en Marruecos, salvo unos meses en que estuvo destinado como secretario general del Gobierno de los Territorios Españoles del Golfo de Guinea. Falleció en Ceuta en 1949.

Podría pensarse que en 1929, con la guerra del Rif recién terminada, sin comunicaciones, sin diversiones mundanas, el ser destinado a un rincón aislado de las montañas norteafricanas era poco menos que un destierro que había que pasar para ahorrar de un sueldo más elevado en destinos donde no se podía gastar. Pero Emilio Blanco no lo vio así.

Sufrió un proceso de inmersión en la vida local que lo llevó al estudio y a la comprensión de lo que le rodeaba. Cuando la situación social estaba más calmada y ya no tenía que desarmar cabilas ni perseguir a los últimos resistentes, instalado en Axdir, cerca de Alhucemas, Blanco comenzó a redactar sus escritos sobre el Rif. Era, además un excelente dibujante, lo que le permitió acompañar los estudios con ilustraciones y diseñar lugares tan fantásticos como el arbaa de Taurit, que sirvió de oficina y vivienda en la que, en el último piso de la torre, tenía su habitación y al amor de la lumbre de la chimenea –era un lugar de inviernos fríos, leía a sus autores favoritos. No improvisaba, no se quedaba en lo superficial.

«La intrincada faceta con que formalmente presenta sus investigaciones es un exponente de su concienzuda forma de trabajar», escribe Vicente Moga Romero en El Rif de Emilio Blanco Izaga (Melilla, 2009), la mejor obra dedicada al personaje. Su obra no es abundante, parte quedó inédita en forma de apuntes, informes o notas. Algunos artículos y conferencias y dos libros fundamentales.

El primer es La vivienda rifeña (Ceuta, 1930). Se trata de un opúsculo breve pero de sumo interés. Trata de sistematizar los distintos tipos de viviendas rifeñas que él había ido conociendo, sus técnicas de construcción, sus usos. La manera de distribución social y familiar en torno a las habitaciones de los aduares y el campo. Este trabajo estaba acompañado de un amplio complemento gráfico con dibujos a lápiz y tinta del propio autor, en los que dejaba plasmados los diferentes tipos descritos.

Un dibujo realizado por Emilio Blanco en La vivienda rifeña

Un dibujo realizado por Emilio Blanco en La vivienda rifeñaInternet Archive

El segundo es El Rif (2ª parte. La Ley rifeña. Los cánones rifeños comentados (Ceuta, 1939). Una obra más trabajada, más original y de mayor trascendencia que, por el olvido en que cayeron los temas marroquíes durante mucho tiempo, pasó desapercibida y olvidada. Fue el antropólogo norteamericano David Montgomery Hart el que recuperó el trabajo de Blanco Izaga y le dedicó un amplio estudio en inglés en 1975, traducido y publicado en español en 1995 en Melilla en edición de Moga Romero y Bravo Nieto.

Los cánones rifeños fue un intento de codificar el derecho consuetudinario bereber ajeno a la sharía. Una manera de establecer presupuestos tipos, señalar el modo de solución e imponer multas. Fue, por tanto, una manera de evolucionar en el derecho local, limitando la venganza (leff) y asumiendo que la autoridad de los jefes de tribu y la yemáa eran fuente de derecho.

El fijar por escrito los cánones para que sirvieran para los casos siguientes que pudieran subsumirse al tipo, hace que sea también una superación del derecho consuetudinario para convertirse en ley (precedente) escrita. Blanco tuvo acceso a los documentos donde esos cánones estaban escritos, los compiló, tradujo y comentó. Su trabajo fue excepcional por varias razones. Fue una aproximación seria a la vida rifeña desde la antropología, una disciplina poco común en la España de entonces. Contribuyó, con sus comentarios, al conocimiento de estos instrumentos. Y facilitó la posibilidad de acceso para los funcionarios españoles y los interesados en el país.

Emili Blanco Izaga fue uno de esos hombres que, desde el trabajo solitario y constante, con la humildad del sabio verdadero, abrió una ventana al conocimiento de Marruecos de hace un siglo.

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