El dictador que desvela al mundo
El nuevo zar: todo sobre el inquietante Vladimir Putin
El líder ruso ha sido acusado de nepotismo, corrupción y homicidios. Suele andar con los puños cerrados y levantar el dedo índice cuando habla
Última hora de la guerra en Ucrania
Zelenski, el comediante judío al que Putin acusa de nazi
Crónica de una invasión anunciada que nadie quiso ver
El origen de Vladimir Putin (69 años) se hunde en la fábula. Unos le imaginan descendiendo del mítico Rasputín cuya familia redujo el apellido cuando llegaron los bolcheviques al poder en 1917. Otros, mejor informados, mencionan una leyenda ortodoxa sobre doce profetas que salvarán a Rusia. El pope Mijail, padre el actual patriarca ortodoxo ruso, reconoció a uno de ellos en el bebé nacido el 7 de octubre, día del aniversario de la Batalla de Lepanto, de 1952 y le bautizaron en la Catedral de la Transfiguración de San Petersburgo: «Mi madre me bautizó a escondidas de mi padre que era miembro del Partido Comunista».
Lo cierto es que Putin, para celebrar el bautismo de Jesucristo que los ortodoxos rusos fijan en la noche del 18 al 19 de enero, se sumerge en agua helada ante las cámaras. No es una tradición centenaria pero sí una ocasión de mostrar voluntad y poder. También es un hecho comprobado que cuando Putin tiene que tomar decisiones trascendentes, hasta el año 2010, el presidente ruso acudía a un monasterio milagroso que está en el centro del lago Ladoga, en Carelia, para meditar y recibir consejo de los popes.
Rumorología: obsesión con su ADN
Corren en los mentideros chismes sobre la afición de la élite rusa al chamanismo y a la magia. Nada extraño si recordamos que la Sra. Reagan acudió a su vidente para ver cuáles eran las mejores fechas para las entrevistas de su presidencial marido con Gorbachov. También hay cuchicheos sobre la salud del líder ruso, rumorean que recogen sus deposiciones en sus salidas al extranjero para evitar análisis sobre la medicación que toma. El presidente francés se negó a hacerse una prueba de PCR requerida por los rusos para poder acercarse a Putin, tampoco deja su ADN por ahí.
Del KGB al Kremlin
La historia inequívoca es que Putin se licenció en Derecho en Leningrado. Allí fue reclutado por el servicio de inteligencia soviético, el KGB, formando parte de su primer directorio y siendo destinado a la República Democrática Alemana tras varios cursos de formación como agente. Putin había solicitado el ingreso a los 15 años pero el KGB le hizo acabar sus estudios de Derecho en la Universidad de San Petesburgo primero.
A la caída del Muro de Berlín, en Dresde las multitudes asaltaron la sede de la Stasi, la policía política, y luego fueron a la del KGB, donde estaba el mayor Putin y cuatro guardias armados. Putin bajó las escaleras, sacó su pistola y les dijo a los manifestantes que tenía diez balas y las emplearía en defender la soberanía soviética del edificio guardándose una para él. Volvió a entrar en el inmueble indemne y los indignados pasaron de largo.
Regresó a Leningrado, donde fue vicealcalde. Fue acusado por Marina Salié de firmar contratos con empresas extranjeras para la exportación de materias primas a cambio de alimentos, donde se evaporaron casi 70 millones de dólares. Salié publicó un manifiesto anti Putin en 2000, estuvo diez años exiliada en el noroeste de Rusia.
Putin en 1996 se trasladó a Moscú con el presidente Borís Yeltsin, aunque Putin es abstemio. Dos años después era director del Servicio Federal de Seguridad, el nuevo nombre del KGB. Centrada en las reformas del libre mercado, Rusia perdió su actitud imperial y comenzó a desintegrarse con las guerras de Chechenia y del norte del Cáucaso. En agosto de 1998 el premier Putin dirigió la segunda guerra chechena, aplastando la rebelión por la independencia que habría acabado con la federación.
Al dimitir Yeltsin en la Nochevieja de 1999, Putin se convirtió en presidente interino. A partir de entonces, ganó todas las elecciones, alternando los cargos de presidente y primer ministro. Fue cuando calificó al comunismo como «un callejón sin salida, lejos de la corriente principal de la civilización». Entonces se magnifica la figura de Vladimir Putin que busca restaurar la potencia eurasiática, reforzando, con mano de hierro, la integridad y la soberanía de Rusia.
Después del secuestro yihadista de Beslan, en 2004, Putin suprimió la elección por sufragio universal de los gobernadores de los siete grandes distritos federales creadas cuatro años antes.
En sus primeros mandatos, su gobierno retomó el control estatal de los sectores económicos estratégicos, incluidos los hidrocarburos. Redujo el gasto social e introdujo un sistema fiscal favorable para las empresas y las rentas altas. Las protestas fueron muchas e intensas.
Rusia
La Federación Rusa es hoy el país más grande del mundo. No es un Estado-nación sino multicultural con más de un centenar de nacionalidades, incluyendo a más de 20 millones de musulmanes. El propio Putin decía en 2003: «Rusia, como país eurasiático, es un ejemplo único donde el diálogo de culturas y civilizaciones se ha convertido prácticamente en una tradición de la vida del Estado y de la sociedad». La actual federación conserva las características multiétnicas de toda construcción imperial tradicional, como importantes minorías religiosas. Es el resto de un imperio donde se combina un fuerte centralismo estratégico con una organización político-administrativa regional flexible.
Ideología
Aleksandr Duguin es el teórico del eurasianismo, una voz que escucha el Kremlin. Dice sobre el dirigente ruso: «Putin es un patriota pragmático; en absoluto es un intelectual y pienso incluso que su cultura es fragmentaria (…) él tiene una simpatía natural por ciertas ideas conservadoras. Putin no es un ideólogo. Es un hombre que se adapta a las circunstancias. A partir del momento en que él defiende a Rusia como entidad independiente y soberana, entonces se apoya automáticamente en valores que contradicen los de los medios mundialistas (individualismo, teoría de género, deconstrucción de los Estados, destrucción de la familia, inmigración masiva, etc.)». Efectivamente, el inquilino del Kremlin hace una defensa pública de la familia tradicional y de la identidad cultural rusa, es crítico con el materialismo y el racionalismo. En una ocasión dijo: «Quién no eche de menos a la Unión Soviética no tiene corazón y quien quiera que vuelva, no tiene cerebro.» Normal, dado que su abuelo Spiridon Putin fue cocinero de Lenin y de Stalin.
Alain de Benoist, el pensador francés, escribe que Putin es uno de esos raros jefes de Estado provistos de una sólida cultura intelectual. Ha efectuado comentarios sobre Leibniz, Solzhenitsyn e Ivan Ilyin, un hegeliano conservador que fue expulsado por Lenin en 1922.
El filósofo Duguin dice de Putin: «Su poder no es un poder totalitario ejercido desde lo alto, sino una especie de poder monárquico autoritario que responde a una demanda que viene desde abajo».
El patriotismo es un valor en alza en Rusia, ampliamente basado en la victoria de 1945 sobre el III Reich. Exalta, a la par, al zarismo y al estalinismo, como lo atestigua la célebre Carta al camarada Stalin publicada en julio de 2012 por Zajar Prilepine.
Putin está lejos de ser un pensador, es un deportista, practica la lucha rusa y el judo, esquía y juega al tenis y a hockey sobre hielo. Cultiva una imagen combativa: baños en agua helada, fotos montando a un oso, pescando con el torso desnudo, luchando en un tatami, disparando un arma… Habla ruso, alemán e inglés. Sabe pulsar el patriotismo ruso y dar la imagen del superhombre de acción que muchos rusos adoran. Estuvo casado con Liudmila Shkrébneva, que estudiaba filología española y con la que tuvo dos hijas, María y Yekaterina.
Vladimir Putin no es el único en encarnar una mezcla de antiliberalismo político y conservadurismo orgánico en Rusia. La diferencia es que él es un zar, mientras que los demás no son nada. La oposición ultra a Putin está representada por los comunistas de Ziouganov y por escritores como Zajar Prilepine o Sergueï Chargounov, de los grupos «La Otra Rusia» o «Estrategia 31», que se definen como nacional-bolcheviques o revolucionario-conservadores, reclamando una nueva forma de «socialismo ruso». Los actuales nacional-bolcheviques no son los idealistas de los años 90, son oportunistas que siguieron a Limonov. El no-conformismo es una forma de promocionarse entre los nacionalistas de Novorrussia.
Economía
En el plano económico, Rusia va superando la nefasta política elaborada por Igor Gaidar en la época de Boris Eltsin. Putin apuesta hoy por el grupo Stolypin representado por Serguei Glazyev y Boris Titov, más próximos a las ideas del alemán Friedrich List que a las del escocés Adam Smith. En economía, Putin es liberal en el sentido mercantil del término. Los ministros clave del gobierno Medvedev eran, además, liberales convencidos. Putin abraza la economía de mercado, pero impone un control estatal del comercio exterior y de los recursos naturales.
Sin embargo, el PIB ruso de es 1,483 miles de millones de dólares, con el doble de población que Italia, cuyo PIB es de 1,886 miles de millones, en cifras de 2020. Una potencia militar pero no económica, a pesar de los enormes recursos que duermen en Siberia, dicen.
Con una población de 149 millones de personas que decrece por el invierno demográfico y la emigración al exterior, un tercio de los trabajadores rusos están en el sector público. Tienen un sueldo equivalente de 450 euros con unos precios ligeramente más bajos que en España. El rublo ha pasado de un cambio de 80 rublos por euro a otro de cien por euro en pocos días.
Acusaciones
Han sido muchas y variadas. El líder ruso ha sido acusado de nepotismo, corrupción y homicidios. El caso más notorio fue el de la periodista Anna Politkóvskaya, autora de libros como La Rusia de Putin o El infierno de Chechenia. Fue asesinada el día del cumpleaños de Putin de 2006 en Moscú. Otro caso con repercusión fue, en 2007, el de Aleksandr Litvinenko, agente secreto ruso, hostil a Putin, envenenado con polonio-210 en Londres. En 2018, Inglaterra expulsó a 23 diplomáticos rusos acusando a Moscú del asesinato del exespía ruso Serguéi Skripal y su hija con un agente nervioso. Otros enemigos de Putin, más afortunados, han acabado en las prisiones rusas y en el exilio de fuera y en el interior.
Bajo la autoridad de Putin se han multiplicado las injerencias digitales, utilizando un auténtico ejército de hackers. Inglaterra, Holanda, Estados Unidos y España han acusado a Moscú de interferir y atacar estructuras informáticas de sus países.
Mijail Jodorkovsky, un oligarca ruso, que alguna vez se consideró la persona más rica del país, fue encarcelado en 2003 por los cargos de fraude y evasión de impuestos meses después de acusar al presidente ruso por corrupción estatal.
De forma casi anecdótica, utiliza las fobias de su interlocutor. Durante sus entrevistas con la canciller Angela Merkel, que padece cinofobia, hacía que su perro labrador entrara por sorpresa.
En abril de 2019 firmó una ley sobre noticias falsas castigando la «difusión, a sabiendas, de información falsa sobre circunstancias que supusieran una amenaza para la vida y la seguridad de la ciudadanía y/o sobre las acciones del gobierno para proteger a la población». Una vuelta de tuerca a la censura. Un tribunal de Moscú impuso a Google una multa de 1,5 millones de rublos, primero, y de 3 millones de rublos, después, porque en su motor de búsqueda aparecía contenido prohibido por las autoridades rusas.
Muy pocas de las 3.000 emisoras de televisión rusas cubren noticias políticas y, si lo hacen, son controladas por el Kremlin.
También le echaron en cara a Putin su amistad con el anterior presidente de EE.UU. Donald Trump, quien ha calificado de «genial» su decisión de reconocer la independencia de las dos provincias del Donbás, en Ucrania oriental: «Aquí tenemos a un tipo que es muy listo. Le conozco muy bien. Yo sabía que siempre había querido Ucrania. Solía hablar con él de ello. Le dije: 'no puedes hacerlo, no lo vas a hacer', pero veía que lo quería. (...) Solíamos hablar de ello en profundidad».
Sin embargo, en 2007, en el discurso de Múnich, Putin acusó directamente a Estados Unidos por construir un mundo unipolar, criticó el acercamiento de la OTAN hacia las fronteras de Rusia y llamó a la paciencia en la cuestión del programa nuclear iraní: «Estados Unidos trata de imponer sus reglas y su voluntad a otros países, pero el modelo unipolar es imposible y totalmente inaceptable en el mundo moderno». Estas palabras le abrieron las puertas de China.
En todo caso, bajo el mandato de Putin, Rusia ha participado en cuatro guerras: Crimea, Georgia, Siria y Ucrania.
El hombre poderoso
La doctora Alesia Slizhava, profesora universitaria, define a Putin como «un buen táctico, sin invertir muchos recursos y le gusta jugar al ajedrez». El crítico de la globalización Alain de Benoist le ve como «un enigma. Demonizado por unos como un nuevo zar o un eterno agente del KGB, adulado por otros como el restaurador de la Rusia tradicional, se ha convertido, particularmente desde sus últimas reelecciones, en el «gran Satán» de los norteamericanos y de sus extensiones occidentales».
Putin es un jefe de Estado realista. Suele andar con los puños cerrados y levantar el dedo índice cuando habla. Un carácter frío, autoritario y de gran autocontrol. Sus dos hermanos murieron siendo niños y se creció en un pequeño apartamento en las peligrosas calles de Leningrado.
El editor del Servicio Ruso de la BBC, Famil Ismailov, recuerda que «Putin tomó control de los medios de comunicación pocos meses después de asumir el poder». Marginó así a críticos como el magnate de la prensa Vladimir Gusinsky; dulcificó la información sobre la guerra en Chechenia, multiplicó su popularidad proyectando una imagen grandiosa de Rusia y de él mismo y señaló a los «enemigos del Estado».
Putin se considera llamado a restaurar la grandeza rusa, por eso sus frecuentes referencias al poder soviético. El principio de la soberanía nacional de las repúblicas que componen la Federación Rusa amenaza con transformarla paulatinamente en una simple confederación de Estados nacionales independientes. A eso se opone el hombre del Kremlin. No cuestiona las delegaciones de poder en las autoridades regionales y municipales, al tratarse de niveles diferentes pero mantiene un mando fuertemente enérgico en el poder central. El federalismo no puede funcionar adecuadamente si impugnan la unidad estratégica del país.
Putin podría tener un patrimonio neto valorado en 70.000 millones de dólares, según estima el portal Celebrity Net Worth. Otras fuentes sitúan su fortuna en los 200.000 millones de dólares, según Forbes, citando al administrador de fondos Bill Browder. Los presuntos orígenes de ese dinero serían la extorsión a los oligarcas rusos y la corrupción. En todo caso, la pasión de Putin no es el dinero, sino el poder.
El profesor Samuel Greene, director del Instituto de Rusia del King's College de Londres, declaró a BBC Mundo que la democracia controlada que practica ha permitido a Putin reducir la disidencia.
Oriente islámico
En Oriente Próximo, Putin se implicó claramente en Siria. Consolidó el eje Moscú-Damasco-Teherán y trabaja para mantener buenas relaciones con Turquía, una potencia regional celosa de su soberanía nacional que optó estratégicamente por la OTAN frente a la amenaza que representaba Stalin.
Hoy, los intelectuales de Erdogan señalan que el principal desafío estratégico para Turquía no es Rusia, sino los Estados Unidos. Así piensan de los kemalistas, que antaño se opusieron a Erdogan. Esto ha permitido evitar una guerra entre Rusia y Turquía, a pesar de que ambos combatieron en lados distintos en la guerra de Siria, y también ha favorecido el acercamiento con Teherán y Damasco. Rusia hace encaje de bolillos reorganizando una arquitectura estratégica de Eurasia por medio de la creación de múltiples vínculos.
Ucrania y la UE
En Ucrania, Rusia apuesta por un peligroso juego cuando ha tenido la seguridad de que Occidente no iría a una guerra caliente. Calcularon que Washington no se comprometería en una escalada extrema. Es similar a la intervención en Georgia, en 2008, de la que nacieron nuevas repúblicas sólo reconocidas por Moscú, como Osetia del Sur y Abjasia. Lo cuenta con rigor el periodista polaco Wojciech Jagielski.
Las operaciones de Rusia en Ucrania, según el profesor Roy Allison, de la Universidad de Oxford, son ejemplos de «guerra no lineal», desorientan a Occidente en acciones que son, en realidad, agresiones. Así apuntala su poderío militar que no es superior al de la OTAN más que en voluntad mientras el mundo trata de adivinar qué va a hacer Moscú. Putin ha dicho que «me han enseñado que cuando el altercado es inevitable, hay que golpear el primero».
Pese a ello, está culturalmente más cerca de los europeos que de los chinos pero no pudo ser un poderoso socio de una Europa independiente en el contexto de un mundo multipolar, porque la UE está comprometida con el atlantismo anglosajón.
Las sanciones adoptadas por los europeos después de la anexión de Crimea a la Federación Rusa en 2014 convencieron a Putin de que una Europa independiente de Estados Unidos no es un escenario próximo ni la guerra con ella tampoco. Putin opta por buscar socios fuera de Europa, en China e Irán, por ejemplo, los ha encontrado aunque no es un trayecto de largo recorrido. Como consecuencia, Moscú acentuó su aproximación con China y dado cada vez más importancia a la Organización de Cooperación de Shanghái fundada en 2001. La cuestión ahora es que China tome nota y trate de repetir la jugada con Taiwán, siguiendo el ejemplo ruso, aunque el AUKUS no es la OTAN.
Los ideólogos de Putin entienden que el conflicto de Ucrania es otro capítulo del conflicto entre la potencia del Mar, la talasocracia anglosajona, y la potencia de la Tierra, la fortaleza telúrica eurasiática, resucitando al geopolítico Halford John Mackinder y su teoría del corazón continental: «Quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la Isla-Mundial; quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo». Y Putin así lo cree.
En 2024, Putin habrá gobernado Rusia más tiempo que Stalin.