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Soldados ucranianos en la línea de contacto del DonbásAFP

Guerra Rusia - Ucrania  El nuevo telón de acero que fabrica Vladimir Putin

Hoy estamos más allá de una nueva Guerra Fría y tendremos un mundo dividido por la hegemonía de tres bloques: China, Rusia y Estados Unidos. ¿Europa?, ¿dónde está? Esta es la cuestión.

El 24 de febrero de 2022 pasará a los libros de historia como el fin de un período de treinta años de expansión de un orden democrático liberal en Occidente. Ahora el continente europeo está partido por una nueva «cortina de hierro» o «telón de acero», que diría Winston Churchill, se ha abatido sobre nuestro continente separando un área occidental, con la OTAN y la UE, por un lado, y la Federación Rusa y su área de influencia, por otro, incorporando la totalidad de Ucrania a su dominio.

Poca esperanza podemos ya tener de que la ofensiva rusa se detendrá a mitad de camino. Putin cuenta con el beneplácito de China, como Hitler contó la anuencia de Stalin, tras el pacto «Molotov – Ribbentrop». De hecho, el Ministerio de Relaciones Exteriores de China aun no se ha pronunciado y su portavoz Hua Chunying solo ha dicho: «Todavía estamos esperando más información» sola ha hablado de «supuesto ataque». Eso sí, la portavoz Hua Chunying condenó el miércoles las sanciones occidentales contra Rusia como ineficaces y confirmó que China continuaría comerciando con Rusia, lo que incluye los suministros de petróleo y gas. No olvidemos que China tiene también su Ucrania en el punto de mira para una próxima invasión y es Taiwán.

Matanza de Sebrenica

El episodio de julio de 1995, en Sebrenica, forma parte de esa historia negra. Un batallón holandés de la Fuerza de Protección de las Naciones Unidas, en Bosnia Herzegovina, temiéndose lo peor, solicitó el apoyo aéreo de la OTAN cuando el ejército serbobosnio estaba encima y temía por la población civil.

Este apoyo aéreo no llegó porque los serbios amenazaron a las Naciones Unidas con una escalada mayor. El resultado fue terrorífico: una matanza de 8.000 civiles e innumerables mujeres y niñas fueron violadas. El batallón holandés presenció todo aquello sin poder hacer nada.

Putin ha entretejido elementos similares a los de aquellos serbios y ha difundido el mito de un genocidio en curso contra la población rusa para justificar, una vez consumada la invasión, una fuerte represión sobre la población que ha definido ya como «desnazificación».

La Ucrania anterior a 2014 era un país corrupto que pasó de ser un régimen autocrático, el de Víctor Yanukovich, a un estado de derecho fruto de lo que se denominó «la revolución de la dignidad». Yanukovich tuvo que huir y logró salir de Kiev con los bolsillos repletos de dinero (miles de millones) gracias a la ayuda de las fuerzas especiales rusas. Este cambio político provocó que Rusia ocupase Crimea casi de forma inmediata a estos acontecimientos con una política de «hechos consumados» que ya había aplicado antes en Georgia, en el año 2008.

El patrón de Moscú

Pero esta política exterior del Kremlin viene de largo. La clave de esta política consiste en que «los conflictos no resueltos solo pueden resolverse en términos de Moscú», recordemos en este sentido el Memorándum de Moscú de 1997, más tarde, ligeramente suavizado en el Memorándum de Kosak que regía las relaciones entre Moldavia y Transnistria y que obligó a la República Federal moldava a quedar constreñida por unas unidades territoriales controladas por Moscú.

El problema de Transnistria viene de 1990 cuando esta región se separó de Moldavia, iniciando una guerra en la que los independentistas recibieron apoyo directo de Rusia. También en 1990 a través de las regiones de Abjasia y Osetia del Sur que declararon su independencia de Georgia se desencadenó una violenta guerra que concluyó, como ahora, con una invasión de Rusia en 2008, una solución que, hoy, solo ha recibido el reconocimiento internacional de Venezuela, Nicaragua, Siria y en Oceanía: Nauru, Vanauto y Tavalu (como se ve todas ellas naciones o poco democráticas o insignificantes).

Si seguimos repasando, en 1991, encontramos el conflicto de Nagorno – Karabajuna, una zona perteneciente a Azerbayán y de mayoría armenia, que se proclamó república independiente y con el apoyo de Rusia acabó integrándose en Armenia. Esto condujo a una segunda guerra del Alto Karabaj entre las fuerzas armadas de Azerbaiyán contra Armenia y la República de Artsaj, en esta región del Alto Karabaj hasta noviembre de 2020 en que se alcanzó un acuerdo patrocinado por Rusia.

Más cerca tenemos la invasión de Crimea que una vez ocupada y tras referéndum se integró como nueva república de la Federación Rusa. Ahora ha sido el Donbass que desde 2014, también y bajo el mismo sistema de propiciar repúblicas populares, las de Donest y Luhansk, han vehiculado la actual invasión. Incluso no son descabelladas las injerencias rusas, de apoyo a los separatistas catalanes, en el intento de sedición de 2017 y hay pruebas policiales de la solicitud por los independentistas de ayuda a Rusia. Como vemos la política exterior del Kremlin es especialista en formar este tipo de repúblicas independientes.

El elenco de intervenciones de esta política exterior rusa nos muestra siempre un mismo patrón, generar pequeñas repúblicas populares que terminan descomponiendo una nación más grande lo que obliga a una intervención de Rusia, sea política o militar lo que favorece la expansión de su hegemonía. Al fondo estamos ante una nueva forma de sovietización.

Es, por tanto, lógico y normal que el gobierno ucraniano, asociado a la Unión Europea, haya buscado con denuedo ser acogido en la OTAN. Los europeos debemos tomar conciencia que la insistencia de Moscú en establecer un nuevo orden europeo nace de un sentimiento de verse privado de unos derechos que considera naturales y que comprenden un espacio vital equivalente al de la antigua Unión Soviética.

Hoy ha dado un gran paso, pero si Moscú se impone no se quedará ahí.