Elecciones Francia 2022 La bajada a los infiernos de la derecha francesa
La incapacidad de reformar tras diez años en el poder, las rivalidades cainitas y la perdida de empatía con sus votantes han desembocado en su irrelevancia
La bajada a los infiernos de la derecha francesa empezó, paradójicamente, cuando obtuvo su victoria más aplastante: el 6 de mayo de 2002, Jacques Chirac era reelegido presidente de la República con el 82 % por ciento de los votos frente a los 17 % cosechados por Jean-Marie Le Pen. El régimen instaurado por el general De Gaulle en 1958 había sufrido su primera gran sacudida y la práctica totalidad de partidos, intelectuales y medios de comunicación pidieran el voto para el saliente. Más por la necesidad de evitar un cataclismo que por convicción o ganas.
De ahí la responsabilidad que incumbía al vencedor y jefe de la derecha para impulsar unas reformas de gran calado. Entre otros motivos porque ya afloraban las causas que han facilitado el arraigo del populismo y que hoy perduran: paro masivo que no bajaba significativamente, declive industrial, desconexión entre gobernantes y gobernados sin olvidar, claro está, una inmigración mal controlada.
En un primer momento, el jefe del Estado pareció entender el mensaje y nombró a un primer ministro, Jean-Pierre Raffarin, senador, presidente de la región Poitou-Charentes, y símbolo de las provincias frente a cierto elitismo parisino. Siguiendo esa senda, Raffarin indicó que su Gobierno sería el de la «Francia de abajo». En paralelo, Chirac logró congregar a todas las fuerzas del centro derecha –gaullistas, conservadores, liberales y gran parte de los centristas– bajo una misma bandera, que fue llamada Unión por un Movimiento Popular (Ump por sus siglas).
Estos inicios prometedores fueron plasmados en una rebaja del Impuesto sobre la Renta, en un ambicioso plan de lucha contra la delincuencia –patrocinado por el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy– y en la oposición de Chirac a la Guerra de Irak, que le dio protagonismo internacional. Sin embargo, el presidente, ante las primeras dificultades –la reforma de las pensiones salió adelante tras un duro enfrentamiento social– volvió a mostrarse reticente a reformar seriamente. La sanción llegó en 2004 mediante dos severas derrotas de la Ump en las elecciones regionales, en marzo, y europeas, en junio. Pero no se dio por aludido y siguió gobernando sin otra ambición que asegurarse un mandato tranquilo.
Terminaría ocurriendo todo lo contrario: en 2005, un 56 % de los votantes rechazó el proyecto de Constitución Europea. Pero la magnitud del revés y la división –no era reciente, pero se ensanchaba– de la Ump entre su ala eurófila y la euroescéptica merecieron únicamente un cambio de primer ministro: Dominique de Villepin, integrante del primer círculo chiraquiano, sucedió a Raffarin y su temperamento más apasionado y vehemente dejaron entrever la posibilidad de iniciativas algo más atrevidas.
Pero no: salvo un intento de agilizar la contratación juvenil -Chirac volvió a ordenar arredrarse ante la presión callejera-, el inquilino del Palacio de Matignon –sede del Gobierno– dedicaba el grueso de su energía a desestabilizar a Nicolas Sarkozy, estrella montante de la derecha gala.
Una derecha gala que disponía, sin embargo, de una doble baza. En primer lugar, el Partido Socialista (Ps) no terminaba de recuperarse a nivel nacional pese a sus éxitos locales. Por otra parte, la emergencia de Sarkozy como líder indiscutible de la Ump y su deseo confeso de acabar con años de indolencia doctrinal y política auguraban una victoria en las presidenciales de 2007.
El flamante candidato y sus equipos realizaron un notable esfuerzo intelectual cuyo resultado fue un programa electoral que se sostenía en dos patas: un liberalismo «a la francesa», obviamente más matizado que el anglosajón, y una reivindicación patriótica sin ambages. Esta derecha desacomplejada y en orden de batalla protagonizó, detrás del candidato, una espectacular campaña electoral. La victoria de «Sarko», en mayo de 2007, fue la esperanza.
Más de nuevo la ilusión pronto se topó con la cruda realidad. Esta vez fue la quiebra de las subprimes, en el otoño de 2007, preludio de una duradera crisis económica que obligó a Sarkozy a renunciar a sus promesas liberales y replegarse en recetas intervencionistas para capear el temporal. Salvo otra reforma de las pensiones y el endurecimiento de las leyes migratorias, el quinquenio sarkozyano tuvo tintes chiraquianos.
Y el Frente Nacional, al que Sarkozy debilitó con su contundente relato, retomaba fuerza: su nueva lideresa, Marine Le Pen, cosechó un 18 % de los votos en unos comicios, los de 2012, que ganó el socialista François Hollande, pese a la sólida campaña –sobre todo en las últimas semanas– de Sarkozy.
La pérdida del poder supuso, para la derecha francesa, la entrada en la fase definitiva de su bajada a los infiernos. La Ump conservó un grupo parlamentario de más de 200 diputaos en las legislativas de junio de 2012. Mero espejismo: la batalla por la sucesión de Sarkozy degeneró en una batalla barriobajera entre el ex primer ministro François Fillon y el portavoz parlamentario Jean-François Copé. Venció este último bajo sospechas de fraude y escenas propias de una república bananera. Al final se resolvió el entuerto a través de una frágil tregua.
Pero fue el Gobierno socialista quien mejor hurgó en las heridas de la Ump al presentar el proyecto de ley de legalización del matrimonio homosexual. Durante el debate en la Asamblea Nacional y el Senado, el 90 % de los parlamentarios de la Ump se posicionó en contra del proyecto. Pero una vez aprobado, la oposición se fue paulatinamente difuminando; únicamente se mantuvieron firmes un puñado de irreductibles. Se había consumado la escisión entre la derecha liberal y la conservadora. Parte de la segunda comenzó a acercarse al lepenismo. La primera aún no lo había hecho con Macron.
Un estallido doctrinal de altura –primero de una larga serie– que la victoria en las municipales de 2014 y en las regionales de 2015 apenas tapó. El partido ya no era sino una simple central de intereses. El efímero retorno de Sarkozy solo sirvió para constatar que se había convertido en una mera caricatura de sí mismo, y lastrado por un abultado horizonte judicial.
Las primarias de noviembre de 2016, ganadas por Fillon, fueron el último intento fiable de salvar a la Ump. Así parecía ser hasta el mes de enero cuando saltaron a la luz pública diversos escándalos en torno a Fillon, obligado a desistir de su candidatura. El caos se adueñó del partido, que por primera ven en la historia de la V República no estuvo representado en la segunda vuelta de una elección presidencial. Llegó entonces lo inevitable, la primera tanda de salidas –encabezada por los hoy titulares de Economía, Bruno Le Maire, e Interior, Gérald Darmanin– hacia el bando de un Emmanuel Macron decidido a aplicar las reformas tantas veces aplazadas por la Ump,,. Primeros estruendos de un proceso que culminó ayer con el 4.80 % cosechado ayer por Valérie Pécresse.