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Soldados ucranianos, en un acto conmemorativo por la muerte de un compañero

Soldados ucranianos, en un acto por la muerte de un compañeroAFP

Análisis

¿Es posible un estado de paz perpetua en Europa?

Kant, de la ilusión de una «paz perpetua» a los «monstruos de la razón»

Cuenta la tradición que cuando los antiguos sabinos trataron de tomar el Capitolio, el dios bifronte hizo brotar agua hirviendo repeliendo a los enemigos de Roma.

Por este motivo el dios era invocado al comenzar una guerra y las puertas de su templo permanecían siempre abiertas mientras durase el periodo bélico y solo se cerraban en tiempos de paz.

Jano, el dios de las dos caras, el dios de los comienzos y los finales, el dios de las puertas, el señor del Janículo (junto a la colina vaticana) ha abierto de par en par sus puertas.

En Europa desde el 8 de mayo de 1945, cuando capituló Alemania, el templo de Jano se clausuró hasta el presente. Hubo intervalos graves y localizados, como las guerras en los Balcanes (1991-2001). Unas guerras terribles en las que Occidente se puso más bien de perfil.

A Jano se le invocaba públicamente el primero de enero de cada año y ahora se nos ha hecho presente: Pandemia, gran migración, comportamientos totalitarios transversales en la política internacional, presión del mundo radical islámico, crecimiento exponencial económico y militar de la hegemonía China y, por último, la brutal invasión a Ucrania por parte de Rusia en una campaña militar que ya supera los 50 días de guerra.

Jano y sus dos caras representan exactamente la incertidumbre ante el porvenir. El transcurso de esta guerra aumenta el desasosiego y nos visibiliza al dios de los dos rostros.

En Occidente nos aferramos, casi ideológicamente, a las expectativas de paz suscitadas en 1995 cuando celebrábamos, en el mundo académico, los doscientos años del aniversario del opúsculo de Kant sobre la Paz perpetua como si fuesen a partir de entonces una realidad.

El filósofo prusiano sacó el título de Emilio de Rousseau quien, a su vez, comentaba una obra del Abad de Saint Pierre donde se planteaba las condiciones para alcanzar una paz permanente en Europa.

Kant propuso un programa de paz, para ser aplicado por los gobiernos de su época, que comprenden dos momentos para lograr una «paz perpetua». En una parte preliminar articula unos pasos para ofrecer «las condiciones de posibilidad» que eviten una guerra:

1. «No se debe considerar válido ningún tratado de paz que se haya celebrado con la reserva secreta sobre alguna causa de guerra en el futuro».

2. «Ningún Estado independiente (grande o pequeño) podrá ser adquirido por otro mediante herencia, permuta, compra o donación».

3. «Los Ejércitos permanentes deben desaparecer totalmente con el tiempo».

4. «No debe emitirse deuda pública en relación con los asuntos de política exterior».

5. «Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y Gobierno de otro».

6. «Ningún Estado en guerra con otro debe permitirse hostilidades que hagan imposible la confianza mutua en la paz futura: como el empleo de asesinos y envenenadores en el otro Estado, el quebrantamiento de capitulaciones, la inducción a la traición, etc.».

En la segunda sección Kant afirma que el estado de naturaleza entre los hombres no es de paz sino «más bien un estado de guerra, es decir, un estado en el que, si bien las hostilidades no se han declarado, existe una constante amenaza» por eso propone que el estado de paz debe ser instaurado a través de estas premisas:

  • La constitución civil de todo Estado debe ser republicana.

  • El derecho de gentes debe fundarse en una federación de Estados libres.

  • El derecho cosmopolita debe limitarse a las condiciones de hospitalidad universal.

A esto añade un apéndice con distintas e importantes consideraciones y concluye: «La paz perpetua, que se deriva de los hasta ahora mal llamados tratados de paz (o armisticios), no es una idea vacía sino una tarea que, resolviéndose poco a poco, se acerca permanentemente a su fin, porque es de esperar que los tiempos en que se producen iguales progresos sean cada vez más cortos».

Es decir, Kant confiaba que con este programa la expansión de la Ilustración avanzaría ineludiblemente hasta logara un estado de paz perpetua en Europa.

Doscientos años después, en 1995, tras la superación del Telón de Acero y la caída del bloque soviético veíamos posible una paz así, creíamos que era más una realidad que un espejismo.

Sin embargo, ya a finales del siglo XVIII, tras la muerte de Kant, la misma Ilustración fue impuesta a sangre y fuego por toda Europa, a través de las invasiones y guerras napoleónicas.

Un hecho que condujo a la generación inmediatamente siguiente a Kant a renegar de la Ilustración en favor del Romanticismo, el nacionalismo, la insurgencia y la guerra misma para volver a empujar los pesados portones del templo de Jano que había abierto, de par en par, Napoleón Bonaparte en nombre de «Las Luces».

Hoy se ha alzado la máquina nuevamente, la guerra se extiende y se prolonga en Europa incierta y amenazante, nunca en nombre de las luces de la razón sino siempre, venga de quien venga, de la oscuridad y las tinieblas.

Algo que nuestro gran Goya reflejó magníficamente en una sola imagen en cuya esquina derecha escribió: «El sueño de la razón produce monstruos».

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