¿Se recuperará Marine Le Pen de sus tres derrotas?
Es harto improbable que la líder del Reagrupamiento Nacional facilite su sucesión entregando las llaves del partido a un crítico
Éric Zemmour, candidato (muy) conservador derrotado en la primera vuelta de la elección presidencial, no se paró en barras al comentar los resultados de la segunda: «Es la octava vez que la derrota golpea el nombre de Le Pen».
Era una alusión explícita a los sucesivos fracasos de los Le Pen –cinco para el padre, tres, de momento, para la hija– en sus intentos para alcanzar el Elíseo, y una invitación implícita a abandonar poco a poco el liderazgo de la Agrupación Nacional.
Según Zemmour y otros, el famoso apellido es un impedimento para gobernar de una vez por todas. Razón no les faltaría, a simple vista de las inapelables estadísticas.
El caso es más complejo. En primer lugar, porque ya están a la vuelta de la esquina las legislativas de junio y una jefa no abandona a sus tropas en mitad de la batalla. Más aún si se juega, al menos en parte, su liderazgo.
Marine Le Pen está obligada a ganar los quince escaños necesarios en Francia para constituir un grupo parlamentario en la Asamblea Nacional. En la actualidad el puñado de diputados de la Agrupación Nacional –incluida Le Pen– forman parte del Grupo de los «No inscritos», equivalente galo del Grupo Mixto en España.
En principio, los trece millones de votos obtenidos –pese a que esperaba unos dos más– el pasado domingo en la segunda vuelta son una base sólida para superar sin dificultad la barra de los quince escaños.
Para ello deberá –sus equipos ya están movilizados– concentrar sus esfuerzos en las zonas donde despunta. Es decir, las rurales y las más siniestradas económicamente. Por ejemplo, es impensable que la Agrupación Nacional gane un escaño en París, donde Macron se impuso con el 85 % de los votos.
O en Marsella, Lyon, Toulouse, Niza o Estrasburgo. Pero no es descartable que lo logre en alguna de las zonas que las rodean, donde han ido a parar muchos representantes de la clase media obligada, por motivos económicos, abandonar el centro de las grandes ciudades.
Caladero de votos
Su caladero de votos es amplio. Mas en una elección a dos vueltas es necesario establecer alianzas con otras fuerzas al final de la primera para abordar la segunda en buenas condiciones. Aquí estriba la principal debilidad de los lepenistas.
Por razones históricas –de nuevo surge el rechazo histórico del apellido y de las siglas– y también por sus propias imposiciones preventivas: durante la última noche electoral, el joven Jordan Bardella, mano derecha de Le Pen, descartó totalmente una alianza y candidaturas comunes con el partido de Zemmour.
Bardella también aseguró que la Agrupación presentará candidatos en todos los distritos y que, analizando situación por situación, se plantearía el apoyo individual a otros candidatos de derechas en la segunda vuelta. Individual, no orgánico.
Si Le Pen supera el escollo de las legislativas, pongamos por caso, con un grupo de treinta o cuarenta diputados, su liderazgo dentro del partido quedará consolidado para los dos o tres próximos años.
De lo contrario, la Agrupación Nacional entrará en un escenario de incertidumbre. Varias razones lo explican. La primera es la propia cultura autoritaria de un partido cuyo aparato está férreamente controlado por Le Pen a través de su guardia pretoriana, Bardella, y sus fieles entre los fieles de su provincia del Norte, Steeve Briois y Bruno Bilde, entre otros.
La segunda, derivada de la anterior, es la inexistencia de la palabra dimisión en la mente de los Le Pen: ni el padre se la planteó cuando fue privado de sus derechos electorales a raíz del acoso a una candidata socialista en la campaña legislativa de 1997, ni al año siguiente con motivo de la escisión de Bruno Mégret.
La hija tiene ideas y estrategias muy distintas a las del padre, pero sus recursos mentales son idénticos. Es harto improbable que Marine Le Pen facilite su sucesión entregando las llaves del partido a un crítico.
Tránsfugas
Una tercera razón, clásica en muchos partidos, es la inexistencia de una figura capaz de plantar cara a una lideresa famosa por las purgas sin contemplaciones que ha desatado a lo largo de once años de mandato.
Personalidades con carisma como Bruno Gollnisch, antiguo heredero de Jean-Marie Le Pen antes del meteórico despunte de la actual presidenta, lleva tiempo en los márgenes de la vida política; otros como Marion Maréchal –sobrina carnal de Marine– y nieta de Jean-Marie- o Nicolas Bay se han pasado al bando de Zemmour. Y en la Agrupación, y no solo la lideresa, se la tienen jurada.
Solo dos escenarios permiten, a día de hoy, augurar una muy hipotética caída de Le Pen. Ambas con tintes dinerarios. La primera sería una condena muy severa en el caso del empleo ficticio de los asistentes de los eurodiputados lepenistas en Bruselas: les pagaba la Eurocámara, pero prestaban el grueso de sus servicios en la sede central del partido en las afueras de París. La segunda sería la quiebra de un partido cuyas finanzas se encuentran en fase crítica.