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Una mujer frente a los escombros de la ciudad de Mala Rogan, su hogarAFP

El abrumador objetivo de supervivientes de la guerra: reconstruir el este de Ucrania

Los rusos dejaron tras su paso un rastro de hogares calcinados y calles destruidas, que los ciudadanos ucranianos se ocuparán, lentamente, de reconstruir

Galyna Kios vivía refugiada con su familia y sus vecinos en un sombrío sótano, donde cocinaban en una improvisada estufa de leña, cuando los soldados rusos invadieron su pueblo.

Las tropas rusas estaban estacionadas a 32 kilómetros de Mala Rogan, en la frontera noreste con Rusia, pero dos semanas después del inicio de la invasión decidieron ocupar el pueblo.

«Tienen que irse, necesitamos toda la calle», recuerda Kios que le ordenó un soldado, justo antes de que los rusos ocuparan su casa de dos pisos.

Pero la ocupación duró poco: el ejército ucraniano expulsó a las tropas rusas tras dos semanas de duros combates, que dejaron la calle de Kios en ruinas.

«He visto lo que hicieron con mi casa, lo que queda de ella. Pero las posesiones materiales no valen una vida», explica esta viuda de 67 años, madre de cuatro hijos, a la agencia AFP.

«Así que estoy feliz con la voluntad de Dios. Estoy viva. Solo perdí cosas materiales y se pueden reconstruir», agregó la ucraniana.

Desde entonces, recoge los escombros y limpia su casa, a veces sola, otras con su familia, como miles de ucranianos que regresan a sus hogares liberados, pero en ruinas, en el este del país.

Cicatrices de la batalla

En la región de Járkov, con 2,7 millones de habitantes antes de la guerra y donde se encuentra Mala Rogan, el 90 % de las viviendas de las zonas liberadas están destruidas, afirmaron en mayo medios locales, citando al gobernador de la región.

Casi todas las casas de la calle donde vive Kios muestran cicatrices de la batalla: techos hundidos, fachadas perforadas por la metralla o disparos y trozos de viviendas arrancados.

En lo alto de una colina, una casa está tan consumida por las llamas que los restos aparecen como roca volcánica entre botas de soldados rusos y objetos personales.

En otras dos casas aparecen aparcados vehículos calcinados donde han pintado las palabras «muerte al enemigo», en ucraniano.

No muy lejos, los restos de un tanque T-72 de la época soviética yacen con la torreta arrancada.

Mientras Kios limpia su casa, a cierta distancia resuenan 6 explosiones, seguramente de artillería.

«Quemado»

Nadia Ilchenko se trajo a Mala Rogan a su hija y su nieta de nueva años, en el momento en que comenzó la guerra.

Le pareció que iban a estar más seguras en este pueblo que en las afueras de Járkov, donde estaban antes, pero confiesa que pronto se dio cuenta de su error.

Cuando empezaron los bombardeos sobre Mala Rogan, esta mujer, de 69 años, huyó con su familia el 19 de marzo.

Durante su ausencia, vio un video de su casa ardiendo, con el garaje destruido.

«Volví el 19 de mayo y mi esposo y yo llevamos dos meses limpiando la casa», afirma Nadia Ilchenko.

Cuentan con la ayuda de voluntarios pero todavía queda mucho trabajo por delante.

«Los rusos se instalaron en nuestra casa, y hay tantas cosas que han quemado, destruido, que no se pueden usar ya», dice Ilchenko.

«Lo único que me alegra ahora son las flores del jardín, aunque haya un tanque ruso aparcado al lado».

Ilchenko cuenta la reacción de espanto de su nieta cuando volvieron a su casa y la encontraron de una pieza, pero saqueada por los intrusos. «¿Por qué nos han hecho esto?» se preguntaba la joven.

«Le expliqué que no lo sabía y se volvió histérica», dice Ilchenko, «no podía hacer que dejara de llorar», añade.