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Partidarios del clérigo Al Sadr durante el asalto al Parlamento iraquíAFP

Un Irak inestable en manos populistas

Con la llave del gobierno iraquí en sus manos, el líder chií Muqtada Al Sadr movilizó a sus seguidores para asaltar el Parlamento

Tras la dictadura de Saddam Hussein en Irak, cuyo gobierno favoreció a la minoría sunní del país contra la mayoría chií, Bagdad y Teherán estrecharon relaciones a pesar de los ocho años de guerra impuesta (1980-1988) por el régimen iraquí buscando aplastar, sin éxito, la revolución jomeinista de 1979.

Posteriormente, el liderazgo político y social del país árabe recayó en los chiíes que, de una u otra manera, se acercaron a sus vecinos persas.

Desde entonces, se multiplican las luchas internas entre facciones chiíes. Teherán no es ajeno e influye a su manera, aportando ideología, combatientes y dinero.

Ocupando un Parlamento

El 13 de junio de 2022, los 73 diputados del bloque del clérigo iraquí Muqtada Al Sadr abandonaron sus escaños, eran la minoría más numerosa, pero lejos de los 165 necesarios para formar Gobierno.

El 27 de julio siguiente, centenares de seguidores de Al Sadr ocuparon el Parlamento de Irak, ubicado en la Zona Verde de la capital iraquí.

Tres días después han repetido la ocupación. Lo denominan la Revolución de Ashura, una fecha del amplio martirologio chií, en recuerdo del Imán Husayn ibn Ali, nieto de Mahoma, derrotado en Kerbala, hoy un santuario de los seguidores de Alí, el yerno del Profeta.

Los sadristas iniciaron los asaltos para impedir que Mohammed Shia' Al Sudani fuese nominado como primer ministro de Irak, apoyado por el Marco de Coordinación, más cercano a Teherán.

Al Sudani ha ocupado distintos cargos, desde alcalde de Amarah a ministro. Fue muy activo pidiendo al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas una investigación sobre los crímenes del Estado Islámico, de carácter sunní y salafista: «Estamos ante un monstruo terrorista. Su movimiento debe frenarse. Sus activos deben congelarse y confiscarse. Sus capacidades militares deben destruirse».

A principios de julio, Al Sadr vetó la candidatura de otro rival chií, Nouri al Maliki, quien llegó antaño al gobierno, nombrado por el presidente de Irak, el kurdo Yalal Talabani.

Maliki fue usado por los estadounidenses, o al revés, para dislocar el partido Baaz de Saddam Hussein. Fue acusado de corrupción por Al Sadr y de ser agente iraní por el rey saudí Abdullah bin Abdulaziz Al Saud, enemigo de los chiíes.

Sí es cierto que Al Maliki visitó regularmente Irán y expresó su simpatía por el programa persa de energía nuclear.

El actual primer ministro iraquí, Mustafa Al Kadhimi, antiguo jefe del Servicio de Inteligencia, ha pedido que se retiren a los manifestantes mientras Al Sadr, en la primera oleada, les dijo: «rezad y volved a casa», antes de convocarlos tres días después.

¿Quién es Al Sadr?

La hegemonía religiosa de los chiíes la ostenta el gran ayatolá Alí al Sistani, el mismo que se entrevistó con el Papa Francisco en Irak.

Muqtada al Sadr es un erudito religioso de menor nivel, político astuto y combativo líder de una milicia chiíta iraquí.

Su Ejército del Mahdi, el 4 de abril de 2004, atacó la base «España» en Diwaniya defendida por legionarios, como respuesta a la clausura de su periódico y a su orden de arresto hasta la tregua del 6 de junio.

Al Sadr, ágil táctico, convirtió su ejército en las Compañías de la Paz (Saraya al Salam), modificó su milicia y creó un partido para concurrir a las elecciones de 2005. Un auténtico practicante del síndrome de Lampedusa. Desde ese año se han creado más de 200 partidos políticos en el país del Tigris.

Cuando el ayatolá Al Sistani fundó una alianza chií, Al Sadr se incorporó a ella, pero la abandonó en 2007 provocando choques armados entre distintas sensibilidades de esa comunidad.

En 2009 volvieron a aliarse hasta que, de nuevo, Sadr desertó buscando acuerdos más amplios que escandalizaron a Teherán.

En 2018, incorporó su partido sadrista a la alianza Saairun, que obtuvo el mayor número de escaños en las elecciones parlamentarias iraquíes de 2018 y 2021.

Los componentes principales de Saairun son el Partido de Integridad Sadrista Islamista Chiíta, el Partido Comunista Iraquí, el Partido Movimiento Juvenil por el Cambio, el Partido de Progreso y Reforma, el Grupo Republicano Iraquí y el Partido Estado de Justicia.

La alianza superó en escaños a cada una de las demás coaliciones, pero sin obtener la mayoría. El antiguo ministro de Exteriores de Irán, Ali Akbar Velayati, hoy asesor del Líder Alí Jamenei, advirtió a Al Sadr: «No permitiremos que ni los liberales ni los comunistas gobiernen Irak».

Al Sadr, por su parte, el día de Navidad de 2020, indicó a Teherán y a Washington que no involucraran a Irak en sus hostilidades, pasando a no alinearse.

Sadr tiene, de nuevo, la llave del Gobierno en un Parlamento fragmentado en el que ahora hay representados unos 20 partidos mientras que, en las anteriores legislativas, había 36, pero no presenta su propia candidatura y bloquea la de otros usando su capacidad de movilización de la calle.

Recordemos que los gobernantes iraquíes recientes han necesitado la bendición de Al Sistani, quien está abierto al compromiso con diferentes sensibilidades dentro de las varias facciones chiítas y ha aceptado candidatos de compromiso.

En 2016, y en los años anteriores y posteriores, Sistani pudo mantener bajo control a Al Sadr, aficionado a movilizar a sus seguidores a manifestarse para mantener su presencia en el presente, con consignas contra la élite política iraquí.

Al Sadr es una figura impredecible, diletante y desestabilizadora que no le hace ascos a practicar un populismo armado.

En este momento de crisis, en el que las convulsas protestas dejan de nuevo a Irak en un estado de incertidumbre, Sistani apoya a los manifestantes cuando denuncian a una clase política privilegiada y corrupta explotando un sistema informal basado en cuotas sectarias.

Los sadristas dicen ahora que quieren acabar con las facciones políticas, unas veces culpan a Irán, otras a Estados Unidos y casi siempre a Israel.

La realidad es que no votan la mayor parte de los censados en Irak, unos 22 millones. Ninguna de las coaliciones alcanzó el millón de votos.

Sin agua corriente y sin luz los iraquíes están cansados de una inestabilidad que no favorece a nadie, ni a Washington, ni a Riad, ni a Teherán. Y lo demuestran con altos índices de abstención.